Capítulo 10

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Los pasos ya sonaban cada vez más cercanos y, a medida que crecían, parecía como que cada vez más se sumaban, y al proceder de todas direcciones, parecían estar rodeándolos

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Los pasos ya sonaban cada vez más cercanos y, a medida que crecían, parecía como que cada vez más se sumaban, y al proceder de todas direcciones, parecían estar rodeándolos.

—Eres la especialista en pelear contra criaturas del averno —dijo Noah, un poco temeroso en sus palabras, pero manteniendo la calma—, ¿tienes un plan?

Zafira no se tomó el tiempo para mirarlo, manteniendo la mirada al frente, alerta, como presintiendo que desde ese lugar algo aparecería. Noah soltó un suspiro, e hizo lo propio, aunque también miraba los costados y hacia atrás con recelo.

—Ya vienen —advirtió Zafira.

Noah miró al lugar donde la mujer llevaba observando, y ahí pudo notar que, a la par que los pasos se tornaban cada vez más fuertes, un grupo de personas caminaban en medio de la calle, sosteniendo antorchas y yendo en dirección a ellos, mientras mascullaban algo que Noah no alcanzó a distinguir ya que lo decían muy despacio, pero no era eso lo que impresionó al hombre, quien, debido a la sorpresa, bajó el arma.

—Esa gente...

—¿Qué? ¿Qué pasa? —preguntó Zafira extrañada, sin mirarlo.

—Los conozco... son pobladores del pueblo, esos dos de allá —señaló a una pareja que sostenía un par de palos de escoba, y al ser iluminados por el fuego de las antorchas, revelaron estar manchadas de sangre— tienen una tienda de abarrotes frente a la Iglesia del pueblo... ¿qué están haciendo?

—Sus ojos —dijo Zafira, haciendo que Noah dirigiese su mirada a ese sitio. Al verlos, la oscuridad procedente de ellos, así como la expresión demencial y asesina en sus rostros, distaban completamente de lo que un humano pudiera expresar.

—Ellos están poseídos...

—No, no es eso. En la frente tienen esos símbolos —Noah no se percató de que, en efecto, todos ellos tenían unos extraños garabatos en sus sienes. Una mezcla de letras y figuras poligonales concentradas en un mismo sitio, y todos los moradores llevaban la misma marca—. Están bajo el efecto de algún hechizo.

—¿Es eso posible?

—Son demonios —Zafira por fin miró a Noah, como con reproche—, no me digas que ignorabas que los demonios pueden usar ciertas artimañas.

—¿Qué hacemos, entonces?

Los pobladores, ahora en un grupo de casi quince personas, se habían detenido a una prudencial distancia de Noah y Zafira, como si esperasen alguna orden para atacarlos, o esperando que fueran los visitantes quienes se movieran primero.

—Pelear contra ellos, abrirnos paso como sea.

—¿Qué dices? —exclamó Noah— ¿Quieres que peleemos contra gente normal?

—No son gente normal. Quién sabe qué clase de hechizo lleven.

—Pero, de todos modos, conozco a muchos de ellos, ¿cómo piensas que podría lastimarlos?

La Hija del MalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora