Capítulo 6

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La hora de partir llegó finalmente

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La hora de partir llegó finalmente.

Estaba sentada en el asiento del acompañante, mientras Noah conducía a través de las desiertas carreteras boscosas de Kansas.

Antes de salir, mi compañero en esta travesía había dejado al gato negro en casa de una vecina: una adorable anciana de unos setenta años más o menos, con una curiosa nieta que aún no llegaba a los diez. Sin haber necesidad de entrar a la habitación de la señora, pude ver que, de fondo, un par de cotorras dormitaban sobre un aro colgante. Y según Noah, esta mujer tenía un par de gatitos muy traviesos, así que no se sentiría incómoda cuidando al nuestro.

Momento... ¿acabo de decir nuestro?

Sintiéndome un poco incómoda tras lo dicho, me devolví la vista a la carretera. Altos árboles, montes a lo lejos, y la luz de las estrellas brillando en lo alto. La luna asomaba sobre la punta de un par de cerros, viéndose enorme y hermosa.

Aun estábamos a un poco más de dos horas y media de camino hasta Whistle, el pequeño pueblo donde, según el recorte de periódico que me mostró Noah, la noche se había vuelto eterna a causa de un demonio: Astartea, la "señora de la noche". También sentía curiosidad por saber qué tipo de explicación le han dado las autoridades, los ciudadanos, la gente que no tiene la más mínima idea de la verdad.

Noah mantenía la vista fija en el camino, sin siquiera dar señales de entablar alguna conversación. Además, podía notarlo un poco tenso. No lo conozco más de unas horas, pero era extraño verlo sin su sonrisa, sin la seguridad que parecía tener en sí mismo.

Y entonces, recordé las cosas que me había dicho. La razón por la que quería ir a un lugar tan peligroso, y la razón por la que pidió mi ayuda:

"La verdad es que hay alguien allá en Whistle, de quien no sé nada hace días" "Si no me arriesgo, yo..."

De pronto, sentía que el auto empezaba a ir más despacio. Obligada a salir de mis pensamientos, miré a Noah. Sus ojos estaban fijos mirando al frente.

—¿Qué demonios...?—lo oí maldecir sin apartar la mirada. El auto detuvo la velocidad por completo.

—Oye... ¿qué? —Iba a preguntar qué sucedía, pero él me interrumpió señalando al frente.

Mis ojos se fijaron por instinto al lugar que él me señalaba. Entonces, lo pude notar. Y mi reacción, como era de esperarse, fue la misma que Noah.

Justo al frente de nosotros, una especie de nube negra, relampagueante, se extendía hasta lo más alto, casi no parecía tener final. Estábamos aún lejos de ella, pero la soledad del camino y la sola presencia de baja vegetación, hacía posible ver dicho espectáculo.

Y el detalle más espeluznante era que, en esa dirección, se hallaba el pueblo de Whistle. No, de seguro, el pueblo entero estaba envuelto en esa nube, y era esa la causa por la que allí es de noche todo el día.

La Hija del MalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora