Capítulo 9

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Durante gran parte del trayecto, la única compañía de ambos era el silencio que reinaba en el interior del vehículo

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Durante gran parte del trayecto, la única compañía de ambos era el silencio que reinaba en el interior del vehículo. Pero no era para menos: solo observar aquella nube hacerse más y más grande en el horizonte, era motivo suficiente para dejar sin habla incluso a una mujer como Zafira, alguien con años, décadas, de experiencia en cuanto a asuntos paranormales se refiere. Por eso, Noah no podía más que observar en silencio el camino, aunque en un par de ocasiones no pudo evitar desviar la mirada hacia su acompañante, quien miraba con estupor a la nube. Y por un corto espacio de tiempo, pudo notar el brillo intenso en los ojos de la mujer.

"Realmente, es una mujer extraña. Nunca puedo saber en qué está pensando"

—¿Vas a dejar de mirarme, acosador? —Preguntó Zafira, sacándolo de sus pensamientos. Devolvió la vista al camino, agradeciendo el no haberse estrellado mientras la miraba, y pensando en si ella le hablaba en tono de broma, o si estaba enfadada.

—Lo siento —se disculpó simplemente, sacando una apenas perceptible sonrisa a la mujer.

—¿Desde cuándo pides disculpas? —Preguntó la mujer. Noah sonrió.

—Es que estoy un poco... nervioso, ¿sabes? —respondió Noah, sin dejar de mirar al camino. Un par de camiones venían desde el lado opuesto de la carretera, y eso era todo el movimiento vehicular. Sin embargo, difícilmente, pensó, aquellos camiones saliesen de Whistle.

—¿Aun no me dirás quién es la persona con la que quieres encontrarte? —Preguntó la mujer, apoyándose en el polarizado de la ventana, mirando a Noah fijamente.

—¿Tengo que hacerlo? —Preguntó de vuelta él.

—Supongo que no estás obligado —suspiró la mujer—. Al menos, dime una cosa.

—¿Qué deseas saber?

—¿Cómo te volviste exorcista?

—Aun no soy un exorcista de pleno derecho —recordó el hombre. Zafira soltó otro suspiro.

—De acuerdo... ¿Cómo te volviste un pseudo exorcista aficionado renegado?

—Bueno... sucedió hace bastante tiempo. Cuando mis padres murieron, me acogió un sacerdote, en un orfanato bajo el mando de una pequeña capilla en las afueras de Whistle. Aquel hombre fue como un segundo padre para mí, y entonces, en un día como cualquier otro, me habló acerca de los demonios. Me dijo que debía tener cuidado, porque ellos habitan en la Tierra, caminando entre los humanos.

—¿Y ya por eso decidiste expulsarlos?

—Déjame terminar, querida —sonrió de manera pícara—. Naturalmente, en aquel entonces yo no creía en aquellas cosas. Tenía algo mucho más importante en lo que preocuparme, así que demonios, ángeles... Dios, nada de eso me importaba.

—Pero entonces pasó algo que hizo que creyeras en ellos, ¿cierto?

—Sí. Una de las monjas que cuidaba a los niños más pequeños en el orfanato, apareció muerta. Degollada, desnuda, con un pentagrama invertido en medio de sus senos mutilados. Y sus ojos estaban quemados, como si alguien le arrojara carbón ardiente en ellos hasta hacerlos explotar.

La Hija del MalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora