Capítulo 4

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El interior de la cafetería no tenía nada de especial

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El interior de la cafetería no tenía nada de especial. Un mostrador con tres personas atendiendo los pedidos, y dos personas a los lados en las cajas registradoras. Además, detrás del mostrador había una especie de estante con algunas cafeteras, tazas, y platos de cristal. A lo mejor, sólo estaban allí para lucir, ya que todos los pedidos los servían en tazas de loza. Además, el mostrador poseía vidrios trasparentes a través del cual se podía ver una gran mezcla de pastelería: medialunas, donas, tartas y pasteles. Enteros o con algunos pedazos faltantes. Todo lucía realmente apetitoso.

Es cierto que los nefilim sienten atracción hacia la carne humana, ya que es parte de la información genética en nuestra sangre demoníaca. Pero, para mí al menos, basta con comprar el trozo más grande de filete en la carnicería, y comérmelo crudo, saboreando cada bocado, y ya está. Luego de decenas de años haciendo lo mismo, creo que he logrado controlar ese instinto. Y saciar mi hambre demoníaca con un gran filete me basta para cuatro días, más o menos, hasta que vuelva a sentir un hambre tan intensa que ni siquiera me pueda mantener en pie. Pero eso es mejor que tener que matar inocentes cada vez que tenga hambre.

Sin embargo, también tengo mis necesidades humanas. Y los pasteles y demás cosas dulces son una terrible debilidad.

Lo sé, lo sé. Una chica que por las mañanas come pastelitos de merengue, y cada cuatro noches, de siete a diez kilos de carne vacuna cruda. Es increíble que no tenga sobrepeso.

El gato negro estaba en una esquina, bebiendo un potecito de leche que una camarera le había puesto amablemente en ese lugar. Estaba cerca de mí, así podría vigilarlo, aunque si se escapaba o no, me daba igual. Sin embargo, no necesitaba vigilarlo demasiado: estaba perdido en su bebida.

Pronto, el tipo del peinado raro -le digo así porque no sé cuál demonios es su nombre- vino junto a mí, sentándose en la silla de en frente, con una bandeja con dos cafés negros y un par de medialunas. Obviamente, antes de que repartiera nada, tomé las dos medialunas, las cuales eran más grandes que mi mano y, además, estaba cubierta de azúcar. Una delicia.

El hombre me miró, sorprendido. Probé un bocado de ambas medialunas, así no tendría que compartirlos con él.

—Puedes quedarte con los dos cafés, si quieres —le dije, hablando un poco con la boca llena. Lo sé, los modales. Pero, ¿hace cuánto que no trato con gente común?

El tipo simplemente sonrió. Colocó un poco de azúcar en ambas tazas y empezó a beber.

—Me llamo Noah —dijo el sujeto, haciéndome dirigir la mirada hacia él—. Noah Devian.

— ¿Por qué me buscabas? ¿Cómo me encontraste? —Le pregunté. Noah bebió un sorbo largo de su café, luego de soplarlo y revolver con su cucharita.

—Bueno, encontrarte fue fácil —dijo, mirándome con cara de satisfacción—. Solo busqué en Internet los casos sospechosos de actividad demoníaca, y casos en donde desapariciones extrañas de gente buscada por la Policía acababan en lo mismo: misteriosos rastros de ceniza esparcidos en el último lugar donde los vieron...

La Hija del MalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora