Capítulo 2

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"Un día estamos, al otro quién sabe"

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"Un día estamos, al otro quién sabe"

Podía recordar a la perfección lo que antes había leído en aquel cartel adornado con el rostro de un tipo vestido de sotana, con una gran sonrisa en su rostro, una aureola mal editada sobre su poco abundante cabello blanco, casi cenizo, y una Biblia junto a él. A lo mejor, aquella frase no era más que un eslogan, y el sujeto no era más que otro falso profeta, uno de los tantos que prometen curas milagrosas basadas en la fe... y en pequeños donativos.

No había nada demoníaco en aquellas acciones, pero sí que me repugnaban, pues los consideraba falsos a todos ellos, o al menos a la mayoría de esos sujetos. Así que, recuerdo también, que apenas entendí de qué iba aquel cartel luminoso a un costado de la carretera principal, mientras transitaba sola en medio de la noche, miré a otra parte.

Sin embargo, la certeza de aquellas palabras me persiguió por el resto del camino. Incluso después de encontrar un edificio abandonado, aquellos llenos de grafitis y olor acre a orina, a punto de derrumbarse. El lugar perfecto donde una persona como yo podía vivir.

Antes tenía un hogar. Antes podía acurrucarme en una cama, sobre un cómodo colchón, abrigada por capas y capas de frazadas. Un calefactor a mi lado, y quizás una mascota, un gato, a los pies de la cama, tranquilizándome con sus ronroneos. Antes, cuando todavía era humana. Un día lo fui, y al día siguiente ya no.

Ahora duermo en el suelo, frío, acurrucada en posición fetal, como el bebé que alguna vez fui, y que desearía volver a ser. No hay mantas, frazadas ni sábanas, sólo lo que llevo puesto en el momento. Con el dinero que gano tras una misión exitosa me puedo dar el lujo de comprarme ropa, aunque tan pronto como consigo algo nuevo, desecho lo anterior. No debo dejar que me reconozcan ni siquiera por usar la misma ropa dos veces. Sin embargo, la camisilla negra que sigo usando desde que era humana, decenios atrás, esa nunca la desecho. No puedo deshacerme de lo último que me sigue recordando que, alguna vez hace mucho tiempo, era humana.

Me acomodé sobre el frío suelo, apestoso, acre. Me acurruqué mucho más, haciéndome un ovillo. Mi abrigo me cubría ahora todo el cuerpo, como si se tratase de una frazada. El frío del suelo trepaba por mi cuerpo, el cual ya empezaba a sentir las inclemencias de las gélidas temperaturas. Afuera quizás hacían menos de cero grados. Aquí no variaba mucho, pero al menos tenía un techo que me cubriría de una lluvia eventual. Un suelo donde reposar, y un sueño al cual entregarme.

Quizás no sea justo, es decir, mato demonios. Demonios que hacen daño, que golpean la inocencia de la gente, que torturan, que matan por placer. Y ellos viven en palacios, en fortalezas, tienen una cama, se tapan con frazadas. Y yo estoy aquí, sola, pasando frío.

Pero soy una asesina, y así es como debo vivir. No puedo darme el lujo de rentar un departamento, aunque disponga de dinero. Los demonios me podrían rastrear, y atacarme mientras duermo.

La Hija del MalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora