Capítulo 14

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Sabía que estaba frente a uno de los mayores desafíos de toda mi vida

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Sabía que estaba frente a uno de los mayores desafíos de toda mi vida. Armada con una simple espada de metal, delgada, pero al menos podía notar que su filo era capaz de lastimar seriamente hasta a un demonio, pero a la vez consciente de que esta arma era un limitante para mí en esta situación: si quería lastimarla, debía acercarme bastante a ella.

—¿Piensas atacarme con esa arma obsoleta? —me preguntó, mientras sus ojos negros se clavaban en la espada y luego en mí, como no dándole crédito a lo que veía.

—No hay nada mejor en este lugar —me encogí de hombros. Y apenas al intentar hacer un movimiento, el demonio se había anticipado, desplegando con sus manos un poderoso vendaval que impactó en todo mi cuerpo, haciéndome sentir que un muro de concreto se había estrellado en mí, y me arrojó varios metros hacia atrás.

Muchas veces, en mi larga historia de cazadora de demonios, he sufrido golpes fuertes, generalmente cuando me tomaban desprevenida, y muchos de esos golpes se sintieron tan fuertes como el que sentí en ese momento. Pero había una pequeña diferencia: aquí, en el Purgatorio, mi alma se había fragmentado en dos partes, por lo tanto, allí no era más que una simple humana. Y ese golpe fue capaz de dejarme un largo rato tumbada en el suelo, luchando por recuperar el aliento. Y mi muñeca izquierda empezaba a dolerme, ya que al aterrizar apoyé mi brazo en el suelo y todo mi cuerpo cayó por encima.

«Eso es lo que sufría antes, cuando era humana, ¿eh?» me obligué a mí misma a sonreír, ya que de lo contrario el dolor me dejaría allí tirada sin más. Y lo sabía: al no tener la habilidad del demonio en mi interior, ese dolor no desaparecería al cabo de unos segundos como era lo habitual.

Estaba, otra vez, en desventaja.

—¿No me digas que eso es todo? —Se acercaba lentamente—. ¿Tan poca resistencia tienes sin mí?

La miré a los ojos. La profundidad del abismo en ellos, y el brillo carmesí en medio. Y aun así sonreía, demacrada, con la burla y la seguridad de quien sabe que ha ganado la batalla, incluso antes de que esta termine. Cómo odio esa mirada, esa sensación de superioridad por parte de los demonios, pero, ahora que me pregunto, ¿cuántas veces no habré hecho lo mismo yo, cuando los enfrento?

Sonreí, y luego de ponerme en cuclillas apoyándome en la espada, solté una carcajada. Era más producto de los nervios, pero en el fondo me sentía emocionada.

—¿Soy así todo el tiempo? —pregunté a los cuatro vientos, pero mi yo demonio pensó que la pregunta iba dedicada a ella.

—Lo somos. Pero aún hay mucho que debes aprender —Sonrió, enviándome de vuelta otra de esas oleadas de energía. Luego, movió bruscamente su mano derecha, y empecé a sentir que mis pies abandonaban el suelo. Luché por resistirme, pero la fuerza que ejercía era mucho más de lo que podía soportar. Entonces, simplemente relajé mis músculos, y mi otra yo empezó a caminar hacia mí, y de vuelta moviendo su mano, acabé anclándome a la pared.

La Hija del MalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora