Primero

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En la mitología griega, se cuenta que el ser humano tenía dos cabezas, cuatro brazos y cuatro piernas, pero Zeus, al ver el poder que tenían en esa forma, decidió separarlos para debilitarlos, así comenzando una búsqueda infinita de su otra mitad para volver a sentirse completos. Eso vemos hoy en día, a las personas en búsqueda de su otra mitad, guiados por la marca de nacimiento que lleva cada persona en su pecho, una marca única dividida a la mitad, a la espera de encontrar a la persona que completara esa forma.

Este es el caso de Portgas D. Ace, un joven policía con media corona en su pecho, el lado izquierdo, para ser más concretos. Cada mañana, veía esa marca que se burlaba de él al no estar completa, una corona roja como el fuego, apenas visible. Así era siempre, desde las mañanas que se vestía para ir al trabajo hasta las noches que se bañaba. Hace un tiempo que dejó de seguir en esa búsqueda, ya que pensaba que su otra mitad estaba muerta o había encontrado a alguien que llenara ese vacío que estaba dispuesto a tapar. Suspiró desde el lado del copiloto del coche patrulla en el que estaba, mirando por la ventana a las diferentes parejas, también a algunos solitarios.

—¿Otra vez pensando en eso? —le cuestionó su compañero desde el asiento del piloto sin despegar la mirada de la carretera.

—Marco, sabes que no puedo evitarlo —miró a su compañero rubio, que tenía su clásica expresión aburrida.

—Tienes 20 años, no debes preocuparte, si tú no la encuentras, ella te encontrara a ti —intentó animar.

—Es él —corrigió, ganándose momentáneamente una mirada extrañada. —Sé que es un chico —afirmó con total seguridad, mirando al frente.

—Bueno, al menos sabes algo —aceptó lo dicho, no perdiendo el rumbo.

No volvieron a tocar el tema y siguieron con la patrulla de las calles.

(...)

Llevaban alrededor de una hora, todo estaba normal, hasta que al ver en la dirección de un parque con bastantes árboles, pudieron ver a un hombre corpulento con barba negra seguir a un adolescente de más o menos 16 años. Aparcaron y vieron como el hombre sujetaba al niño por el hombro, haciéndolo retroceder y caer. Le sujetó del cuello de la camisa, rompiendo algunos botones en el proceso. Antes de poder salir, vieron como el chico daba un certero golpe a la mandíbula del tío, haciendo que le soltara, seguido de una poderosa patada en el estómago que lo dejó tirado en el suelo. Ambos policías vieron esto con asombro antes de entrar en razón y acercarse a ver el estado del chico.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Marco al joven pelinegro mientras Ace le ponía unas esposas al que seguía en el suelo.

—Sí, ese tipo lleva siguiéndome un par de semanas, no es la primera vez —limpió con su antebrazo un poco de polvo de su mejilla.

—¿Semanas? ¿Por qué no lo denunciaste? —se extrañó el pecoso después de terminar de atar al hombre, dirigiendo su vista al menor.

—Es un Oyabun de la yakuza, no hubiera servido —restó importancia, elevando los hombros desinteresado.

Se miró la camiseta ahora con los tres primeros botones rotos y completamente arrugada.

—Con su permiso —pronunció antes de quitarse los botones que faltaban y dejar su pecho al descubierto.

Ambos policías se quedaron en blanco al ver la media corona roja, el lado derecho.

—Y... ¿para qué te quería un Oyabun de la yakuza —consiguió encontrar su voz el policía pelinegro.

—Para meterme en su red de prostitución, se ve que se cansó de que le diera negativas —suspiró pesadamente.

—Con esa información este tipo no saldrá de la cárcel nunca —aseguró el rubio. —¿Podríamos contar contigo para declarar contra él? —se dirigió al menor.

Mi otra mitadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora