Capítulo 4.

4.8K 496 39
                                    

Miró su reloj. La señora Borges insistió en que la acompañara a ella y a su hija a las seis y media en tomar una copa, habrías una cuarta persona invitada a cenar: la ahijada de la señora Borges, quien después iría al teatro con su hija.

Sólo le faltaba revisar una libreta, pero al tratar de alcanzarla, se le cayó al suelo y tuvo que meterse debajo del escritorio para recuperarla. Por lo tanto, no podía ver a la persona que entró en el estudio y cerró la puerta, hasta que salió de su escondite.

—Realmente, señorita Valdés, se que temía de verme, pero no hay porque llegar a esos extremos.

Juliana habría reconocido esa voz en cualquier sitio; ese lento, suave y divertido hablar. ¡Valentina Carvajal! Juliana trató de reincorporarse y tuvo que agarrarse del escritorio. No puede ser...Era una alucinación. Tal vez se habría mareado al incorporarse con tanta rapidez.

—¿He logrado dejarla sin habla? —sonrió Carvajal, con expresión confiada y divertida. Juliana estaba tan impresionada que no podía hacer nada. La sonrisa de Valentina se desvaneció de su cara y la miró con intensidad, con la misma expresión que le había dirigido en el tribunal, desnudándola. —.Ya veo que mi madre no le advirtió lo que debía esperar.

Juliana vio que ella fruncido el ceño; Una sensación muy peculiar la recorrió y se quedó mirándola. Valentina se acercó, envolviéndola de su calor. Empezó a temblar, al sentir el tacto, y deseó tener el valor para empujarla y salir corriendo.

—Realmente la he asustado, ¿verdad?— a Juliana le pareció imposible que ella estuviera preocupada por haberla asustado y retrocedió cuando extendió su mano para que la tomará—¿Qué pasa?—pregunto, con suavidad—. ¿Tanto la aterrorizo? No hay motivo.

De algún modo, Carvajal se había apoderado de su muñeca y su pulgar le acariciaba su alocado pulso, para calmarla; o amenos eso suponía Juliana. Pero todo su sistema nervioso tuvo una frenética reacción: los latidos de su corazón aceleraron su ritmo, los pulmones no absorbían el aire que le hacía falta y sus piernas no parecían capaces de sostenerla.

Era el asombro... Sólo la sorpresa de que descubrió que ella era la apreciadísima hija de la señora Borges. ¿Pero por qué seguía ella sosteniendo su muñeca de esa manera? ¿Por qué la acariciaba de una forma que ella sabía que era demasiado íntima para lo poco que se conocían? Y lo peor era, ¿por qué se lo permitía? Se abrió la puerta del estudio y la señora Borges entro diciendo:

—¡Oh, Valentina! Ya has llegado.

En el momento que la puerta se abrió, Juliana se encontró milagrosamente libre y retrocedió.

—Mamá, has sido muy mala. No le dijiste a Juliana quien era yo.

—¡Válgame Dios!—la señora Borges se notaba incomoda—Te lo explicaré, Valentina... ella se adoptó tan bien y estaba tan aterrorizada ante la idea de conocerte... —le lanzó una mirada de disculpa a Juliana.

No sabía que la señora Borges había adivinado lo mucho que temía al conocer a su hija. El realidad, hubo varias ocasiones en la que la señora Borges trató de hacerla hablar del juicio, pero siempre se negó hacerlo. Era probable que la señora tratará de descubrir sus sentimientos hacia su hija.

—No quería perderla antes de que ella tuviera oportunidad... de conocerte —concluyó la señora.

—Pues bien mamá, estuviste a punto de hacerlo; pensé que iba a desmayarse cuando me vio. No es la reacción que una espera de jóvenes encantadoras.

—Ah, Valentina —exclamó la señora con cariño —estoy segura de que Juliana no haría algo así —se volvió hacia la mencionada —. Debo disculparme, querida, debí haberte dicho quien era Valentina, pero es verdad que temía perderte.

Sentencia |Juliantina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora