Capítulo 9.

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La quería. A Juliana no le cabía la menor duda de ello.

Sobre lo que sí tenía dudas, era sobre las desigualdades básicas de su relación. Esas disimilitudes daban lugar a dudas, más dolorosas porque no podía expresarlas. Sus instintos y su educación le decían que dos personas que no tenían respeto y confianza mutuos, nunca podrían conseguir una buena relación y Valentina ni la respetaba ni confiaba en ella. No podía.

A pesar de la acumulación de trabajo, que resultó ser mucho más de lo que pensaba la señora Borges, Juliana todavía encontraba tiempo para cavilar sobre sus dudas personales. Si Valentina fuera seria en sus intenciones, habría discutido con ella el juicio, oiría su lado de la historia. Sin embargo, nunca mencionaba el tema.

Pero eso no significaba que no estuviera presente. Quizá ella esperaba que lo sacara a colación, y Juliana no quería hacerlo. Ya una vez dejó muy claro que no la creía, en público, en el tribunal y si Valentina no confiaba en ella en ese momento, ella no sabría qué hacer. Su orgullo exigiría que terminara su relación, pero, ¿tendría la fuerza de voluntad para hacerlo?

Ella sabía que era posible amar a alguien sin respetarlo; pero, ¿deseaba ese tipo de amor? Tal vez Valentina estaba contenta de no saber la verdad. Después de todo, no tenía que apreciar o respetar a una persona con quien tenía una breve aventura amorosa.

¿Sería eso lo que era para ella? ¿Una aventura amorosa? ella no le daba esa impresión; no obstante, pensó con cinismo, pocas mujeres querrían darla. Sin embargo, al conocer mejor a Valentina, le juzgaba como mujer escrupulosamente sincera en su trato con los demás, sin importar lo dolorosa que esa sinceridad pudiera ser para ella o para ellas.

Había organizado bien los arreglos preliminares para el baile. Ya habían fijado una fecha para que la señora Borges, Juliana y la compañía que proporcionaría el techo de lona, visitaran la casa de Valentina, para comprobar si era adecuada para la ocasión.

La señora Borges no dijo si su hija estaría allí o no, y Juliana no se atrevió a preguntar.

La llamó una tarde y el corazón se le aceleró al oír su voz. Le dijo que ya habían terminado el caso en el que trabajaba y luego agregó que esa noche no podría verla. Tal vez su silencio le transmitió lo que ella sentía, porque de pronto agregó, con la voz ronca:

—Ahora mismo voy para allá, Juliana.

—A tu madre le alegrará mucho verte —respondió con voz débil, tratando de controlar las emociones que bullían en su interior—. Tiene que hablar contigo acerca de algunos detalles para el baile —después de eso, fue a buscar a la señora Borges—. Valentina acaba de llamar —dijo ruborizada—. Viene para acá.

—¿A verme a mí? —inquirió la señora Borges, levantándolas cejas, y Juliana sintió que aumentaba su rubor.

—Yo... yo le dije que usted querrá discutir con ella los arreglos para el baile —parecía turbada y se sintió más aún, cuando la señora Borges soltó una carcajada.

—¿De verdad? Bien, estoy segura de que no es eso lo que la trae aquí, Juliana. Por favor, no te preocupes —agregó con gentileza—. No tengo intenciones de interferir entre ustedes, pero fue bastante evidente en Boston que mi hija estaba muy interesada en ti. Ella no tiene la costumbre de venir a verme sin previo aviso.

—Yo... espero que a usted no le moleste —dijo Juliana con torpeza. La señora Borges levantó las cejas y exclamó con franqueza:

—¡Por Dios, Juliana, claro que no me molesta! ¿Por qué habría de molestarme? Si Valentina decide salir contigo y tú aceptas, es asunto tuyo. ¿Qué te hizo pensar que me molestaría? — preguntó. El juicio, su situación en la casa de la señora Borges, la falta de posición social y riqueza de su familia, todo pasó rápidamente por la mente de Juliana, pero no podía hablar. Como si le hubiera adivinado el pensamiento, la señora dijo en un tono gentil—: Juliana, querida, me agradas mucho. Me agradaste desde el primer momento en que nos vimos y ese afecto ha aumentado durante el tiempo que has trabajado para mí. Le he dicho a Valentina que ya es hora de que encuentre una esposa y me dé nietos —sonrió y luego agregó en un tono más serio—: Me alegro de que hayas superado sus diferencias, Juliana, y si mi hija logra convencerte de que te vuelvas parte de la familia, estaré encantada —le dio un beso, sonriendo por su confusión y agregó, bromeando—: En cuanto a los arreglos para el baile, creo que puedo dejar que ustedes los discutan.

Sentencia |Juliantina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora