Capítulo 5.

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Juliana abrió la puerta justo en el momento que Valentina llegaba a ella. Si Valentina se sorprendió, no lo demostró, pero por otra parte, pensó con amargura que era una experta en ocultar sus emociones, pues recordaba como había permanecido distante y reservada durante el juicio, cuando ella sabía lo furiosa que debió estar cuando el caso fue sobreseído.

—¿Todavía trabajando?

 Sin darse tiempo de reflexionar, Juliana dijo en tono cortante:

—Quería hablar con usted.

Retrocedió hacia el estudio, pensando que la seguiría, pero se detuvo cuando oyó que le decía:

—Ahí, no, si no le importa. Prefiero tener nuestra conversación con comodidad. Por aquí —Juliana se estremeció cuando le tocó el brazo, dejándose guiar por ella.

Cuando encendió la luz, Juliana vio un par de cómodos sillones y un escritorio similar al que había en el estudio. —Esta asegura aquí. No soy ninguna vampira sedienta de sangre de vírgenes jóvenes.

Se burlaba de ella, por que la vio nerviosa, eso era todo. Pero sus palabras hicieron que Juliana dijera con voz ronca;

—Si lo fuera, no estaría de suerte. Las vírgenes son algo raro hoy en día.

—Ah, no sé ...Andan por ahí, siempre que sepa uno donde encontrarlas.

—Yo creo que ese tipo de actitud se había acabado con los victorianos mojigatos.

-¿Es siempre tan ingenua, que se toma al pie de la letra todo lo que uno le dice?

—¿Por qué no habría de hacerlo? Supongo que es porque usted cree que yo ... por lo que pasó con Lorenzo—Juliana temblaba de ira—. Supongo que cree que me acosté con mi primo... que le chantajeé para que robara a su compañía, debo estar al tanto de todos los  vicios que existen, ¿no es así?

—No necesariamente—la suave respuesta la detuvo en seco—. Además, afirmó que usted y su primo no eran amantes y qué no era responsable de los robos, ¿recuerda?

—Pero usted no me creyó, ¿verdad? —Replicó Juliana—. Por eso quiere deshacerse de mí, porque no cree que sea la persona adecuada para trabajar con su madre. Estoy segura de que está deseando que me vaya de aquí, que quiere echarme a la calle, o mandarme a la cárcel. Pues créame, me encantaría complacerla. De hecho, no hay nada que me gustara más que irme de aquí ahora mismo, así no tendría que volver a verla nunca, pero no puedo.

Se detuvo para tomar aire, consternada al ver lo alterada que estaba. Sentía que las lágrimas le quemaban los ojos y le cerraban la garganta. Quería gritar y llorar; quería pegarle y hacerle sentir lo mismo que ella le hacía, lo que le había hecho con su cruel interrogatorio en el juicio. Pero sólo podía temblar, y terminó de hablar con voz ronca:

—Su madre me necesita. Entiendo lo furiosa que ha de estar porque esté aquí, pero sin importar lo que piense de mí, le aseguro una cosa —levantó la cabeza y la miró con desafío—; su madre es la persona más bondadosa, más compasiva que he conocido y en vez de lastimarla, yo...

—¿Aguantará mi indeseable presencia? —ella se le quedó mirando y su apasionado arrebato se detuvo con la irónica pregunta—. Estoy de acuerdo con usted, por lo menos en lo que se refiere a mi madre. También estoy de acuerdo en que ella la necesita y, de hecho, si me hubiera dejado hablar, le habría dicho lo mismo. Mi madre no se siente bien y necesita a alguien en quien confiar. Parece que ha encontrado a la persona ideal en usted. Igual que usted, no quiero lastimarla.

Sus calmadas palabras, en contraste con las agitadas de ella, la enfurecían.

¿Cómo era posible que siempre lograra vencerla?

Sentencia |Juliantina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora