Final.

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Juliana, ha habido un cambio de planes —comentó la señora Borges una semana después, al entrar en el estudio—. Saldremos para Abbotsfield esta tarde. Ya lo he organizado todo con la gente del banquete. Valentina estará allí, y nos quedaremos unos días. Ella quiere mi opinión sobre unas restauraciones que quiere hacer, así que tendrás que llevar algo de ropa.

El enérgico tono de la señora sorprendió a Juliana, al igual que su anuncio.

¿Cuándo había sucedido todo eso? Ella estuvo detrás de su escritorio toda la mañana y nada sugirió el cambio de fechas. Al sentir que había descuidado sus deberes de alguna forma, Juliana quiso preguntar cuándo se habían producido esos cambios, pero la señora Borges ya había salido.

Necesitaría el expediente con la información que había recopilado para el baile. ¿Dónde estaba? Aturdida, Juliana buscó en su escritorio y finalmente lo encontró en el archivo. Ya casi era la hora de comer. ¿A qué hora saldrían? Ya había revisado el correo de esa mañana y no contenía nada importante, así que tal vez le conviniera subir a guardar sus cosas.

No quiso detenerse a pensar en el efecto que le produciría compartir la misma casa con Valentina. Tendría que tratar de no cruzarse en su camino, lo cual no debería ser difícil, pensó sombría. Ella ya debía haber hablado con Charlotte y estaría ansiosa por evitar a Juliana, igual que ella.

En el trayecto a la casa de Valentina, la señora Borges estuvo más callada de lo que Juliana la había visto jamás, y no dio ninguna explicación acerca del cambio de fechas de la reunión.

Juliana no conocía Oxford ni sus alrededores y le habría gustado saber un poco más acerca de la región, aunque sólo fuera para apartar de su mente a Valentina, pero el silencio de la señora no la animaba a hacer preguntas.

No pasaron por la ciudad de Oxford en sí y Juliana pronto perdió el sentido de la dirección, al cruzar veredas campestres. De pronto, allí estaba la casa, en un promontorio desde donde se podían contemplar los alrededores. El coche se detuvo frente a la entrada principal.

Una mujer regordeta y sonriente salió a recibirlas.

—Juliana, ésta es la señora Middleton, el ama de llaves de Valentina —anunció la señora Borges—. Ella y su marido cuidan la casa cuando Valentina no está aquí.

La señora Middleton tema unos cuarenta y tantos años, y un aire de enérgica eficiencia.

—Valentina avisó que estaría aquí para la hora de la cena. Le he arreglado su habitación de costumbre, señora Borges. Y me pidió que la instalara a usted en la habitación de la Reina Valentina, señorita Valdés —le dijo a Juliana—. Dicen que durmió allí una vez —agregó como explicación, y las guio al interior.

Al seguirla, Juliana se preguntó si toda la casa tendría el mismo ambiente cálido y acogedor que la habitación donde se encontraban. Esa debió ser la habitación más importante de la casa, reflexionó, al mirar hacia arriba y ver una galería. En los retablos que estaban encima de la enorme chimenea, había una corona y un lema en latín.

Valentina no llegó a tiempo para la cena y, a pesar del pánico que le daba verle, Juliana sintió una aguda desilusión.

Ni ella ni la señora Borges alabaron la excelente cena que preparó la señora Middleton y Juliana no culpó al ama de llaves por fruncir el ceño al retirar los platos.

—Juliana, me siento fatigada. Voy a acostarme temprano —murmuró la señora Borges al salir el ama de llaves.

Ella también haría lo mismo, decidió Juliana. Así, pospondría el encuentro con Valentina un día más. Subió a su habitación y se llevó unos documentos con los nombres de los asistentes a actos anteriores de la institución.

Sentencia |Juliantina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora