9.- Estoy aquí.

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Profundo.

Cada vez más profundo.

Déjate caer hacia la oscuridad, húndete en un mar desconocido; no hay nada qué temer.

Deja que tu cuerpo pese, deja los pensamientos arriba y húndete en ti.

Eso es... ya casi lo tienes...

Respira lentamente... Deja que el aire llene tus pulmones y circule libre por tu cuerpo eliminando cualquier elemento tóxico que resida en tu interior.

Muy bien.

Ahora hazlo de nuevo.

Una vez más...

Ya hemos llegado. Tómalo con calma, no tengas prisa y, sobre todo, recuerda por qué has vuelto aquí, a este momento.

Recuerda para qué has venido.

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Siento los ojos tan pesados que apenas puedo abrirlos. A pesar de eso, puedo sentir la claridad anaranjada al otro lado; un atardecer de verano. Hay ruidos en el exterior del piso, pero el sonido está opacado, hundido en una burbuja aislante.

Decido abrir los ojos lentamente, sin prisa, tal y como ella me lo ha dicho. Mi respiración está en calma, pero el corazón me late rápido ante los arrolladores recuerdos que esa casa guarda para mí.

Me incorporo, abrazo mis rodillas y miro hacia el largo pasillo que se abre delante de mí. Detrás, está la pesada puerta que se cierra con grávidas llaves y cerrojos que, en aquella época, no entendía cómo funcionaba. El parqué de madera está desgastado, algo rayado y en algunos lugares disimulados, levantado. Eran cicatrices de mudanzas, de experiencias vividas, de carritos de bebé y lugar de juegos desmedido. Al deslizar el dedo por las muescas, puedo sentir la misma sensación de antaño.

Me ha costado ponerme en pie, pero por fin lo he hecho. Los fuertes rayos de sol que se cuelan desde un amplio ventanal de una sala en la derecha crea un mar anaranjado que baña todo el piso. Hace calor, y el silencio es relajante.

Un paso, después otro. Mis pisadas hacen un ruido agradable y metódico. Deslizo mis dedos despacio por el gotelé de las paredes del pasillo, y permito que el cosquilleo inunde mis yemas.

Una de las primeras salas que el pasillo abre es de donde proviene toda la luz, del salón. Tiene una puerta amplia y doble, de madera clara y cristales decorados. Ambas puertas están abiertas de par en par y entonces recuerdo que, cuando era pequeña por las noches de sábado, mi hermana y mi padre se quedaban hasta tarde para ver alguna buena película de terror en el salón. A veces mi madre también se quedaba, pero ella dormía en el sofá colindante. Siempre me mandaban ir a dormir cuando ellos querían ver la película. Nunca me permitían acompañarlos por el miedo de que pudiera tener pesadillas. Lo que ellos no sabían, era que me escapaba para ver una difuminada pantalla del televisor de tubo a través del ventanal de la puerta hasta que me rendía al no ver nada, y decidía volver a la cama..

Esta vez las puertas están abiertas, y el salón ordenado está vacío. Hay una larga mesa de madera a mi izquierda, con fotos y recuerdos en su centro. Hay una mesa de cristal en el fondo de la sala (enfrente a mi posición) donde duermen más recuerdos. El amplio sofá donde solía esconderme cuando me querían cortar las uñas de los pies está intacto con ese color azul oscuro. El televisor reluce dormido. Esta vez no hay dibujos que me estén esperando. Tom y Jerry habían descansado de sus constantes peleas. Al lado del mueble del televisor y del mencionado, hay un equipo enorme de música que utilizaba como si fuese una mesa de mandos para aparatos demasiados complicados como para existir. También hay muchas películas de Disney ordenadas por colores. El balcón de metal de los amplios ventanales habían sido testigos de cómo tiraba mis peluches por ahí cuando simplemente quería jugar con la gravedad, y el olor a mandarina pelada me enreda durante unos segundos en el sofá.

52 retos de Escritura // 2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora