8.- Alcyone

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La grandeza de los astros... Cada noche asoman en el mismo recorrido, centelleantes e imparables por la cúpula celeste que se abre entre los afilados edificios de la ciudad de Washington. Alcyone había aprendido mucho del universo gracias a él, y ahora su recuerdo simplemente se mantenía tan lejano de ella como aquellas estrellas que brillaban en un cielo despejado, expectantes.

Hubo una época en la que ella brillaba en lo más alto de los cielos. Una época en la que ella bailaba con el polvo estelar y era admirada por miles de seres de todo el mundo allá donde pisaba. Su belleza solo era comparable con el mismo océano: peligroso, salvaje, pero perfectamente hipnótico. Pocas personas saben cómo amar al mar caprichoso, pero él supo cómo hacerlo.

Ocurrió como un acontecimiento primitivo del mismo universo. Solo cuando el cielo y el mar se hicieron uno mismo, los dioses bajarían para pisar la mancillada Tierra. Apenas lo haría en un destello sutil que recorrería toda la esfera, y por primera vez, no había diferencias.

Cuando el mar pudo besar el cielo, se realizó un enlace que quedaría grabado en las grietas más abisales del océano y en las estrellas más lejanas del universo.

Quizá fue en ese momento, en el que él bajó de su propio universo complicado embelesado por la belleza de la naturaleza de ella, en el que todo cambió.

Poco importaba ya en aquellas alturas. Ya no había noches de risas bajo las estrellas. Ya no quedaban bailes adolescentes en un sentimiento latente. Tampoco quedaban huidas alocadas dignas de un libro romántico y dramático de 1597.

Todo se había esfumado, y ahora solo quedaba su alegría en nebulosas de acuarelas en su mente, las cuales comenzaban a borrarse a causa de la sal del mar.

Ella era el mar, y el cielo a su vez. Una quimera perfecta elegida por los seres más primitivos de una dimensión lejana. Una raza que haría temblar a los ángeles, a los Dioses más conocidos de aquella tierra. Ella era la única que mezclaba dos dimensiones perfectas en un solo cuerpo.

Entonces entendió, tras mucho observar los amaneceres y atardeceres, que los astros jamás tocarían el mar. Tampoco su propio cielo. Todo provenía de una ilusión falsa de una perspectiva enamorada. Entendió que el día en el que el astro que ella algún día amó colisionase con su cielo y mar, sería el cataclismo que pondría un fin a todo lo que ella era, rompiéndolo por completo.

Estaban condenados simplemente a bailar uno alrededor del otro en el basto universo, lejos, nunca uniéndose. Nunca recorriendo la inmensa distancia del universo para encontrarse y unirse en una bella supernova.

Tuvo que aprender a amarlo en la distancia; Convenciéndose de que jamás podría volver a tocar aquella bonita ilusión que le hacía ascender a la nebulosa más bonita del multiverso.

Sabiendo que nunca más volvería a ser suyo por su propio confinamiento.

Él, que siempre había sido su refugio cuando sus alas se rompían en el intento al aprender a volar, y también la balsa que le sujetaba cuando se ahogaba en su propio vaso de agua. Él ya no estaba porque ella se había ido.

Qué mala elección fue irse. Jamás hubiera querido marcharse si supiese su actual futuro, su ahora presente.

"Quédate, por favor." Hubiera sido tan fácil hundirse entre sus brazos una noche más e ignorar al resto del mundo...

Pero se marchó, creyendo que hacía lo mejor. Se marchó saliendo del cuento de hadas de mala manera. Había sido como estar entre nubes de algodón y desplomar hacia tierras áridas en una caída que no disminuía la alta velocidad.

El golpe había sido fatal, y había tenido que aprender a lamerse las heridas y seguir adelante.

Aquella noche donde la lluvia violentaba salvajemente el cristal del coche aún podía recordarla como si fuera el mismo día, jugando con los afilados carámbanos de agua entre sus dedos. A pesar de la dura tormenta que arreciaba aquella noche, él se quedó bajo la afilada lluvia viendo como el coche desaparecía en la lejanía esperando que, quizá, volverían a verse alguna vez.

52 retos de Escritura // 2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora