Capítulo 4: Las decisiones que toman por ti

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Después de nuestra charla en los acantilados, las cosas se relajaron en mi relación con Miyeon. Para la última clase de aquella semana, podíamos hablar tranquilamente entre ambas, incluso con alguna broma de por medio. Debía reconocer que, bajando las barreras, Miyeon me parecía una persona mucho más interesante que antes. E incluso podía decir que más bella si cabe.

La clase estaba siendo animada. Miyeon ya empezaba a dominar las escalas con ambas manos y le estaba enseñando una de las canciones con las que solía empezar con mis alumnos. Era bonita y sencilla para empezar y Miyeon le estaba tomando soltura a teclas. Me sorprendía la facilidad con la que, en pocos días, había aprendido lo que a muchos les contaba semanas de ganar habilidad con el instrumento. Estaba orgullosa de ella.

- ¿Qué le parece cómo está sonando la canción, profesora? - me preguntó Miyeon una vez hubo terminado la canción por tercera vez aquel día. 

- La verdad es que me está dejando impresionada, señorita Cho. - le contesté de la manera más sincera que pude. - Jamás había visto a alguien aprender a tocar esta canción con una sola clase. ¿Está segura de que no había tocado nunca el piano antes de mi llegada?

- Si le soy completamente sincera, es cierto que puede que le hubiera echado un vistazo al instrumento alguna vez. Pero no a este, sino a uno que tenían en el lugar en el que estudiaba. Las monjas no me dejaban tocarlo con frecuencia, ya que no sabía cómo hacerlo y no querían escuchar a alguien que no tenía ni idea de tocar un instrumento "sagrado" para ellas. - cuando se rio, yo imité su acción. - En fin, es cierto que siempre me ha llamado la atención y que, por instinto, intentaba hacer que sonara, pero nunca nada serio. Así que, sinceramente, le tengo que agradecer a mi madre el que pensara que aprender piano iba a ser una buena manera de agradar a mi futuro marido. - el ambiente cambió en ese momento. Miyeon fue cambiando su cara a medida que iba diciendo las últimas palabras y, finalmente, suspiró. No sabía si debía preguntar o no, pero, si necesitaba sacar cosas que le estaban oprimiendo el pecho, podría ayudarla de alguna manera.

- No sé si me estoy metiendo en un tema por el que no debería preguntar, pero veo que ha terminado hablando con cierta pena. ¿Hay algo que me quiera contar para que pueda ayudarla o para que se sienta mejor? - Miyeon me miró a los ojos y reflexionó por un par de minutos lo que debería hacer a continuación. 

- Solo nos conocemos de una semana y estoy convencida de que, en la mayoría de las circunstancias, habría pensado que usted está loca por preguntarme por algo tan personal. Pero, precisamente por el hecho de que es usted alguien que no me conoce, puede que tenga mayor perspectiva sobre las cosas que me han pasado en la vida. - respiró y le dediqué una sonrisa tranquilizadora antes que empezara a hablar. - Supongo que mi madre ya le habrá contado que estoy prometida a un hombre que debía haberse casado con mi hermana. Shuhua, mi hermana mayor, era muy protegida por mi madre. Desde muy pequeña, al ser la primogénita, tanto ella como yo sabíamos que iba a tener que casarse con alguien de posición económica importante para poder relacionar a nuestra familia con el poder que había perdido en las últimas generaciones. Yo, sin embargo, tenía más libertad. De ahí que a ella le pusieran un tutor para que la educaran desde casa y mi madre la pudiera controlar, mientras que a mí me mandaron a un centro de monjas para que estuviera más cerca de Dios, según mi madre, y entrara algún día en una orden religiosa y así no tener la carga de tener que cuidar a dos hijas. Sin embargo, mi hermana no estaba preparada para vivir la vida que mis padres habían fijado para ella. Shuhua quería ser libre, viajar e incluso se involucraba mucho con las cosas que hacía mi padre. Si hubiera sido hombre, estoy convencida de que podría haber sido una digna sucesora suya. Cuando cumplió los 18, mis padres hicieron una gran puesta de largo para ella a la que acudieron varios hombres mucho mayores que ella y le pidieron su mano a mi padre para casarse con ella. Era inevitable no quedarse prendado de su belleza. El señor Yuto Adachi fue quien hizo la mejor oferta a mis padres y, por eso, la prometieron a él. Realmente, no lo he visto nunca, pero, por las cartas que me mandaba mi hermana, el hombre era más o menos de su edad y apuesto, pero Shuhua simplemente no podía estar atada a alguien. Intentó hacer que mis padres cambiaran de opinión, pero, especialmente mi madre, se enrocó en que no había manera que mi hermana no se casa con él. Intentó que aquel hombre le gustara, pero no podía y amenazó a mi madre con que se quitaría la vida si la casaban con él. A falta de pocos meses para la boda y, ante la incomprensión de mis padres, Shuhua escribió una carta diciendo que no aguantaba la presión que habían puesto sobre ella y se quitó la vida tirándose por los acantilados. - Miyeon paró para recuperar un poco el aliento y secarse las lágrimas que no paraban de caer por sus ojos antes de seguir. - El señor Adachi se enfadó con mis padres cuando se enteró, ni siquiera preocupándose por el hecho de que mi hermana se hubiera muerto, ya que ya le había entregado parte de su ofrenda de casamiento a mi padre y, o se la devolvía o debía encontrarle otra esposa. Evidentemente, ahí es donde entré yo. La verdad es que en todo el momento entendía la presión a la que estaban poniendo a mi hermana, pero no es lo mismo leerlo en cartas que vivirlo en tu propia piel. Está claro que yo no tengo la valentía que tuvo mi hermana para quitarse la vida al no poder llevar a cabo las cosas que uno quiere, pero soy evidentemente infeliz teniendo que hacer lo que otros han marcado para mí. - después de decir todo aquello, me mantuve en silencio esperando que dijera algo más, pero, como no lo hizo y yo tampoco sabía qué decirle porque no había tenido que vivir algo parecido, la abracé un par de minutos. Cuando me separé, me encontré con su sonrisa. - Sé que no sabe qué decir, pero que sepa que le agradezco que me haya escuchado. - yo le sonreí.

- De nada y siento no poder decirle algo más. Pero, ¿le parece si vamos a dar un paseo antes de la comida? - me sentí un poco estúpida por no poder decirle nada más, pero, si podía, quería que se despejara.

- Me parece bien. - y se levantó para yo salir detrás de ella de la habitación.

Una mujer en llamas - MIMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora