Capítulo 8: Anelos imposibles

367 54 3
                                    

Ya quedaba menos para que me marchara de la isla. Sin apenas haberme dado cuenta, llevaba allí un mes y medio que se me había hecho excesivamente corto. Lo iba a pasar mal cuando tuviera que irme.

La realidad era que mi día a día no había cambiado mucho en todas aquellas semanas. Por las mañanas, madrugaba para ir a pasear con Miyeon y, si la temperatura era agradable, nos mojábamos los pies en la playa.

Después de un desayuno con la señora Cho, a quién le había cogido hasta cierto cariño y respeto, tenía clase de piano con la castaña. Miyeon había adquirido una destreza bastante increíble con el piano. Estaba muy orgullosa y feliz por ella, dado que su perseverancia me había demostrado que podía conseguir grandes cosas en la vida. Estaba segura de que llegaría a conseguir todo aquello que se propusiera. También, durante aquellas sesiones, Miyeon aprovechaba cualquier oportunidad que tenía para besarme, a veces demasiado apasionadamente. Una de aquellas, Soojin entró en la habitación casi sin llamar y tuvimos que separarnos rápidamente. Aun así, la señora Cho fue capaz de notar la respiración ligeramente entrecortada de su hija, pero no llegó a decir nada.

Por las tardes, me había unido brevemente a las meriendas que tomaban las dos mujeres de la casa, a pesar de que yo no merendaba en mi día a día, pero Miyeon había insistido demasiado y no podía negarme a cualquier cosa que me pidiera esa preciosa carita que tenía. Una vez ambas se iban a dar su paseo diario, yo había tomado la rutina de tocar al piano por mi cuenta. Sin ser muy consciente de ellos, había empezado a componer canciones nuevas, cosa que no me pasaba desde incluso semanas antes de haber llegado a la isla. Me encontraba en una sequía de inspiración y estaba convencida de que mis experiencias y vivencias en aquella casa habían conseguido que las ideas volvieran a mí. Estaba agradecida a Miyeon por ello.

Por las noches, Miyeon se escabullía a mi habitación y disfrutábamos mutuamente de la compañía de la otra, en un mundo donde aquello que hacíamos estaba bien y nadie nos iba a juzgar por ello. Era absurdo pensar que podían no descubrirnos, porque era lo más probable que pasara, pero no quería pensar en ello. No podía si quería aprovechar cada minuto que me quedaba en aquella casa.

Porque era verdad que tenía miedo a muchas cosas. A pesar de que lo habíamos planteado como una simple aventura más, nunca había conocido en profundidad a las personas con las que tenía aquellos encuentros, excepto en el caso de Yuqi. El hecho de que había tenido la oportunidad de conocer a Miyeon hacía que me atrajera como algo más que meramente físico. Pensaba en ella como algo más que una simple amiga, como si pudiera llegar a ser mi pareja, aunque no fuera realista, pero no podía evitar pensarlo. Sabía que no tenía sentido y que nunca podría ser, por muchas razones. La primera porque éramos dos mujeres viviendo en el siglo XVII y la segunda porque, un par de días después que yo, Miyeon se marcharía a Japón para casarse. Era imposible que esa boda no se celebrara, a no ser que a la castaña le pasara algo como a su hermana, pero no veía a Miyeon capaz de quitarse la vida. Y, además, yo haría todo lo posible para que no fuera así.

Muchos de aquellos pensamientos los estaba arrojando en la canción que me había dedicado a componer desde hacía un par de días atrás. Era triste y dolorosa. Era una mezcla de emociones, como las que fluían por mi interior en aquellos momentos. Cuando terminé de tocar, me encontré con un ligero aplauso en mi espalda. Al girarme, me encontré con Miyeon sonriendo.

- Nunca te había escuchado tocar esa canción. ¿La has compuesto tú? - me preguntó, mientras se acercaba.

- Sí, llevo un par de días con ella. ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar paseando con tu madre? - me había sorprendido su presencia, dado que no pensaba que nadie escucharía una composición así sin que estuviera completamente terminada y me daba algo de vergüenza que fuera precisamente Miyeon quien lo hubiera hecho.

- Le he dicho que no me encontraba muy bien del estómago y que prefería reposar. Pero era solo una excusa para pasar más tiempo contigo. - había recorrido toda la sala del piano y se encontraba delante mía. Inclinó su cabeza y me empezó a besar por el cuello. Por mucho que me gustase, después de haber tocado aquella canción, no estaba con las ganas de hacer algo con ella en ese momento.

- Miyeon, para. Ahora no es el momento. Puede entrar Soyeon en cualquier momento. - intenté separarla de mí, poniendo aquella excusa un tanto barata.

- No te preocupes. Ha salido a acompañar a mi madre. Estamos completamente solas. - Miyeon intentó seguir besándome y acariciándome los pechos, pero yo seguía sin estar bien para aquello.

- Por favor, para. - le dije, apartándola de golpe.

- Pero ¿qué te pasa? Nunca has rechazado estar conmigo. - cuando vio mi cara triste, cambió su tono. - ¿Qué tienes por la cabeza? Sabes que puedes contarme lo que te preocupa.

- Lo sé, pero es complicado. - bajé mi cabeza para mirarme las manos, pero Miyeon volvió a levantar mi rostro para que la mirara a ella.

- Por favor, cuéntamelo para que lo podamos solucionar. - a aquella carita de niña buena no le podía decir que no a nada.

- Está bien. Simplemente había imaginado cómo sería que tú y yo pudiéramos ser algo más que amantes a escondidas. Cómo sería ir contigo paseando sin que nos quisieran quemar en la hoguera o poder formar una familia. No sé, ilusiones de niña pequeña, supongo. - Miyeon se rio ante aquello que dije.

- Por desgracia, eso nunca va a poder pasar. No podemos vivir de fantasías y, al final, la vida es la que es y debemos aceparla, por mucho que nos cueste. - dijo la castaña.

- Pero ¿no sería bonito vivir así? - la miré emocionada, mientras que ella me dedicó una mirada que no supe entender en aquel momento. Acarició mi rostro, lo que me hizo cerrar mis ojos ante su tacto y los volví a abrir, para ver cómo se encontraba a unos centímetros de mí.

- Siempre podemos vivir de fantasías los pocos días que nos quedan. - y me volvió a besar para empezar una nueva sesión de placer y deseo encima de aquel viejo piano que nos había juntado.

Una mujer en llamas - MIMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora