Capítulo 5: Errores que saben bien

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Una nueva semana más había pasado en la isla de Jeju. Miyeon avanzaba bastante deprisa en sus habilidades con el piano, las cuales me estaban dejando cuanto mínimo muy sorprendida. No conocía a nadie que fuera capaz de tocar así de bien en dos semanas de trabajo duro. Era cierto que, después de las lecciones, Miyeon había tomado la costumbre de seguir practicando por su cuenta, por lo que tenía sentido que se le diera mejor que si no hacía nada más que cuando yo le pedía que tocara en las horas lectivas, pero, aun así, su capacidad para adaptarse al instrumento habrían impresionado incluso a los mayores prodigios.

Además de las clases, antes del desayuno de todas las mañanas, Miyeon me empezó a acompañar a pasear por la playa. De una manera más ligera que simplemente con la relación alumna-profesora, puede conocer más a la castaña. Me hablaba sobre sus gustos, sobre pequeñas anécdotas de cuando era pequeña, sobre su familia e incluso sobre Shuhua. Se la notaba feliz recordando momentos de su infancia juntas, aunque siempre acababa algo triste. Yo intentaba que esa tristeza se le olvidará con alguna de mis bromas o con algunas historias de cuando era más pequeña y de mis viajes al extranjero. Miyeon no había salido prácticamente de la isla, a pesar de que sus padres habían hablado muchas veces de ir a la capital, por lo que decía que le gustaba que yo le hablara de los lugares que había visitado y de los cuales había conocido muchas cosas interesantes.

Entre ellas, canciones para piano como la que le estaba enseñando en la última clase de aquella semana. Era de un nivel un poco más avanzado de lo que había visto hasta el momento, y le había advertido de que no se frustrase si no se le daba igual de bien que las demás al principio, pero Miyeon se encontraba emocionada por seguir aprendiendo, lo cual sacaba mis mejores sonrisas.

- A ver, señorita Cho, será mejor que utilice el dedo meñique en este caso. Le dará más movilidad a la hora de tocar algunas notas. - le comentaba, imitando con mi mano cómo debía hacerlo.

- Señorita Kim, ¿le puedo hacer una pregunta que no viene a cuento con lo que estamos haciendo ahora mismo? - me preguntó, girando su cuerpo para mirarme directamente. Yo fruncí el ceño un poco.

- Claro, pero ¿sobre qué exactamente?

- Sobre cómo nos tratamos. Entiendo que debemos mantenernos un cierto respeto, pero nuestra relación es bastante amistosa y agradable, por lo que pretendía preguntarle si estaría bien que dejáramos de tratarnos de usted y que nos habláramos por nuestros nombres. ¿Qué le parece mi propuesta? - me extrañó que quisiera que nos habláramos tuteándonos. Nunca lo había hecho con nadie, únicamente con mis hermanos cuando éramos muy pequeños, pero no me molestaba si ella quería y se sentía más cómoda de esta manera.

- Por descontado que no, pero me llama la atención que quiera hacerlo. - me miró frunciendo el ceño y entendí mi error. - Perdón. Me llama la atención que quieras que nos llamemos de tú. No lo hago con nadie, ni siquiera con la gente que se supone más cercana. ¿No le parecerá extraño a tu madre?

- Es cierto que no lo entenderá porque vive pensando que todo el mundo debe mantener unos mínimos modales, para ella, imprescindibles, pero me da igual. De verdad, creo que tenemos una buena amistad y podemos dejar los formalismos de lado. ¿No te parece, Minnie? - reí ligeramente.

- Me parece muy bien, Miyeon. - nos sostuvimos la mirada por lo que podía haber sido una eternidad. Sabía que estaba cometiendo una imprudencia con ello, pero no me dio tiempo a pensarlo mucho cuando ella ya había vuelto su vista al piano e intentaba de nuevo tocar la canción que la estaba martirizado aquella clase.

Aquella misma tarde, Miyeon se fue a pasear con su madre, mientras yo me quedaba pensando en el piano. Tocar aquel instrumento siempre había sido una manera para distraerme y de no ponerme a pensar en ciertas cosas que habían pasado conmigo, era una manera relajada de acabar el día. Incluso cuando mi padre me consiguió un viejo piano para poder practicar en casa, lo hacía a última hora del día para poder liberarme de mis pensamientos por un momento. Sin embargo, no conseguí aquel día olvidarme de lo que rondaba por mi cabeza.

Miyeon me interesaba, me llamaba la atención. No había manera de esconderlo en aquel punto. No era la primera mujer que me había interesado en mi vida, por lo que sabía distinguir lo que me estaba pasando, pero saberlo tampoco ayudaba a la situación. No sólo iba a dejar de verla en un mes y medio, sino que además estaba prometida con un hombre. Esto segundo no hacía que no pudiera gustarle yo, pero seguíamos viviendo en un mundo donde esto que sentía estaba mal. Ya me había traído problemas en el pasado enamorarme de una mujer y no es que tuviera ganas de volver a tener problemas. La señora Soojin me había demostrado que era bastante estricta con respecto a cómo debía ser su hija, así que no creía que la hubiera educado en pensar siquiera que existía la posibilidad de que se enamorara de una mujer. Todo aquello, evidentemente, teniendo en cuenta que a Miyeon le pudiera interesar yo, porque me parecía algo completamente imposible.

Respiré profundamente, poniendo mis manos sobre las sienes. No podía volver a caer. No podía volver a sentir algo por alguien con quien iba a acabar de una mala manera. Pero, si aquello estaba mal, ¿por qué se sentía tan bien sentir algo por ella? ¿Por qué otros me tenían que decir que mis sentimientos no eran legítimos o correctos? ¿Dónde decía Dios que esto que se sentía tan bien me iba a llevar a pudrirme en el infierno? Porque, si iba a acabar junto a Satanás, estaba convencida de que sus llamas serían lo más placentero que podía existir.

Decidí que ya estaba bien por aquel día y, sin tomar nada ni volver a ver a nadie más que no fuera Soyeon preguntándome si deseaba algo más, me acosté en el catre de mi cuarto para sumergirme en los brazos del sueño y en mis sueños, donde solo existíamos Miyeon y yo. 

Una mujer en llamas - MIMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora