[12] La que se te arma.

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—Eres muy lindo. —le dije al caballo blanco que cepillaba.

Resulta que no hay mucho por hacer aquí, todos tienen sus cosas y solo me llaman cuando tengo que recoger el dinero, ya no me buscan para llevar la droga pues la última vez que me encargaron eso, con una pequeña cuchilla les hice hoyos por todos lados.

Claramente nadie supo que fui yo la que los cortaba, pero por las dudas, no me dejaron ir hacer las entregas de nuevo.

Así que la pasaba demasiada aburrida aquí metida, o por lo menos así era hasta descubrir que también crían caballos, lo que me llevo a pasar todo mi tiempo en los establos.

¿Alex?

No sé ni me importa.

—¿Quién es el mejor caballo del mundo? —volví a repetir por décima vez, sin esperanzas de que me responda, solo lo hago para hacerlo sentir bien.

—¿Quién es...? —unos gritos me impidieron terminar. —¿ah?

El ruido hizo que dejara el cepillo de lado y camine hacia el sonido, pisando el lindo camino lleno de piedritas pequeñas.

Tengo que admitirlo, muy traficantes y asesinos, pero que buen gusto tienen los desgraciados.

Mientras más avanzaba, pude diferenciar la voz de muchos de los asesinos de Dominik.

—Muy machito sin tu perra aquí, ¿eh?

¿De qué demonios me perdí?

Solo salí por una hora...

—Vamos Alexander, dime que tan hombre puedes llegar a ser.

¿Alexander?

—Ay este pendejo, ¿Qué hizo ahora? —dije masajeándome la cien mientras negaba suavemente. —Le pedí comportarse. ¡Solo fue una cosa! ¡Una cosa! ¿Tan difícil es?

Golpes.

Jadeos.

Más golpes.

Mis pasos son rápidos hacia la sala de estar.

—¡Tuve que dejar al caballo así que espero que sea bueno! —grite siguiendo el ruido de hombres golpeándose. —¡Alexander! ¡Alexan...! ¿Alex?

Varios hombres tenían a Alex sujetado por los brazos, el tal Marco repartía muchos puñetes en el abdomen de mi acompañante.

Jadee ante tal salvajada.

—¡Suéltenlo! —agarré un poco de rocas pequeñas colocadas en el camino en el que vine, tirándolas hacia los inmensos hombres.

Pero en un giro totalmente inesperado le cayó todas las rocas a Alex, lo que causó una fuerte carcajada en mí.

Al parecer si pude darme a notar lo suficiente, pues uno de los que le pegaban a Alex, voltio y me miro de una manera muy desagradable.

—Serás mía...—susurro antes de llegar a mí y sujetarme.

—Suéltame imbécil. —le grite.

—Si así gritas ahora, no quiero imaginarme como lo harás en la noche, perra.

Alex, quien estaba cubierto de sangre por todos lados y quien tenía a dos hombres reteniéndolos, no sé de dónde saco fuerza para soltarse.

De unos golpes pudo soltarse y golpear a los dos sujetos que lo sostenían y a los otros dos que lo golpearon.

—¿Qué carajos? —soltó el que me retenía.

—La que se te arma mexa. —reí.

No pareció entenderme hasta que Alex logro soltar su agarre, mandándolo al piso de un buen golpe, levante mis dos pulgares en señal de aprobación.

El silencio de un alma rota [Alma #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora