Capítulø døs

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Un escalofrío recorrió mi espalda al sentir el helado viento del aire acondicionado, haciéndome frotar las palmas de mis manos sobre los brazos para crear fricción.

Mis botas cafés eran lo único colorido en aquel lugar, una pequeña habitación blanca e impecable con olor a desinfectante. Más allá de las cuatro paredes sólo se encontraba la iluminación sobre mi cabeza y la insípida banca de metal en la que reposaban mis extremidades, era incómodo y a la vez reconfortante.

Al estar bajo esas condiciones no pude evitar pensar que ese era probablemente el lugar más seguro donde había estado desde mi partida de casa, ¿qué estarían haciendo papá y mamá? Mis progenitores eran unos conservadores y fieles creyentes de las antiguas escrituras, así que cuando durante mi adolescencia descubrí mi inclinación hacia la ciencia, sintieron temor al creer que me alejaría del camino de Dios.

Irónicamente, mi fe fue aumentando conforme mis conocimientos adquiridos. Y para mí fortuna, ambos aceptaron mi ideología e incluso me impulsaron a buscar la oportunidad de entrar a la Escuela Normal Superior de París, el primer paso que me llevó hasta donde me encontraba ahora.

Número 21 ―escuché una voz femenina llamándome. Al levantar la mirada me encontré con una joven dama de tez casi tan blanquecina como su uniforme, mejillas naturalmente ruborizadas y cabello corto hasta el cuello. Era muy hermosa. Vi sus labios moverse, pero mi cerebro no procesó sonido alguno.

― Lo siento, ¿podría repetirme? ―pregunté, apenado.

Ella sonrió, mostrando su reluciente dentadura.

― Le decía que el doctor está listo para verlo ahora, por favor venga conmigo.

Asentí levantándome de mi lugar y la seguí por un pequeño pasillo hasta llegar a otra habitación más cálida que la anterior. Esta estaba equipada con una camilla, una báscula y estantes repletos de medicamentos y otros utensilios médicos.

― Proceda a desvestirse y utilice esta bata cuando termine, por favor ―colocó la prenda sobre mis manos y me indicó donde podía cambiarme. Le agradecí antes de verla abandonar el lugar y procedí a seguir sus indicaciones.

Hace poco más de un año mientras realizaba una visita a la biblioteca de la escuela, me encontré con un maltratado libro de notas sobre matemáticas. La letra era casi ilegible, pero decidí convertir su interpretación en mi nuevo pasatiempo, logrando después de un par de semanas de arduo trabajo terminar su contenido. Al final de mi lectura quedé sin palabras, se trataba de una investigación tan precisa y arriesgada, que era como si al autor no le hubiese importado en lo absoluto tomar en consideración sus limitaciones para evitar rayar en lo absurdo.

El autor utilizó para su realización la "Teoría de Conjuntos" propuesta en 1874 por Georg Cantor, la cual es una rama de la lógica matemática que estudia las propiedades y relaciones de los conjuntos: colecciones abstractas de objetos, consideradas como objetos en si mismas. A partir de ella, Cantor comenzó a estudiar los Conjuntos Infinitos, descubriendo que aquellos no siempre tienen el mismo tamaño, para él existían algunos infinitos más grandes que otros infinitos.

Fueron estos pensamientos los que le ganaron burlas y acusaciones de blasfemia por parte de sus colegas, causándole una severa depresión que le hizo caer repetidas veces en hospitales psiquiátricos.

Él no fue el único hombre demasiado adelantado a su época, su teoría fue precedida por algunas ideas de Bernhard Bolzano, un matemático, lógico, filósofo y teólogo bohemio. Este afirmaba que los números, las ideas y las verdades existen de modo independiente a las personas que los piensen.

Hometown | JoshlerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora