Capítulø tres

89 9 4
                                    

¿Esto estaba pasando en verdad? ¿Era uno de mis alocados sueños? ¿Por qué no había despertado todavía? Me encontraba compartiendo espacio en una misma sala con mis autores favoritos y ellos no dejaban de conversar sobre todo tipo de anécdotas que pasaron mientras escribían su gran obra. Mi sonrisa no podría ser más grande.

― ¿Lo encontraste en la escuela? ―me preguntó el señor Cartan y mi amigo tuvo que darme un pequeño empujón para sacarme de mi trance.

― Sí, sí ―respondí, nervioso―, así es, señor ―él sólo asintió con la cabeza mientras seguía analizando el libro.

Sentí la mirada de mi acompañante diciéndome que debía aprovechar la oportunidad de averiguar lo que tanto había querido saber todo este tiempo. Tenía razón, era ahora o nunca, así que aclaré mi garganta y proseguí.

― ¿Puedo preguntar como llegó hasta ahí y por qué permanecía oculto?

― Fue idea de Possel ―respondió el señor Chevalley tomando asiento―. Cuando empezamos a trabajar en nuestras investigaciones fue como un posible proyecto de vida, en ese entonces éramos unos chiquillos apasionados por la ciencia y las matemáticas en busca del éxito ―sonrió con nostalgia―. Cuando la guerra llegó, el gobierno pidió la ayuda de nuestros mentores y sólo fue cuestión de tiempo para que solicitarán la nuestra, pero con un trabajo inconcluso no podíamos arriesgarnos a que se perdiera o, en un peor escenario, cayera en las manos equivocadas. Tomamos la mejor desición a nuestro alcance y lo introdujimos a nuestro antiguo recinto de reuniones, con la confianza de que quien llegase a encontrarlo supiera valorarlo ―sus ojos se posaron en mi―, y así fue.

Mis mejillas adquirieron rubor por el cumplido― Gracias, pero estoy seguro de que cualquiera que lo leyese quedaría tan fascinado como yo. Lo que crearon es increíble, señor, el mérito es todo suyo.

― Curioso y modesto, me agrada ―comentó el señor Mandelbrojt a la par que nos daba unos vasos de cristal con licor a mi amigo y a mi, los cuales agradecimos.

― De hecho, la idea de venir a irrumpir aquí fue de mi compañero ―reconocí poniendo la mano sobre el hombro del mencionado.

— Pero si estamos en problemas, entonces no fue así —agregó él y todos reímos.

Realmente me sentía cómodo estando con ellos, era como tener una conversación con colegas de toda la vida. ¿Serían así de agradables siempre? No podía esperar para pasar más tiempo a su lado, aunque fuese sólo cuidándolos, y continuar aprendiendo.

Pasaron unos cuantos minutos, o tal vez horas, antes de ser interrumpidos por el sonido de unos golpes en la puerta.

― Parece que hubo una situación con los voluntarios ―informó el señor Ehresmann a la par que tomaba su saco―. Será mejor que vaya a cerciorarme por mi mismo de que todo este en orden y luego me retire a descansar. ¿Caballeros, serían tan corteses de indicarme el camino? ―nos pidió.

― Por supuesto, señor ―respondió mi amigo poniéndose de pie junto a mi.

― ¿Podrías quedarte un momento más? ―me pidió el señor André. Dudando de lo que había escuchado me señalé a mi mismo para corroborar y él rió, divertido― Sí, tú.

― A él le encantaría, señor ―contestó mi compañero por mi antes de darme unas palmaditas en la espalda y salir con el resto de los matemáticos, dejándonos solos.

Volví a tomar asiento sin saber que esperar. Rogaba que las palabras salieran por su cuenta de mi boca cuando fuese necesario y que fuesen lo suficientemente inteligentes para no quedar en ridículo.

― Lamento que estés aquí ―soltó de pronto desde su sitio detrás del escritorio rectangular de madera.

Eso me tomó desprevenido― ¿Disculpe, señor?

Hometown | JoshlerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora