III: Rutina. (actualizado)

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Los días pasaron con facilidad, ni Dabi ni su amor no correspondido, como lo denominó él, se dieron cuenta cuando pasaron tres meses.

Keigo cumplía con las entrevistas diarias, las rutinarias. Duraban apenas 15 o 20 minutos, ya que consistían más que nada en conversaciones breves sobre cómo se sentían los pacientes con el paso de los días.

Se le asignaban desde cinco a diez personas a cada terapeuta del establecimiento, y después de Dabi, quién empezaba a la 9:15 am, debía ver a Toga, una adolescente que padecía trastorno depresivo, y esquizofrenia de menor grado.

Después de Dabi, ella era la consentida del terapeuta, la entendía mejor que nadie y ella confiaba mucho en él. El rubio la consideraba como si fuese su hermana pequeña.

Pero resultaba que, aunque Touya no lo supiera, Keigo se quedaba con él mucho más tiempo del debido, hasta poco antes de su siguiente paciente.

Para esos tres meses, sus mañanas ya se habían vuelto una rutina; Keigo se colocaba levemente nervioso, se arreglaba el cabello, todo gracias a un cumplido; "me gusta mucho tu cabello, ángel, te queda muy bien".

Bueno, eso le dijo Dabi.

Se detenía en la puerta, preparado para la mirada del chico, con miedo de que notara su nerviosismo. Sin embargo, lo único que encontraba al otro lado de la pesada puerta eran las sábanas en el piso, las almohadas regadas por la cama y un Touya durmiendo como un tronco, usando absolutamente toda la cama, en un posición digna de un niño de cinco años.

Siempre tenía uno de sus pies colgando del borde de la cama, y un brazo también rozando el suelo, hubo algunas veces en que estaba su cuerpo completo en el piso.

A veces roncaba, a veces parecía que estuviera muerto.

Algunas mañanas Keigo se sonrojaba al verlo solo en bóxer, o solo con un buzo, y claro, no podía evitar mirar su cuerpo con detalle.

Tenía músculos definidos a pesar de su contextura delgada, y con el pasar de los días, se percató de que sus quemaduras iban más allá de su rostro, y quiso tocarlas más de una vez, pero decidió controlarse al respecto. No sabía si iba a poder controlarse si tocaba su cuerpo, incluso un poco.

Entonces la situación siempre era la misma, Keigo entraba con el corazón en la mano, lo veía ahí medio muerto, y trataba de despertarlo de forma suave, aunque en varias ocasiones terminaba zamarreándolo, con el ceño fruncido.

Era un completo trabajo despertarlo.

Dabi despertaba con voz ronca, en las nubes. Balbuceaba un "lo siento", y se excusaba con que no había escuchado la alarma.

"¿Qué alarma?", pensaba el rubio, divertido.

Dabi se levantaba, se arrastraba hasta el baño, se aseaba y se aseguraba de que el agua fría lo despertara por completo.

Después de esto simplemente se sentaba frente a su perfecto terapeuta, quien siempre colocaba la silla de escritorio junto a la cama, dejándolos a la par.

Dabi tenía la manía de acercarse de repente, y con el pasar de los días Keigo pasó de reprochar sus sucios pensamientos a esperar que sucedieran, sin embargo, el pelinegro nunca dio el paso faltante, con la creencia de que ese ángel solo hacia su trabajo, que lo aguantaba solo porque le pagaban, y estaba seguro de que él era el único instalando sentimientos.

No se imaginaba que tenía al ángel en la palma de su mano, que Keigo estaba cayendo por él, y que estaba dispuesto a romper todas las reglas del recinto por él, pero igual que Dabi, creía erróneamente que el chico solo estaba jugando con él, que se divertía molestándolo y haciéndolo sonrojar a su merced.

Terapia. [dabihawks]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora