V: Regalo. (actualizado)

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- ¿Ke... Keigo?

Susurró, congelado.

- ¡Dabi!

Exclamó un chico rubio, soltando las sábanas y corriendo hacía el nombrado abrazándolo, provocando que Touya chocara con la puerta a su espalda y se cerrara. Keigo se largó a llorar de inmediato.

- ¡Creí que te había pasado algo!, cuando entré había sangre y yo... mierda, pensé lo peor.

Dabi estaba estupefacto, y creyó que era un sueño. Todo lo que había pasado se desvaneció, ya nada le importaba más que ese momento.

El alivio lo gobernó de pies a cabeza, y sus lágrimas no tardaron en correr por sus mejillas también. Al fin tenía en sus brazos a su ángel. Keigo estaba allí, había vuelto.

Sin desperdiciar un segundo más, se aferró a él, frotando su rostro con el de él, como si fuese un gato buscando cariño.

Lo abrazaba con firmeza, sintiendo ese dulce aroma en su cabello que extrañó por tanto tiempo. Podía sentir la calidez de sus brazos rodeando su cuello, sus manos enterradas en su cabello y su temblor con cada sollozo, Touya se permitió llorar un poco más. Ni siquiera sentía el dolor en sus nudillos.

Touya había dejado de llorar, al igual que el rubio. Ellos simplemente estaban sentados en el suelo, uno al lado del otro, con sus espaldas apoyadas en la puerta, sus manos entrelazadas y con la cabeza de Dabi reposando en el hombro de Keigo, quien estaba leyendo los papeles que le dieron al pelinegro esa mañana. Su expresión era de confusión más que cualquier otra cosa.

- Sé que esta persona, tu padre, era alguien estricto y bastante extremo, pero yo... no lo sé, ¿no es demasiado?

Cuestionó.

- No lo sé, igual no es tan grave, pasaría en algún momento.

Susurró, acariciando y jugando con la mano de Keigo, disfrutando la calidez y suavidad de esta.

-Dabi...

Lo miró, preocupado.

- Solo quiero irme de aquí, no tengo cómo seguir pagando, ya sabes, esta mierda es costosa, y no lo necesito. Además, no todos los días te regalan una casa jodidamente enorme.

Keigo sonrió levemente. Lo había extrañado demasiado.

- No le digas mierda a mi lugar de trabajo.

Dijo divertido.

Dabi levantó la mirada y sus ojos brillaron al volver a ver la sonrisa de su ángel, esa sonrisa que irradiaba paz y amabilidad. Era simplemente hermosa. Él sonrió también.

Pasaron unos minutos de un cómodo silencio, ambos tenían cosas que preguntar, y Dabi fue quien dio el primer paso.

- ¿Por qué te fuiste?

Preguntó, apenado.

- Hace algunos años ingresó una niña aquí, ella me tomó cariño y empezó a contarme todo, solo a mí, y no quería ver a ningún otro psiquiatra, aunque preferimos llamarnos terapeutas, ya que a algunos pacientes no les gustan... los psiquiatras. -Explicó, balbuceando levemente.- Ella tiene varios trastornos, y ese día una enfermera me llamó llorando porque la tenía justo enfrente con un cuchillo, estaba lastimándose, se estaba desangrando, y sabía que si era yo me dejaría detenerla, es por eso que... me alteré y salí corriendo. Se supone que no puedo hablar de esto, por eso no te lo expliqué ahí mismo. En serio lo siento.

A medida que contaba, Dabi recordó que aquello seguía siendo un hospital psiquiátrico, y se sintió patético, avergonzado, y culpable. Pensó que debió haberse visto como un niño caprichoso, cuando Keigo tenía problemas reales.

Terapia. [dabihawks]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora