Capítulo 1

1.2K 70 11
                                    

Capítulo 1

Mierda.

Estoy totalmente empapada y aún no he logrado cumplir el encargo que Jean me dio. Sigo esperando el mugroso metro que no tiene hora para pasar y el concierto de esos chicos empieza en media hora.

Mierda, mierda, mierda.

Afortunadamente la guitarra tiene su estuche que la protege completamente de la lluvia. Ojalá tuviera un estuche para mí. Ojalá tuviera una pistola. Sí… una pistola estaría bien. Por qué así me suicidaría antes de que Jean me matara por no llegar a tiempo al Staples Center y entregarle la maldita guitarra al estúpido chico que rompió la suya. Aun que lo acepto, amo que hagan eso en los conciertos, transmite una energía increíble. Pero probablemente estos chicos han de ser de esos cantantes de pop que solo buscan fama dándosela de intensos. Son una banda por lo que oí. Pero hoy en día las bandas solo se crean para volver a las niñas desquiciadas y mandarlas a manicomios. Ya no hacen verdaderas bandas.

Me repito una vez más a mí misma. ¿Por qué no nací en los 70’s o 80’s? Aunque sé que en los 90’s surgieron bandas épicas como Nirvana, Blink-182, Green Day, Slipknot, System Of A Down, A7x, BFMV, etc. Me hubiese gustado nacer aún más temprano de los 90’s para poder disfrutar de todas esas bandas como adolescente y no como una bebe estúpida. Y aún mejor nacer en la época de Guns N’ Roses, AC/DC, Led Zeppelin, Bon Jovi, Pantera, Metallica. ¡Uff! Hubiera sido perfecto poder vivir todo eso y no nacer a finales de los 90’s.

1997.

Una vez más me sumerjo en mis propios pensamientos y sueños frustrados. Así es. Estoy atrapada en un cuerpo de 17 años con alma ochentera. Con gustos musicales muy negros e intensos. Con ropa negra la mayoría del año y mente muy abierta. Ah, y sigo esperando el metro.

Después de 5 minutos se digna a aparecer el estúpido metro y me adentro lo más nerviosa que nunca pude haber estado. Tenía que entregar esta guitarra eléctrica en 20 minutos, mi ropa está hecha un asco por la lluvia y mi cabello negro lucía aún más negro, más largo y más desordenado. Y empezaba a oscurecer. Genial.

¿Qué más?

Amo trabajar en Headline Records pero este tipo de situaciones son de las que aún no me acostumbro. Odio hacerla de mandadera. Prefiero estar en la tienda y atender a todos esos chicos que mueren por encontrar ese disco de vinyl o live version de su banda favorita.

Y no andar entregando guitarras a gente estúpida que rompe la suya. En fin, recibo un sueldo y al cliente lo que pida. Y si es música, mejor. Él lema de Jean me causa mucha gracia. Llevo tres años trabajando en su tienda y es un buen jefe. Y no quiero causarle un dolor de cabeza. Mejor me apuro.

Salgo del metro, camino dos cuadras y puedo ver el Staples Center. Recuerdo haber venido aquí para un concierto de Green Day. Fue asombroso. Y ahora les tocaría tocar aquí a estos chicos. Que suerte que no los conozco.

Camino unos metros más y me encuentro con la seguridad del recinto. Mierda. Y ahora no me dejaran entrar por la facha de vagabunda que me cree al mojarme.

—Hey, hola. Disculpen tengo que entrar. Moví el estuche en sentido que se dieran cuenta que tenía un encargo.

—No puedes pasar. La entrada fue hace una hora.

—No. Usted no me entiende. No vengo al concierto. Vengo a dejar una guitarra a uno de los miembros.

—Lo siento. Está prohibida la entrada.

Bufé.

—¡Hey, hey, hey! Dejen que pase. ¿Eres la chica de Headline Records?

Asentí con la cabeza. Era un señor pasado de los treinta con tatuajes en todo lo largo de sus brazos, rapado y blanco.

Los gorilas se movieron y pasé. Solo seguía a ese tipo esperando a que me dijera que ya me podía ir. ¿Qué no podía tomar la guitarra y dejarme libre? Mierda.

Llegamos a un pasillo lleno de puertas y abrió una que decía “5SOS” me sostuvo la puerta para que pasara y sentí como mi corazón dio un vuelco en su lugar. Tenía miedo.

—Ahora, aquí. Abre el estuche niña. Sentí la presión del tipo detrás de mí. Y la de cinco personas más.

En frente de mí tenía tres chicos con mirada desesperante queriendo ver dentro del estuche. Dos eran rubios, uno más alto que el otro. El más bajo sostenía una banana en su mano. El otro era de pelo rojo, ¿enserio era rojo?, rojo radiante. Y atrás de ellos otro chico recargado a una silla con mirada tajante e indiferente. Tenía cabello negro con mechones rubios que le daban un toque como de un emparedado.

Y una chica que tenía una secadora encendida en la mano.

Mis manos eran torpes y batallé para abrir el estuche mientras sentía las seis miradas sobre mí. Y después observé como ese chico de cabello de emparedado se burlaba sínicamente de mí.

Y de golpe se abrió.

—Por fin.

Habló el mismo chico. Y sentí como una corriente eléctrica atravesaba todo mi cuerpo. Furia. Eso debió de ser. A penas había visto a este chico y ya lo quería matar. ¿Y es que se puede ser tan déspota a primera impresión?

—¡Genial! Gritó el pelo rojo. —¡Mi nueva guitarra!

—Es una Gibson GS.

—Daaah. Volvió a hablar el odioso.

Lo fulminé con la mirada y me volví con el chico pelirrojo.

—Está genial. Gracias linda. Dijo el mismo y tomó la guitarra.

¿Cómo podía encontrarme linda con la facha de indigente que traía por la gran empapada que me dio la lluvia?

—Pensamos que nunca llegarías. Dijo el que comía la banana. —Pero llegaste y mojada. Sentimos haberte hecho pasar esto.

Todos me miraban con cara de lastima. Claro. Lucía como un pollo remojado. Moví un mechón de cabello que me molestaba y sonreí.

—Yo no. Dijo de nuevo el emparedado.

Apreté mis labios, mi lengua, mi cerebro. Para no dejar escapar ninguna estupidez de mi boca.

Estúpido.

—Cállate Calum. Dijo el otro rubio.

—¡Cinco minutos chicos! Gritó alguien del otro lado del pasillo.

—Nos tenemos que ir, gracias de nuevo.

Tomaron sus cosas y se fueron a lo que supongo sería su concierto.

¡Por dios! ¿Qué había hecho yo para merecer esto? ¿Qué? Ese chico me callo tan mal que solo me daban ganas de partirle esa cara de estúpido.

Salí de ese cuarto y pedí que me llevaran a la salida.

Me sentía tan abrumada y furiosa que ya la lluvia era lo de menos.

La única razón (Calum Hood)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora