Capítulo 28

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—¡No! ¡Ya no quiero! Chillé haciendo el plato de sushi a un lado fuera de mi alcance.

—Dijiste que te lo terminarías, Kristen.

—Pero ya no quiero, cambié de opinión. Ahora quiero esto. Dije tomando la bandeja de palomitas, y tomando una para lanzarla hacia él.

—Oh no, no empieces algo que no podrás terminar. Tomó la palomita y se la echo a la boca.

—¿Empezar qué? ¿Esto? Pregunté lanzando un puño de palomitas justo en la cara.

Su sonrisa era indescriptible y la manera en que sobrellevaba mis arranques de niña malcriada me estaba volviendo loca de amor.

—¡Kristen! Espetó fingiendo estar ofendido por lo que acababa de hacer. Se estiró para poder cubrirme con su cuerpo y estar cara a cara. Cuando estaba a punto de hacerme lo que fuera que estuviera en su mente como venganza lo interrumpí.

—¡Espera! No era mi intención, te lo juro. Respondí en una voz tan chillona que ni yo misma sabía que tenía, además de hacer pucheros con mis labios tratando de causar ternura en el cabeza de emparedado.

Su expresión cambió completamente y solo me besó. Me besó tan dulce que pude sentir como todo dentro de mí se reconstruía. Era aterrador.

—¿Qué mierda me has hecho Kristen? susurró aún con los ojos cerrados.

Solo sonreí con exactamente la misma pregunta en mi mente... ¿qué mierda me habías hecho Calum?

Se separó de mí y se percató que los créditos de la película ya estaban recorriendo la pantalla.

—¿Alguna otra sugerencia?

—Yo creo que ya debería irme. Solté.

—¿Por qué?

—Son casi las dos de la mañana, Calum.

—Quédate, entonces.

Lo miré tratando de recordarle lo que habíamos hablado antes.

Hizo una mueca y asintió. —Te llevaré.

***

El camino hacia mi departamento fue silencioso pero relajante, todo estaba fluyendo entre nosotros dos y eso me hacía sentir de una forma que nunca me había sentido. Aún no había podido liberarme de todo el estrés que había sentido cuando me di cuenta que Calum y yo iniciaríamos una etapa juntos como algo más que dos desconocidos queriendose matar. El estrés de su llegada a Los Ángeles, el estrés de nuestra primera cita formal, el estrés de volvernos públicos, el estrés de saber si realmente la conexión entre nosotros sería la misma en cualquier lugar y no solo en ese departamento de Sydney donde pude darme cuenta del límite del cabeza de emparedado en las drogas, pero también en la gran persona que era. Había tomado toda una historia de película tragi-romántica de alguno de tantos libros que me había leído en mi adolescencia y simplemente la había hecho mía.

Patético.

—¿Puedo quedarme aquí entonces? Preguntó mientras sostenía la puerta del coche.

—¡No! Solté una carcajada.

—Entonces mañana paso por ti, en la mañana, muy temprano.

—Pero mañana me toca trabajar.

—Bien, entonces paso por ti para llevarte a tu trabajo y cuando salgas te llevo a comer.

Sonreí.

¿Desde cuando toda nuestra situación había pasado de un color rojo a un color rosa muy muy muy rosa?

—Está bien, emparedado. Mi entrada es a las 9:00 a.m.

La única razón (Calum Hood)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora