La familia Cortázar

3 1 0
                                    

Rodrigo Camargo había recibido una carta de J. Doppler mientras se encontraba en su pueblo natal. Siguiendo las instrucciones de esta llegó hasta el mencionado joyero, quien se sorprendió bastante al ver a Rodrigo. Aunque no se compara con su expresión al acabar de leer la carta.

- Herr Camargo, ¿cierto? – preguntó el joyero

Rodrigo afirmó moviendo la cabeza

- Bueno, supongo que si es usted quien está aquí ahora y no – el joyero hizo una pausa – Doppler, la situación ha de ser grave. O quizá... él sencillamente consideró que ya era hora que usted me conociese

- ¿Quién es usted? – preguntó Rodrigo

- Solo soy un joyero judío muy buen amigo de J. Doppler. Si él está ahora mismo en Colombia, es gracias a mi – dijo el joyero

- ¿significa que usted es quien ha pagado el hotel durante todo este tiempo? – preguntó Rodrigo

- Las cuentas entre nosotros son algo difusas. Es tanto un préstamo como una ayuda por mi parte – dijo el joyero – Pero el tiempo premia a quien lo sabe usar, ahora mismo no es el momento de conversar. Usted vino a por correo y dentro de un rato debo de cerrar la tienda.

- Sí, me disculpo por haber llegado a esta hora

- Puede estar tranquilo, si hubiese llegado más temprano seguramente habría tenido que esperar afuera – dijo el joyero – Lo mejor es hablar sin nadie más presente

- Antes de que me dé el correo, me gustaría saber cómo puedo referirme a usted – dijo Rodrigo

- Soy el señor Rangel, Alfred Rangel – dijo el joyero dando la espalda.

Alfred Rangel se fue brevemente a la parte de atrás del local para, luego de unos minutos, volver con un par de sobres y una pequeña caja de madera. La curiosidad de Rodrigo ante la caja no pasó desapercibida por Alfred Rangel.

- Junge Camargo, si tanto le causa curiosidad el contenido de la caja, pídale a Doppler que lo use – dijo Alfred – estoy seguro que lo hará con gusto.

- Ese sobre se ve bastante grueso – dijo Rodrigo apuntando a uno de los sobres

- No sea maleducado, Junge Camargo. No señale – dijo Alfred Rangel – Tome esto y vaya a paso raudo de regreso al Granada. Es imperativo que nadie se haga con estas cosas.

- Entiendo, tendré cuidado al ir – dijo Rodrigo

Justo cuando Rodrigo Camargo se encontraba ya en el umbral de la tienda, Alfred Rangel lo detuvo.

- Una última cosa, comuníquele gentilmente a Doppler que Nick manda a decir que, la próxima vez, de una mejor descripción física de las personas. Un joven de tez morena no era precisamente una descripción muy útil.

Rodrigo hizo una mueca, pues sabía que se refería a él.

El sol de la tarde iluminaba suavemente las hojas de los árboles en la Plaza Santander, Doppler las contemplaba desde una habitación vacía en el hotel. Luego de tomar un par de fotos del paisaje, bajó a la recepción para darle la llave y las gracias al recepcionista.

Cuando Rodrigo llegó, Doppler había acabado de sentarse para leer uno de sus libros.

- Mein freund, me alegra mucho volver a verle luego de este extenso par de semanas

- ¿en serio me extrañó?

- Pero por supuesto, me acostumbré lo suficiente a su compañía, que la soledad ahora se me hacía incomoda.

Detective DopplerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora