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Minying estaba castigado. Al menos éso era lo que él pensaba de su situación. En realidad, estaba recluido en su habitación por órdenes de sus hermanos. Sólo tenía permitido ir a sus clases si contaba con la compañía de un guardia.

Había pasado un día desde aquel incidente, y los sirvientes ya se estaban preparando para recibir a los hermanos Jung del Reino de Seúl. Era por mucho, la visita más importante que alguna vez habían tenido. El Rey Lee Minho era conocido por ser el Alfa más valiente de Corea. Además era bien sabido que sus gustos eran muy exigentes.

Minying no tenía ningún interés en recibir a los hermanos Jung. Si bien al principio se había emocionado de tener una hermana, la idea no le parecía tan buena luego de su primera experiencia con alguien ajeno al palacio. Sabía que la princesa Min-Ah no sería una amenaza para él, dado que al ser una Alfa mujer, sólo podía sentirse atraída a un Alfa o una Omega. Lo que le preocupaba era si el Rey Minho intentaría hacer lo mismo que el General Lee.

A las tres de la tarde exactamente, el príncipe Omega salió de sus clases y se dirigió a la sala de entrenamiento dónde sabía que sus hermanos estarían. Después de rogar bastante, logró alejar a los guardias. Inocentemente, dejó que sus feromonas se liberaran, volviendo dóciles a los Betas.

Era un truco muy bajo, pero la situación requería medidas drásticas. Para él era muy importante hacer las paces con sus hermanos antes de que los invitados reales llegaran. Quería aclarar toda la situación para no provocar aún más la ira de sus hermanos.

Minying se escabullo hasta la sala de entrenamiento, dónde pudo oír la voces de sus hermanos que al parecer discutían. Logró distinguir a Taeyang y Ji-hong.

—¿¡Acaso no hay nada que podamos hacer!?— preguntó Taeyang con un tono molesto.

—¡Ese hombre se atrevió a posar sus asquerosas manos sobre nuestro hermanito!— exclamó Ji-hong— ¡Y me dices que no podemos hacer nada!

—Si lo atacamos, Incheon nos destrozará— fue lo que dijo Hyun.

—¡A quién le importa! ¡Sólo quiero arrancarle la garganta!

—¿DE QUÉ SIRVE MATARLO SI LUEGO MORIREMOS?

El príncipe estuvo a punto de lanzarse a llorar luego de oír como sus hermanos discutían por su culpa. Lo que menos quería era ocasionarles problemas a los otros príncipes.

Minying sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas tras escuchar cómo sus hermanos empezaban a golpearse. Con un jadeo, se levantó y corrió de regreso a su habitación.

No esperaba encontrarse con nadie en el camino, y se sorprendió al chocar con un fornido pecho. Alzando la mirada, los ojos de Dak-ho se clavaron en su rostro. Al notar lo hinchados y rojizos que estaban sus ojos, el Alfa frunció el ceño con enojo, preguntándose quién se había atrevido a lastimar a su hermanito.

—Minying-ah.

El Omega soltó un quejido ante la seriedad en la voz de su hermano. Estaba en su naturaleza volverse sumiso cuando lo trataban de manera cruel. Se sentía mal ver a su hermano mayor tan furioso.

Dak-ho notó el efecto que tenían sus emociones negativas en el pequeño príncipe, así que trató de tranquilizarse para calmarlo. Funcionó, y Dak-ho extendió su brazo para que Minying lo tomara.

—Hyung.

—Cállate y sígueme.

Sorprendido por la agresividad de su hermano, Minying sólo pudo obedecer y seguirlo. Las manos de su hermano se sentían tan cálidas sobre su piel que le daban ganas de llorar. La cercanía de su celo lo ponía más sentimental de lo que acostumbraba.

—H-hyung.

—Minying, camina conmigo.

El Omega obedeció a su hermano, y pronto el sonido de la discusión quedó atrás, como un suceso ajeno a los dos hermanos. Dak-ho los llevó al área de los retratos, dónde se hallaban las pinturas de cada miembro de la familia real.

Lo que nadie sabía, ni podía adivinar, era que Dak-ho odiaba a su hermano. Lo odiaba por ser el consentido del castillo, por ser tan débil que cualquiera podría aprovecharse de él. Aborrecía al Omega. Y aún así lo amaba con tal intensidad que moriría de no verlo cada día. No había explicación lógica para sus sentimientos; cómo podía detestarlo y al mismo tiempo adorarlo.

Dak-ho era diferente a los otros. Él sabía que sería el rey desde que tuvo edad suficiente para pensar por sí mismo. Lo sabía y lo aceptaba, pero no lo quería. Sonará egoísta, pero él quería que alguien lo cuidara del mismo modo que el cuidaba de sus hermanos menores. Nadie se preocupaba por él, simplemente asumían que estaba bien. El futuro monarca no podía demostrar debilidad, debía ser fuerte.

Ni siquiera pudo llorar la muerte de su padre. No sé lo permitían. Era el rey, no un chiquillo llorón.

—¿Hyung, estás bien?

Y luego estaba Minying. ¿Acaso era consciente de lo mucho que esas dos palabras hacían por él? Sólo bastaba con que una persona se preocupara.

El Omega era tan inocente y puro que a veces Dak-ho sentía ganas de destrozarse a sí mismo por albergar siquiera una emoción negativa contra él. No podía odiarlo, pero lo hacía. En secreto.

Odiaba más su propia mente, por ser un completo idiota. Él había visto lo que el General Lee le hacía a su hermano, y por un breve instante pensó dejar que siguiera hasta el final. Le pareció justo que Minying sufriera por una vez en la vida. Se arrepintió, pero ya era tarde; sus hermanos notaban la desaparición del menor. Fingió no saber nada y se reunió con ellos en la habitación de su pequeño hermano. Era un monstruo, porque cuando vio a Minying ileso, lo maldijo en silencio.

—¿H-hyung? ¿Dak-ho?

¿Y como podría alguien odiar a ese chico de mirada infantil? Podía, y no podía. Lo amaba, pero eso le aterraba. Terror fue lo último que sintió al procesar lo que hizo, abandonar a su hermano menor. Terror al notar lo roto que se veía. Terror porque en el fondo, sólo quería cuidarlo.

Dak-ho sentía que su corazón se rompería ahí mismo, si es que aún tenía uno.

—Minying— finalmente dijo, parado frente a su propio retrato— ¿Me amas?

—¿Uh?— el Omega se veía confundido por la repentina pregunta.

—¿Me amas?— repitió Dak-ho.

—Hyung ¿Por qué...?— Minying sonrió levemente— ¡Claro que te amo! Eres mi hyung.

—Minying, si yo tratara de lastimarte...— hizo una pausa— ¿Me perdonarías?

—Sí, pero tú jamás me lastimarias.

—Eso no lo sabes— Dak-ho sacó sus garras.

Minying apenas pudo parpadear antes de tener las garras de su hermano sobre su cuello. Jadeó de sorpresa.

—H-hyung.

—¿Lo harías? ¿Me perdonarías?

—Hyung, tú no vas a lastimarme.

—¿Cómo lo sabes?

—Eres mi hermano mayor. Tu me cuidas.

¿Cuidarlo? Dak-ho quería llorar. Él no se merecía a ese niño tan bueno.

—Hyung, lo siento. Sé que estás molesto por lo del general Lee. Me disculpo.

—Minying, tú no hiciste nada malo— murmuró con tristeza— Lee Jaewon es un hombre malo, no tú.

El príncipe le dedicó una sonrisa aliviada a su hermano mayor. Obtener el perdón de su hyung era lo más importante para él.

Contento, abrazó a su hermano mayor y le besó la mejilla. Dak-ho era su hyung favorito. Lo admiraba en extremo.

—Ahora ve a terminar tus clases. Sé que escapaste.

Sonrojado, Minying asintió. Le hizo una reverencia a su hermano para luego irse a su habitación.

Dak-ho miró la figura de su hermano hasta que desapareció de su campo visual. En serio no se merecía a ese niño tan bueno.

El Príncipe Omega Y Su Rey AlfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora