5

292 32 0
                                    

Minying recordaba con claridad la primera vez que sus hermanos le habían hablado sobre los mates.

Fue una tarde de invierno, cuando los príncipes estaban tomando un descanso luego de el entrenamiento. El menor se encontraba allí por casualidad, ya que había terminado sus clases varios minutos antes. El clima era frío, y los Alfas bromeaban entre sí como un par de viejos conocidos.

Minying estaba vestido como en cualquier otro día. Sus hermanos lo vieron llegar, y decidieron que debía cubrirse más. Lo envolvieron con sus abrigos, tomándole la temperatura para asegurarse de que no le afectó el frío.

—Ouh, hyung...— se quejó— No hace tanto frío.

—¡Tonterías!— exclamó Hyun— ¡No queremos que te enfermes!

—¡Pero...!

—No discutas, jovencito. Obedece a tus hermanos.

El Omega, de ocho años en aquel momento, se cruzó de brazos mientras hacía un puchero. Tratando de actuar como alguien mayor, murmuró lo que siempre oía a las sirvientas más jóvenes decir.

Cuando encuentre a mi mate, no tendré que obedecer a nadie.

Esas pocas palabras desataron una oleada de indignación e ira entre sus hermanos mayores. Ellos no tenían ni idea de dónde podría haber sacado esa información el Omega. Ninguno de ellos había hablado con él sobre los mates.

Cómo siempre, Dak-ho se vio obligado a intervenir, preguntando lo que los otros no se atreverían a decir.

—¿Dónde oíste eso, Minying?

El príncipe, sorprendido de la seriedad en el tono de su hermano, tuvo dificultades para responder.

—H-hyung. Y-yo escuché a las sirvientas decirlo.

—¿Y sabes lo que significa?

Minying miró hacia el cielo, pensando en su respuesta.

—No. ¿Puedes decirme, hyung?— preguntó esperanzado. De verdad tenía curiosidad.

—Claro, pequeño.

Así, los cinco príncipes trataron de explicarle a su hermano menor que algún día encontraría a la persona destinada a amarlo y cuidarlo. Su explicación no fue la mejor, considerando lo incómodo que les parecía siquiera imaginar a su hermanito en una relación con alguien.

Si pudieran, mantendrían a su hermano encerrado en el castillo hasta encontrar a alguien aceptable para él. El problema es que no creían que nadie fuera suficiente. Sus estándares estaban muy altos.

Obviamente Minying no se conformó con la vaga explicación de sus hermanos. Preguntó hasta que comprendió lo que realmente significaba tener un mate. Estaba enamorado de la idea, aunque creyó improbable encontrarlo. Él vivía en el palacio, rodeado de guardias, y no había modo de que su mate apareciera allí.

Eso pensó durante un largo tiempo. De hecho lo recordó mientras corría hacia el salón principal para conocer a los nuevos miembros de su familia. Se había atrasado por quedarse jugando al escondite con los hijos de la servidumbre. Los niños se cansaron, y detuvieron su búsqueda, pero no le avisaron que ya podía salir.

Por ello su túnica estaba cubierta de polvo. Y sus rodillas dolían mucho.

Casi soltó un grito de alivio al visualizar las puertas. Entró corriendo, poco importandole los modales que tanto se esforzaba en aprender. Causó un gran alboroto que pronto se vio opacado por el sonido de su dulce voz.

—¡HYUNG, LAMENTO LLEGAR TARDE! ¡Estoy aquí!

Tardó un segundo en notar que todas las miradas estaban sobre él. Una en particular lo hacía sentir cosas extrañas en el estómago. Trató de buscar al dueño, y tuvo que contener un jadeo cuando por fin lo vio.

El Príncipe Omega Y Su Rey AlfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora