Un pueblo silencioso 3-3

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La noche cayó, los vecinos empezaban a cerrar nuevamente sus casas, la nieve cada vez cubría más las calles y entradas de las puertas. Bernardo, quien estaba ahora tan interesado en ver si el verdadero asesino vendría o no, se quedó vigilando conmigo dentro de mi casa.

Con la poca luz que se veía en las calles podíamos ver a lo lejos cualquier persona que rondara por ahí, si es que tenia oportunidad ya que la ventisca de nieve se tornaba más rápida conforme pasaba la noche.

Después de vigilar por un buen rato, de la nada, ambos miramos sorprendidos y murmuramos en voz baja en una noche a las 2:05 a.m. una silueta que a lo lejos, empezaba a caminar hacia la entrada de los Sandoval. Salimos de mi casa muy despacio y e íbamos a grandes pasos sobre la nieve evadiendo las luces de las calles, nada más el sonido del viento se escuchaba por todo el vecindario.

Después de que el hombre entró a la casa, esperamos por un rato tratando de escuchar por su ventana qué es lo que hacía allí dentro, pero después de unos minutos decidimos entrar muy lentamente. Sin ruido, sin ninguna luz encendida, no había rastros de ese hombre alrededor ni siquiera su presencia podia sentirse.

Saqué mi encendedor que tenía en mi gabardina para ver alrededor de la casa, y nos sorprendió que no había nadie. Una casa de un solo piso y solamente veiamos muebles vacíos y el doctor susurrandome que así estaba desde que el segundo matrimonio fue envenenado.

De repente algo se empezó a escuchar en el fondo del pasillo. Una luz, una muy pequeña luz podía notarse debajo de la sala. Viendo por las grietas del piso de madera muy de cerca, pudimos ver a ese hombre. El ahora viudo Sandoval, estaba tarareando como si nada en plena madrugada en un muy pequeño sótano escondido debajo del primer piso. 

Al acercarnos más hacía la luz notamos una placa de madera suelta, pero al tratar de levantarla despacio para poder bajar, la madera rechinó tan fuerte que el cuerpo me tembló al instante y ambos nos quedamos tiesos.

Cuatro fuertes pasos sonaron por toda la casa y Sandoval, casi saltando para subirse al piso donde estábamos, yacía apuntándome con un arma mientras Bernardo y yo nos quedamos pálidos al instante.

- Tranquilo chico, solo pasábamos por unos muebles que queríamos llevarnos de aquí. 

Dijo Bernardo titubeando  mientras ambos levantábamos las manos lentamente. Los ojos de ese hombre nos penetraban y con la poca luz que lo reflejaba del sótano su piel se veía muy pálida, como si hubiera tenido un ataque de pánico sabiendo que sospechaba por lo que veníamos.

- Fue su culpa, ¡ella quería vivir aquí y nunca pude decirle como la odiaba desde hace tiempo! 

- ¿Quién? ¿tu esposa? por eso la envenenaste culpando a él sepulturero y largarte de aquí haciendo a todo el pueblo creer que habías muerto, ¿verdad?. Le respondí directamente ya que era inevitable andarnos con rodeos.

Al hombre le escurrían lagrimas mientras nos apuntaba con el arma y haciéndonos bajar al sótano sin quitarnos la vista de encima. Era un pequeño escondite con una lámpara pequeña, periódicos que apenas viendo los titulares me di cuenta que no eran de este pueblo. Era evidente, este tipo hacia viajes cada cierto tiempo, yéndose y volviendo cuando todo el pueblo estaba muerto apenas tocando la noche.

Nos sentamos en unas sillas cerca de la lámpara mientras Bernardo me hacía varias miradas que sabía exactamente lo que quería insinuarme. Sandoval estando confundido e histérico veía con qué podía atarnos en ese lugar de apenas tres metros cuadrados.

Apenas dirigió su mirada a un costal con varias cosas adentro en la esquina, todo se quedó a oscuras. Disparos empezaron a sonar y casi reventar nuestros oídos. El apagar la lámpara para cegarlo me dió suficiente tiempo para sujetar su brazo y tratar de quitarle el arma.

Varios segundos después, los gritos dejaron de escucharse poco a poco. Sus esfuerzos por zafarse de mi brazo se hicieron más débiles y de la nada su cuerpo se quedó inmóvil. Cojeando despacio pues mi pierna estaba herida por una bala que me alcanzó en la oscuridad, encendí la lámpara y noté como Bernardo también estaba desangrándose en la esquina del sótano, su brazo izquierdo recibió una bala y su pierna un roce de la misma. Y a lado de él, una jeringa con la que seguramente había adormecido al hombre.

- Al menos tenía que traer algo conmigo para no ser un inútil, ¿ no crees?, me decía sonriendo mientras lo ayudaba con sus heridas.

Esa noche el verdadero asesino fue conocido por todo el pueblo y conforme pasaron las semanas las noticias se esparcían sobre los asesinatos de este hombre, pues los periódicos que traía consigo hablaban sobre envenenamientos en otras ciudades causados de la misma manera 

 Una vez más, y con una gran ayuda, logré capturar al asesino que rondaba por mi vecindario.

Relatos cortos de terrorWhere stories live. Discover now