Capítulo IV. Rasgando el hielo

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Disclaimer: los personajes pertenecen a Masashi Kishimoto.

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Pasaron varios días en los que se veían sólo durante las comidas, pero a veces Neji salía de su habitación para una sola comida al día, sólo la necesaria para mantenerse vivo, pensaba Hinata. Y tenían sólo conversaciones banales que Hinata se esforzaba por sacar y mantener:

—Neji-niisan... ¿Qué comidas le gustan más? ¿o qué alimentos le desagradan?

—Nada en particular, mientras sea comestible me funciona.

—A-a mí me gustan los dulces, como los roles de canela. Quedan perfectos con los días fríos, ¿no lo cree?

—Supongo que sí.

Pero aunque Neji se escondiera en su dura seriedad, no podía evitar que se le escaparan rasgos y curiosidades ante el ojo atento de quien esperaba conocerlo más, así fue que Hinata descubrió un día muy gracioso, cuando sirvió un poco de mostaza karashi picante, que Neji no toleraba ese tipo de intensidad, pues en seguida sus serios pómulos se encendieron y comenzó a sudar hasta que bebió su té verde de un solo trago; todo sucedió muy rápido, pero ella lo notó y fue feliz al conocerlo un poquitito más.

Otras veces se encontraban en el pasillo que llevaba al único baño de la casa, pero cuando Hinata comenzó a conocer la complicada rutina de Neji, como su largo baño del jueves al anochecer, modificó la suya para no estorbarle.

Un estorbo, así la hacía sentir él con las miradas que le lanzaba cuando cometía alguna torpeza o se lo encontraba de frente repentinamente. Ella trastabillaba y le daba una corta reverencia, y él se iba de largo con el ceño fruncido. Bueno, eso en días especialmente malos.

Si bien, él siempre la trataba con respeto y casi demasiada seriedad, sus ojos le decían lo que sus corteses palabras ocultaban. Y la miraban severamente.

Descubrió que era imposible encasillarlo en persona diurna o nocturna, porque a veces las luces de su habitación permanecían encendidas hasta que amanecía y dormía todo el día, otras veces sucedía al revés. Leía o escribía, hacía largas llamadas, gritaba al teléfono... y, sorprendentemente, también meditaba. Hinata lo descubrió una tarde en la que salió al jardín a ver el cielo rojo del atardecer. Ahí estaba él como aquella primera noche bajo la luz de la luna, con los ojos cerrados y aportando una apacible calma al ambiente.

Esta vez no se quedó mirándolo embobada, simplemente se retiró en silencio. Ojalá pudiera disfrutar y compartir tranquilamente el jardín con él, deseaba.

Hinata se molestaba con él y con ella misma por no sentirse cómoda en esa casa, pero siempre concluía que no podía culparlo a él, pues fue ella quien irrumpió en su solitaria y desordenada vida.

El alivio inicial que sintió al ser aceptada por él desapareció y se dio cuenta de que ahora tenía que superar algo aún más difícil: conseguir agradarle, adaptarse a él para que él se adaptase a ella.

Al menos sus tareas la mantenían entretenida, llegaba directamente a casa después del instituto, cocinaba, limpiaba si era necesario y le sobraba tiempo para sus deberes escolares. No le gustaba recordar su casa anterior porque corría el riesgo de sentirse demasiado sola, así que evitaba exitosamente esos pensamientos. No quería sentir lástima de sí misma porque eso acabaría con su fuerza. Y ahora la necesitaba más que nunca.

Se conocía, conocía su gran pasión y sensibilidad y, lamentablemente, llevaba días reprimiéndose.

Neji Hyūga también cargaba con sus preocupaciones. No era muy bueno lidiando con su estrés, por eso acostumbraba meditar, pero ahora lo necesitaba mucho más. Teniendo a Hinata cerca conoció cosas nuevas de sí mismo, y no precisamente buenas. Descubrió que era más malhumorado de lo que pensaba, pues le molestaban los pasos de Hinata y los ruidos que hacía por toda la casa, todo lo que rompía su silencio creativo destruía también su inspiración. Simplemente el hecho de ser consciente de una nueva presencia representaba una distracción. La escuchaba por doquier, pero cuando salía no la encontraba por ningún lado, como si fuera su fantasma personal. No se daba cuenta de que su ceño se fruncía y así miraba a la pobre chica que se encogía ante sus ojos y por eso ella se las ingeniaba para evitarlo en los pasillos.

Rehén de tu dulce voz [NEJIHINA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora