💋

4.6K 387 274
                                    

El contoneo de sus caderas cada que caminaba frente suyo le provocaba más que un suspiro y tener que morderse el labio inferior para no empotrarlo contra la pared y hacer uso de su instinto animal.

Joder, que gran vista tenía.

O eso recurría a la calenturienta mente de adolescente de Jotaro cuando observaba detalladamente a su mejor amigo, Kakyoin.

Y es que desde que comenzaron juntos otra etapa de su vida escolar, no pudo evitar el empezar a sentir un extraño calor en su pecho al ver al pelirrojo a su lado. Sus largas pestañas rojizas sobre aquellos amatistas que poseía empezaron a ser un factor distractor en las clases. Podía pasarse horas analizando cada minúscula porción del rostro ajeno, no, toda la vida si era permitido. Su debilidad eran sus rosados y delicados labios junto a esa cara tan detallada y blanca que a veces se pintaba de carmín en sus pómulos de porcelana. Si descendía su mirada, podría ver también el trazo de su cuello níveo hasta el inicio de su pecho, dónde sus clavículas remarcadas resaltaban su exquisita delgadez tentadora. Había tenido la oportunidad de verlo sin playera, maldición, incluso en paños menores cuando tuvieron que viajar a Egipto, pero todo había cambiado al regresar, sus sentimientos se asentaron y las memorias viejas del cuerpo ajeno desnudo no eran suficiente para satisfacerse.

Recordaba con minuciosidad las leves pecas que yacían sobre su espalda delgada. Incluso una pequeña marca de nacimiento en su cuadrante izquierdo inferior, dónde nace el hueso del isquion. Sus largas y bien formadas piernas color nieve que en ocasiones se teñían de morados suaves o verdes producto a las batallas libradas. Sus caderas eran más anchas que las de un hombre estándar, pero eso no lo hacía menos masculino, es más, hasta lucía atractivo. Sin embargo, dónde Jotaro perdía la cordura era en esa diminuta cintura que lo invitaba a tomarlo de ahí y plantar el beso más sucio y pervertido que tuviera. En una de sus tantas noches de desvelo, el pelinegro había descubierto que sus manos alcanzaban a tomar completamente la cintura del menor.

Se preguntaba cómo se vería aquel cuerpo bajo su merced, implorando piedad y pintado de moretones. Sumiso, gimiendo su nombre hasta que sus cuerdas vocales estallaran por los gritos producidos del placer recibido y...

—¡JOTARO!— un golpe con el cuaderno de apuntes del pelirrojo lo hizo regresar a la realidad. De nuevo se había aislado del mundo pensando en la inocencia manchada del pobre de su mejor amigo. —Llevo 10 minutos hablándote y pareces más distraído que de costumbre, ¿Qué demonios te sucede?

El pelinegro abrió los ojos y agachó su mirada. No esperaba desviar su atención de esa manera cuando estuviera con él, y menos en la escuela. Recapituló todo lo que su mente divagaba y un "Yare yare daze" bailó en su lengua.

—No es nada, simplemente no me gusta la clase— murmuró jalando su víscera para tapar su mirada. Kakyoin lo miró incrédulo, ¿Acaso esto era obra de un stand enemigo?

—¿Cómo? ¿De repente tu gusto por la biología desapareció?— el pelinegro tragó saliva. Se maldijo mentalmente por hablar sin meditar sus palabras.

Volteó su mirada fugaz al reloj. Eran las 11:45. La clase de Biología había empezado a las 11 y él recordaba haberse perdido en su conciente en clase de álgebra. Torció su boca al analizar qué estuvo casi más de 1 hora sumido en otras cavalidades.

—¿Qué?, claro que no, creí que seguíamos en álgebra— dijo a medias la verdad. —Me quedé dormido en cuanto la perra escandalosa empezó a hablar. Sabes que detesto a esa mujer.

El pelirrojo suspiró con pesadez.

Últimamente Jotaro había estado más raro de lo normal y le preocupaba que eso le afectara académicamente. Además que era su mejor amigo, el único hombre que le habló en son de amistad en sus 17 largos y solos años.

Prestó de nuevo atención a la clase impartida por el profesor anciano. Anotaba las palabras claves para después hacer apuntes más precisos en su casa.

¿Jotaro y él eran amigos, verdad?

Apretó su lapicero al llegar a otra conclusión que... No, solo era amor fraternal. Era imposible que él sintiera más que eso por Kujo.

De nuevo le echó un vistazo al aludido y una leve sonrisa se formó en sus labios al captar a Jotaro tomando apuntes también.

Fuerte DeseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora