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—Entonces Jotaro me miró asombrado y me dijo: ¡Me encantan los delfines!— terminó la historia con gran alegría la rubia. Kakyoin la escuchaba atentamente mientras rebanaba el jamón en cuadros pequeños y Holly colocaba los fideos en la olla. Jotaro estaba parado en la entrada de la cocina juntando toda la paciencia que le quedaba para no gritarle a su progenitora. Era la sexta vez que le contaba al pelirrojo el origen de su afición hacia los delfines y este ni se inmutaba a escucharla de nuevo.

Una ligera vena saltó de su cien cuando su madre aceptó gustosa narrar otras aventuras de su pequeño solecito.

—¡Ya! ¡Ya! ¡Es demasiada plática sobre mi!— vociferó interviniendo.

—Jotaro, no seas así con tu madre...

—Jotaro no seas grosero con Kakyoin, además él tiene mucha curiosidad y es el único que sí me escucha— berreó ofendida la Joestar mayor. El pelinegro estaba a punto de rechistar, cuando una mirada fría por parte del pelirrojo lo hizo callar. Bufó molesto y decidió subir a su habitación, al menos fumaría un poco más para seguir estudiando.

•••

—Oh, Kakyoin, me alegra tanto que te hayas topado con mi niño— al pelirrojo lo tomó por sorpresa el comentario, sin embargo ensanchó una gran sonrisa y asintió.

Holly pensaba en cuanto había cambiado su Jotaro. Había dejado de meterse en problemas, sus calificaciones aumentaban y ya no llegaba lleno de moretones producto de sus peleas callejeras. Incluso podía acertar que su rebeldía fue apaciguada por aquel ser que con una sola palabra podía domar a la bestia de...

Se quedó un momento observando el agua burbujear y su mente se aclaró. Miró a Kakyoin, quién deshebraba la pechuga de pollo cuidadosamente y no prestaba atención al ambiente. Abrió los ojos y llevó sus manos a su boca para silenciar el grito de emoción que soltó. Todo era más claro ahora, Jotaro, su pequeño bebé, estaba enamorado de su mejor amigo, ¿Cómo no lo había visto antes?, era más que obvio. Se sintió algo culpable por avergonzarlo frente al menor con todas las historias que soltaba al derecho y al revés, pero ya sabía cómo recompensaría al pelinegro.

—Oh, cielo, ¿Podría encargarte que Jotaro cene? Acabo de recordar que tengo un compromiso esta noche— Kakyoin la observó algo confuso y no le quedó más remedio que aceptar. Un frío traspasó su ropa, como si un mal presagio le advirtiera que el quedarse solo con el pelinegro era malo. Sin embargo hizo caso nulo y siguió cocinando junto a la parlanchina señora. 

•••

—Ey, Jojo, tu madre dijo que saldría, pero te he traído la cena— anunció el pelirrojo entrando a la habitación con 2 platos de spaguetti. La luz se encontraba apagada y un bulto tirado llamó su atención, ¿Acaso se había quedado dormido?, —Jotaro, despierta, cena primero y después te vas a la cama. 

Ningún sonido salía del bulto. Enfadado de ser ignorado se acercó a regañadientes a dejar los platos en el buró y al momento que tocó la masa humana, unos fuertes brazos lo tomaron de la cintura y lo tiraron a la cama. Había sucedido en cuestión de segundos que quedó sorprendido al verse acorralado por una mirada brillante e hipnotizante. Los irises azules se revolvían entre sí dando ilusión de un zafiro siendo iluminado. Solo la parda voz logró sacar al ensimismado joven. 

—Aún sigues sin responder a mi pregunta, ¿por qué evitas el tema?— susurró enfocándose en la facción de sumisión de Kakyoin. Un fuerte rubor rosado se extendió en las mejillas níveas y desvió su rostro a la derecha, prestando atención a la ventana abierta y el suave vaivén que tenían las cortinas meciéndose. Jotaro estaba sentado sobre el lecho del menor y sujetaba sus manos arriba de su cabeza, evitando que volviera a escurrirse como la última vez. Este sería el momento que definiría el rumbo de su amistad. —¿Noriaki?

—No lo estoy evitando. Solo no sé la respuesta, es todo. ¿Cuál es la necesidad de saberlo?

—Para ver que tan jodido estaré después de hacer esto— musitó antes de lanzarse hambriento a los labios rosados y besarlos sin piedad. El pelirrojo estupefacto se removió como oruga en un intento inútil de zafarse de la situación, pero mientras más probaba los labios suaves y con sabor a nicotina mezclada de menta, más se sentía adormilado ante el hechizo del mayor. El beso duró breves segundos, aunque a Kakyoin se le hicieron siglos eternos que disfrutó ampliamente.

Tal vez si estaba enamorado.

Fuerte DeseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora