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"En la siguiente imagen podemos encontrar un espécimen perteneciente a la familia de los Delphinae realizando un llamado de apareamiento junto a un colega de su misma especie. Si bien es sabido que las relaciones homosexuales entre animales es algo..."

Cerró el libro enojado y lo lanzó lejos de sí. Bufó molesto mientras sacaba un cigarro de la caja bicolor y lo tomaba con sus labios.

—No fumes aquí. Detesto el olor— sentenció el menor antes de que la flama tocara al tubo con nicotina. Kakyoin siempre le repetía las consecuencias malignas que le podía traer su vicio, pero era el colmo que incluso se molestara porque intentara fumar en su propia casa. —Además, ¿Por qué demonios lanzaste el libro?

—Porque quería descansar. Voy al balcón— contestó sin inmutarse, abriendo la puerta que dirigía a la parte mencionada. Allí sintió una traviesa ráfaga fría golpeando su rostro. Volvió a tomar el cigarro y lo prendió, deleitándose con las primeras caladas que le daba. La nicotina hacia trayecto por su sistema sanguíneo y le brindaba una calma momentánea en su interior. Admiraba el paisaje húmedo que aún olía a petricor y escuchaba atentamente el barullo de la civilización después de la tormenta. ¿Hace cuánto tiempo no hacía eso?

El pelirrojo siguió leyendo y marcando las ideas principales de su libro de historia. Quería terminar sus trabajos antes para poder dedicarse de lleno a sus sagrados videojuegos y dibujar algo. Frunció el ceño, hace días que no tenía la inspiración suficiente para plasmar sus ideas en el papel y la urgencia de pintar lo mataba. Sin embargo la corriente de aire gélida lo alcanzó y cuando iba a pedirle a Jotaro que cerrara la puerta se quedó analizando al mayor y el paisaje de afuera. Las gotas de la lluvia caían delicadamente y el humo del tabaco bailaba con el aire, se lograban divisar algunas luces lejanas y las copas de los árboles repletas de aves lista para dormir, pero lo que más resaltaba era la figura masculina que sostenía el cigarro entre sus labios y metía sus manos a sus bolsillos.

Sonrió sabiendo que podría dibujar.

Tomó el lápiz de su cartuchera y sacó de su maletín el papel lienzo que tenía. Procuró no hacer ruido y dirigiendo su atención al mayor empezó a trazar líneas delgadas.

Jotaro seguía ensimismado con las cenizas que volaban libres por el aire. Su mente corría presurosa, intentando descifrar todo el desorden sentimental que tenía. Espera, ¿Sentimental?, o más bien ¿Hormonal?

Dio una calada más profunda que las demás y cerrando los ojos dejó salir el humo gris de sus fosas nasales. ¿Qué era lo que realmente quería? Estaba en la claro que quería empotrar contra la cama a Kakyoin y hacerle un sin fin de cosas, aunque también deseaba verlo sonreír y ser él el motivo de su felicidad. Le gustaba mucho oír su risa escandalosa y sus bromas que no daban gracia. Le parecía muy atractivo su figura, pero su simple ser le maravillaba. Estaba más que seguro que lo quería a su lado el resto de su vida.

Un rayo frío cabalgó su columna vertebral al llegar a una conclusión. Estaba enamorado de Kakyoin. Y no era reciente. Su amor había nacido desde el inicio del viaje. Se sonrojó bruscamente, ¿En qué momento bajó la guardia para terminar así?.

Su cigarro se extinguió y lo tiró para pisarlo en el suelo grisáceo. Volteó al no escuchar ruidos provenientes de adentro y se quedó quieto al ver a su mejor amigo garabateando en su cuaderno. Kakyoin estaba sumergido en su dibujo que no se percató del momento en que Jotaro lo miraba fijamente sin moverse.

—¿Ya has terminado de dibujar?— preguntó el pelinegro con una tenue sonrisa. El pelirrojo salió de su trance y un sonrojo intenso lo delató.

—Sí, ¡digo! ¡No estaba dibujando!— gritó escondiendo su cuaderno en su pecho. La vergüenza lo invadía al igual que la sangre en su cara. Jotaro rió y entró a la habitación antes que pescaran un resfriado. Recogió el libro que había lanzando y regresó a su asiento para seguir leyendo. Tenía la mente más despejada.

El pelirrojo escondió rápidamente su obra y procuró verse de lo más normal. Tomó su marca textos rosado y cuando iba a empezar su lectura de nuevo, la voz de Jotaro lo exaltó.

—Oye, ¿Te puedo preguntar algo?

—Claro, d-dime— se dió un zape mental. Debía sonar patético al tartamudear producto de sus nervios. Esperaba que fuera algo relacionado a la escuela y no del dibujo, se moriría de pena al ser descubierto. Desvió sus orbes lavanda hacia los aquamarina.

—¿Alguna vez te has enamorado?— soltó la pregunta y el ambiente se volvió igual de frío que afuera.

Fuerte DeseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora