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Jotaro gruñía y mordía su labio inferior para evitar soltar más sonidos de los que hacía. Su mano subía y bajaba en un ritmo constante sobre su falo erecto y su mente trazaba de nuevo aquella imagen que lo dejó petrificado.

—Noriaki...— susurró cerrando sus ojos, agudizando sus sentidos e imaginando que la mano áspera que lo masturbaba se trataba de la ajena. Sintió el climax acercarse y con un gemido sonoro soltó su semilla blanca. Los espamos post orgasmo lo tumbaron en el colchón. Disfrutó los últimos impulsos eléctricos placenteros antes de cubrir su cara y soltar un grito ahogado.

Lo había vuelto a hacer.

Irritado tomó un pañuelo de su buró y limpió el desastre que había provocado. No, técnicamente había sido el pelirrojo quien lo había incitado.

Gruñó de mal humor y se levantó para cambiar su atuendo.

•••

—Puedes usar el baño ya, Jotaro— el humo que expedía el cuarto se condensó en el techo. El pelinegro dejó a un lado el libro de biología marina que estaba leyendo para tomar una ducha. El pelirrojo traía una toalla envuelta en su cadera y con otra tallaba su cabello. Jotaro pasó saliva en seco, tomando sus pertenencias ingresó al baño.

Kakyoin peinaba sus cabellos rebeldes, enmarañando sus largos dedos pálidos. Estaba tan absorto en su pelo que al momento de ver su imagen completa en el espejo recordó la nota que había encontrado en su cuaderno de Cálculo.

"Maldito afeminado"

Suspiró con pesadez. No era la primera que leía. Varias veces le habían dejado palabras hirientes en su banca o pertenencias.

"Homosexual" "Niño chupapenes" "¿Qué se siente que Jojo te la meta cada noche?"

Su mirada viajó analizando cada parte de su ser. ¿Realmente se veía tan afeminado?, no podía ignorar el hecho que su cintura era más delgada que lo estándar, además que su rostro imberbe era más acentuado debido a su madre, sin retirar su característico mechón rojizo que caía largo. Giró enojado sobre sus talones para cambiarse de ropa, ya no quería seguir pensando en eso. Tal vez con algo de ejercicio llegaría a la musculatura de su amigo y lo dejarían de molestar. Tal vez.

—Oye, Nori— tembló al escuchar su nombre. Se suponía que Jotaro ya estaba bañándose. —Perdón, no quería asustarte.

—No te apures. ¿Pasa algo?

—¿Estás bien?— maldita manía del pelinegro de responder una pregunta con otra. Su mirada amatista confusa encontró los estoicos ojos aqua. —Te quedaste absorto viéndote en el espejo, ¿Todo bien?, iba a decirte si podías pasarme la bata, pero no me escuchaste.

Kakyoin se dió un golpe mental y una repentina pena lo azotó. ¿Qué pensaría Jotaro si le contara sobre las notas? ¿También le diría lo mismo?. Obviamente había decidido no informarle esto porque creyó que solo era una jugarreta de un día, pero ya habían pasado más de 2 semanas y sabía de antemano que su amigo haría lo posible por golpear a muerte al que lo estuviera molestándolo.

—Estoy b-bien, solo creí que había engordado un poco— mintió con agilidad y tornando su cuerpo de lado contrario.

No escuchó más que el sonido de la puerta cerrándose y recordó lo que había pedido Jotaro. Tomó la bata azul marino del otro y sin previo aviso ingresó al baño para dejársela colgada. Sin embargo quedó trabado al apreciar a su amigo de espaldas, dejando que el agua caliente cayera sobre su cabellera azabache y resbalara por su gran espalda. Su marca de nacimiento contrastaba con su piel ligeramente morena y al bajar sus curiosos ojos se topó con un trasero firme y piernas gruesas. Se sonrojó hasta las orejas y salió veloz.

La bata quedó tirada en el suelo.

—Demonios— susurró tomando su cabeza y recargándose en la pared. Su mejor amigo parecía un puto dios griego traído desde el mismísimo Hades y que había sido la tentación vuelta carne y hueso.

Fuerte DeseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora