Capitulo 4

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Capítulo 3: De dulce terror y volutas de humo

Atardecía en el Sunny. El hecho de que el sol se estuviera poniendo marcaba el fin de un día de locos, aunque bastante tranquilo si tenemos en cuenta la rutina de los mugiwara. Al menos no habían tenido que hacer frente a una Buster Call o un aspirante a Dios pirado.

Aunque… bueno, todo puede pasar. Y lo que está a punto de ocurrir es que Luffy va a ver a su segundo de a bordo convertido en una alfombra. Al menos, si el cocinero del barco tiene algo que decir al respecto.

-Lo mato.- debía ser la… no sé, ¿trigésima? vez que Sanji decía esa frase,- voy a matar a ese marimo desgraciado, acosador y pervertido.

Nami se mordió el labio inferior, luchando por no estallar en carcajadas. Aquello se volvía más divertido cada minuto que pasaba. Y cuando los principales implicados llegaran, iba a ser un circo. Normalmente, la akage se desesperaba por el comportamiento infantil de sus nakama, pero aquello era demasiado bueno. Alrededor de la mesa de la cocina, mirándose unos a otros con sonrisitas cómplices y evitando a toda costa que Sanji los viera, cinco de los mugiwara estaban haciendo un esfuerzo titánico para mantener la seriedad. A Brook, de tener ojos se le habrían salido por la presión de contener sus ruidosas carcajadas durante tanto tiempo. Franky, que normalmente estaría montando follón como el que más, se ocultaba detrás de sus gafas de sol y mantenía la vista fija en la mesa, aunque se moría por un bailecito y un súper para desahogarse. El pobre Usopp procuraba llenarse la boca de comida, porque en cuanto la vaciara empezaría a reírse como un histérico. Chopper, oculto tras un enorme algodón de azúcar, receta especial de Sanji, intentaba contener una risita feliz, aunque temía que el cocinero sufriera un infarto de seguir así. Y Nami miraba de Sanji a la puerta y de la puerta a Sanji, esperando. El único que no parecía enterarse de nada era Luffy, que se limitaba a devorar todo lo que tenía delante. Y he dicho que parecía porque Luffy, por muy lento que sea, no es tonto y algo sabía, después de ver lo que había visto en la cubierta.

Se iba a armar gorda. El follón del siglo. El apocalipsis.

Y todo por un gato grande y verde.

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Robin se sentía extraordinariamente relajada. Era una sensación extraña para la arqueóloga, que tras años como una prófuga había descubierto que, incluso sintiéndose segura entre sus nakama, no era capaz de abandonar los viejos hábitos. Al menos todo el café que tomaba a diario le evitaba ese estado de duermevela que la hacía sentir indefensa.

Pero en aquel instante… nunca se había sentido tan tranquila. Estaba adormilada, envuelta por algo cálido y suave. Sabía que había estado dormida un segundo antes, dormida en algún lugar al aire libre, pero se sentía completamente tranquila. De hecho, quería seguir durmiendo, abrazada a ese algo caliente y blandito que se movía junto a ella. No exactamente blando, se percató, es muy firme. Pero si es suave, cubierto de pelo, cálido.

Suave, cubierto de pelo y cálido.

Robin abrió los ojos de golpe y se incorporó en la hamaca. Se tapó la boca para evitar un grito de sorpresa. Si, se había quedado dormida, ¿cómo se había podido dormir?, pero se había quedado dormida abrazando a… a…

Momento chorra y obvio. Se había quedado dormida abrazando a Zoro. Al tigre-Zoro. En medio de la cubierta. Donde cualquiera podía verlos.

La reacción natural de Robin hubiera sido levantarse silenciosamente y desaparecer. Y allí no habría pasado nada. Pero no tardó mucho en notar que iba a ser un poco más complicado que eso. Zoro no dormía a su lado, sino casi por completo encima de ella. De hecho, la cola del tigre se enrollaba en torno a su pierna izquierda, y su majestuosa cabeza se apoyaba sobre el vientre de la morena, de forma que esta sentía su respiración en el nacimiento de los pechos cada vez que exhalaba.

De las katanas y colmillosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora