Capitulo 7

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Capítulo 6: De hermosa rutina y astillas clavadas en la piel

Nami observaba. Observaba con mucho cuidado, analizando cada pedacito de información visual que podía obtener, para después ensamblarla en forma de información lógica en su agudo cerebro. Era un proceso que llevaba repitiendo constantemente durante los últimos veinte minutos, intentando descubrir que era eso que a su mente se le escapaba. Porque estaba convencida de que todo estaba allí, ante ella, y que solo necesitaba un empujoncito (metafórico, por supuesto, ni con un palo me atrevo yo a empujar a Nami) para entender lo que estaba pasando allí.

En la mesa del desayuno, ante sus mismas narices.

¿Por qué Nico Robin llevaba todo el desayuno con la mirada perdida en su plato?

¿Por qué Zoro, es decir, el tigre-Zoro, llevaba todo ese tiempo tendido junto a la pared, sin prestar atención a los comentarios de Sanji ni a las miradas nerviosas y sorprendidas de Chopper?

Y, a todas estas, ¿por qué Chopper miraba de Zoro a Robin como si estuviera viendo un fantasma?

Nami, ignorando los revoloteos del cocinero, centró su atención en el kenshi, buscando algo que la sacara de dudas. El tigre estaba tendido contra la pared, la cabeza recostada sobre las patas delanteras, el cuerpo relajado, su desayuno casi sin tocar… y su ojo sano fijo en Robin. Nami enarcó las cejas. El animal apenas parpadeaba y su mirada no se apartaba en ningún momento del rostro de la arqueóloga, como si… como si…

La navegante tragó saliva y miró a Robin, que seguía sin apartar la mirada de la comida. Su expresión era relajada, extraña, suave, casi… casi como si…

¡No podía ser!

No era eso, ¿verdad? Es decir, Robin era humana, y Zoro pues… en ese momento no tanto. No podía haber pasado nada entre ellos. Era imposible.

¿Lo era?

-¡Nami-swan! ¿Tienes hambre? Puedo prepararte algo más, si quieres.

-No… no hace falta.

Robin y Zoro. Zoro y Robin. Espadachín y arqueóloga. ¿Qué había pasado exactamente?

Nami fijó su atención en Chopper, que picoteaba de su desayuno, apenas consciente de que Luffy lo estaba dejando sin nada que picotear. El renito parecía en shock, y la akage se preguntó que había oído, o visto… u olido, se percató. El olfato del isha era extraordinario, y seguramente le revelaba mucho sobre lo que tenía alrededor. Incluidos esos dos. La navegante frunció el seño. Tenía que hablar con Chopper, y a solas, que no era plan que los cotillas de sus nakama se enteraran de lo que no debían. Porque ella NO era una cotilla. Solo estaba… esto… preocupada por sus amigos.

-Oi, Chopper,- lo llamó, haciendo que se sobresaltara y la mirara retorciéndose las pezuñas,- si ya acabaste de desayunar, ¿podrías revisarme? Me duele un poco la cabeza, creo que podría haber pillado algo en la isla.

Sanji chilló, aterrorizado, y se lanzó hacia ella, dispuesto a proteger a su dama de, bueno, un virus microscópico (es Sanji, y con eso lo aclaro todo), pero su senchou se interpuso en su camino, levantándose de golpe y sobresaltando a los demás, que miraron, espantados (porque aquello era, sin lugar a dudas, una señal del apocalipsis) como dejaba la carne en el plato y colocaba su mano izquierda sobre la frente de una sonrojada, pero muy sonrojada, navegante.

-¿Te sientes mal?

Nami no podía articular palabra. La expresión de Luffy era de absoluta seriedad al preguntarlo y la mujer solo pudo notar como se le calentaba la cara, eso y el suave toque de la mano del moreno sobre su frente. El capitán la miraba con preocupación, paseando los ojos por su rostro sonrojado.

De las katanas y colmillosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora