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Hacia las diez y media dela noche, Jungkook subió andando los catorce tramos de escalera que llevaban hasta su piso. Había salido a correr unos cuantos kilómetros antes de la cena y volvía sudoroso, pensando tan solo en darse una ducha. Al detenerse ante la puerta de su casa, escuchó risas y música que venían de la vivienda continua. Era evidente que la fiesta había comenzado.

<<Espero que la cosa no vaya a más>>, se dijo, molesto.

Desde que conocía a Winston, hacía ya bastantes años, nunca supo que diera ni si quiera una cena. Aunque Paul y él no se llevaban mal, y alguna vez, incluso, se dejaba caer por su casa para echar una partida de ajedrez, siempre lo había considerado un hombre más bien solitario y algo huraño; estaba claro que convivir con un jovencito iba a repercutir en sus costumbres más queridas. Jungkook se encogió de hombros. Al fin y al cabo, lo que hiciera su vecino no era asunto suyo.

Ya en el cuarto de baño, se quito la camiseta empapada y los pantalones cortos y los arrojó al suelo de cualquier manera. Luego se metió bajo el chorro caliente y sintió cómo los músculos se relajaban. Le gustaba hacer ejercicio de manera habitual y, como no tenía tiempo para ir al gimnasio, procuraba al menos media hora todas las noches.

 Al salir de la ducha, se secó bien, enrolló una toalla alrededor de sus caderas y se dirigió a la cocina. Preparó un sándwich de varios pisos, lo colocó junto a un vaso de agua y una copa de vino en una bandeja y lo llevó todo al salón. Encendió el televisor para ver las noticias mientras cenaba, sin embargo, aunque subió varias veces el volumen, tuvo que rendirse y apagarlo. Después trató de leer un rato, pero escuchar a Bruce Springsteen gritando en su oreja que había nacido en los Estados Unidos no contribuyó a su concentración, precisamente, así que decidió ir a acostarse.

El abrumador nivel de decibelios que lo recibió al entrar en su dormitorio no tenía  nada que envidiar al de cualquier discoteca de moda. Si su vecino no bajaba el volumen, no iba a poder pegar el ojo. Maldijo en silencio; tendría que vestirse e ir a decirle que bajara la música. Irritado, se puso unos vaqueros y una camisa y, sin molestarse en remeterla por dentro del pantalón, se dirigió al piso de al lado. Tuvo que llamar varias veces al timbre antes de que una muchacha bajita y con el pelo rojizo le abriera la puerta.

—¡Hola, soy Fiona! —la pelirroja lo miró de arriba a abajo con evidente apreciación y su sonrisa se hizo más amplia—. Pasa, pasa, la fiesta acaba de empezar. 

—Soy Jungkook Gallagher, el vecino de Jimin, quería hablar con él, por favor. 

—Ven, vamos a buscarlo —propuso la chica colgándose de su brazo, desenfadada. 

La casa estaba atestada de gente y todos parecían estar ya bastante achispados. En uno de los sofás, que al menos el señor Stapleton había tenido la previsión de tapar con unas sábanas viejas, una pareja se besaba con tanta pasión que en breve se verían obligados a ir a buscar la cama más próxima. El humo del tabaco y de la marihuana flotaba en el ambiente como un aromático hongo nuclear y, en un rincón, Jungkook descubrió a tres tipos haciendo malabares con unos huevos de piedra a los que su vecino tenía mucho aprecio. Una vez más, se preguntó qué opinaría Paul del asunto,pero cuando la tal Fiona le condujo hasta Jimin, se dio cuenta de que Winston no estaba allí. 

Su vecino llevaba una sencilla camisa de algodón que enfatizaba su esbelta figura y en sus bonitas piernas unos jeans negros. Su pelo, brillante como el latón pulido, enmarcaba el rostro sonrojado, mientras discutía acaloradamente con un melenudo que parecía ejercer de pinchadiscos. A Jungkook no le quedó más remedio que reconocer que estaba muy guapo. 

Algo más que vecinos •kookmin• AdaptaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora