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Durante las semanas que siguieron, Jungkook cumplió su promesa y asistió a todos los eventos, cenas y compromisos sociales a los que lo invitaban. Conoció a muchas mujeres, pero en todas encontraba algo que le disgustaba: una era demasiado seria, otra demasiado baja, esa demasiado ruidosa, aquella demasiado agradable. Harry se desesperaba con él y le anunció que si seguía así, el famoso heredero del imperio Gallagher habría que encargarlo en un laboratorio.

Jungkook estaba agotado; su ritmo de trabajo seguía siendo el mismo y, con tantas salidas, apenas dormía. Ya no tenía tiempo para correr, ni para jugar al ajedrez, así que no había vuelto a ver a su vecino. Ni falta que le hacía, se dijo a sí mismo.

A veces, cuando llegaba a su inmaculado y silencioso piso se sorprendía pensando que era tan acogedor como el quirófano un hospital. Últimamente siempre estaba de malhumor y lo volcaba sobre personas inocentes de forma totalmente injusta, lo que le hacía sentirse aún peor. Una intensa insatisfacción parecía reconcomerlo a todas horas y, a pesar de que se repetía a sí mismo que era una persona completamente feliz, sacudía la cabeza y maldecía a Jimin Stapleton, juzgándolo responsable de su miserable estado de ánimo.

—No puedes seguir así, Jungkook —le dijo un día su amigo Harry al observar sus profundas ojeras y la palidez de su rostro.

—¿Así cómo? —respondió Jungkook con sarcasmo.

—Te va a acabar dando un infarto. Venga, confiesa de una vez, ¿qué es lo que ocurre? ¿Es tu madre? ¿Te sigue incordiando con sus mezquindades?

—Mi madre no tiene nada que ver. No seas estúpido, Harry, no me pasa nada en absoluto.

Harry lo dejó pasar por el momento, pero en cuanto llegó a su casa se lo comentó a su esposa.

—Me juego el cuello a que se trata de alguna de sus conquistas —afirmó Lisa, muy segura.

—Tonterías —respondió su marido—. Le he presentado a todas las mujeres solteras y atractivas de Londres, y no le ha gustado ninguna.

—Eso lo único que demuestra es que no se trata de una de esas estúpidas rubias pechugonas que insistes en buscarle —respondió Lisa con desdén.

—Pero, entonces ¿quién? Jungkook no tiene tiempo material para conocer otras personas.

—Eso es verdad —afirmó su mujer con cierta perplejidad.


Entretanto, Jimin seguía con su vida como de costumbre. Echaba de menos las partidas de ajedrez y las conversaciones con Jungkook, pero sabía que si él no quería verlo no había nada que hacer. Jimin era consciente de que Kook era un hombre extremadamente orgulloso y de que el lo había golpeado donde más dolía. Suspiró con cierta tristeza; le daba pena haber perdido un amigo, pero esperaba que, a la larga, todo eso redundaría en beneficio de su vecino.

Las cosas hubieran seguido así eternamente si un día Jungkook no se hubiera encontrado en una situación algo peculiar. Había recibido una invitación para asistir a una gala benéfica a la que iría lo más granado de la alta sociedad londinense y cuyo organizador era un poderoso hombre de negocios con el que estaba interesado en cerrar una importante operación. 

Algo más que vecinos •kookmin• AdaptaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora