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Un par de días después, una soleada mañana de mediados de primavera, viajaban por la A38 en el Range Rover de Jungkook —que iba cargado hasta los topes, con el equipaje, los lienzos, las pinturas y el caballete de Jimin y, por supuesto, Milo—, en dirección a Cornualles.

Ahora que se había hecho a la idea, Jimin contemplaba entusiasmado el hermoso paisaje de verdes campos y pequeños y pintorescos pueblos que volaba raudo por su ventana. Solo había estado en Cornualles una vez cuando era pequeño y recordaba que le había encantado. Jungkook miró su rostro iluminado con una sonrisa y se sintió satisfecho de haberlo convencido para que lo acompañara. El día que el joven aceptó ir con él decidió olvidar sus planes de seducción; Jimin tenía razón, era mejor seguir siendo amigos.

Cuando Jungkook se detuvo por fin frente a la monumental verja de hierro que rodeaba la propiedad, pensó que el viaje se le había hecho muy corto. Después de traspasar la cancela ornamentada con sendos escudos de armas en cada una de las puertas, un ancho camino de grava, flanqueado por dos hileras de inmensos robles de cientos de años de antigüedad, les condujo a través de un extenso parque hasta llegar a una imponente mansión de piedra de la zona, construida en un original estilo renacentista veneciano, en la que resaltaba una gran cúpula y numerosas chimeneas en el tejado. En los bellos jardines clásicos que la rodeaban predominaban los macizos de rosas en flor que despedían un agradable perfume.

Jimin abrió mucho los ojos y exclamó:

—¡Dios mío, Jungkook, qué casa tan hermosa! —su vecino disfrutó del evidente deleite que brillaba en su expresivo semblante.

Casi al instante, la enorme puerta de madera se abrió y un hombre mayor, inmaculadamente uniformado, salió a recibirlos.

—Bienvenido, señorito Jungkook. Es un placer tenerlo aquí de nuevo después de tanto tiempo —saludó el anciano, solemne.

—Gracias Bates, yo también me alegro de estar aquí. Esta es la señorito Jimin Stapleton, mi pareja —la cabeza del viejo mayordomo se inclinó en una reverencia que parecía dirigida a un rey y Jimin se sintió un tanto aturdido—. ¿Qué habitación le ha preparado?

—La habitación verde, señorito.

—Perfecto —sonrió Jungkook, satisfecho—. Llame a James y dígale que nos suba el equipaje. ¡Ah!, y que se ocupe también de darle agua a Milo.

Jungkook agarró a Jimin de la mano y subió con el la grandiosa escalinata de piedra.

—Kook —susurró el joven, nervioso—, no sé si voy a estar a la altura del papel. La verdad es que no me esperaba esto.

—¿Y qué era lo que esperabas? —preguntó, mirándolo divertido.

—No sé, pero no pensé que fueras tan horrorosamente rico...

Jungkook apretó con calidez la mano del chico intentando tranquilizarlo.

—No te preocupes, enseguida te acostumbrarás.

—Ejem... —un ligero carraspeo sonó a sus espaldas. Jimin se volvió con rapidez y se topó de frente con el inexpresivo rostro del mayordomo; incómodo, se preguntó si la habría oído—. Señorito Jungkook, su madre me indicó que, en cuanto llegaran, les hiciera pasar al saloncito amarillo.

Algo más que vecinos •kookmin• AdaptaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora