15

376 29 3
                                    

29 de agosto del 2019 

Karol. 

–Karol.

No sabía dónde estaba, los gritos y halagos eran desesperantes. Me dolía la cien y mi vista era opaca. Había siluetas, como pequeños puntos deformes esparcidos por todo el lugar, pero no lograba distinguir y tampoco conseguía moverme, era como si no tuviera sensibilidad en las piernas.

–Karol ¿Estás bien? – moví mi cabeza a todos lados intentando averiguar de dónde provenía esa voz que se me hacía muy familiar, pero las punzadas en mi cabeza aumentaban y no lograba concentrarme. Por otro lado, sentía como si miles de personas estuvieran gritando y aplaudiendo, muy cerca de mí, con toda la euforia del mundo. Su energía comenzaba a atormentarme – Colócate los tacones, en unos minutos es tu entrada.

Intenté mover mis piernas, sacudir los brazos, estirar mis dedos, deslizar los talones... pero nada. Solté un grito de frustración al no obtener resultado, apreté los dientes y grité nuevamente, esperando que toda esa multitud que parecía rodearme me escuchara.

Fue entonces que mis ojos se encendieron como dos bombillas y se enfocaron en una cabellera rubia. Achiqué los ojos para verla mejor y poco a poco el lugar fue aclarándose, mi vista se iluminó y tuve una última punzada en la cien antes de que el dolor desapareciera de repente. Por los equipos de sonido, los vestuarios y el tocador con el osito en una esquina, deduje que era mi camerino ¿Qué hacía aquí y porque nadie notaba mi presencia?

–Mamá me duele el estómago y no sé dónde están mis tacones. –Mis ojos se abrieron de par en par al escuchar aquello: era mi voz y yo no había dicho nada. Fruncí el entrecejo y abrí la boca con sorpresa, de repente sentí un cuerpo acercándose y antes de que intentara alejarme, la señora a la que identifiqué como mi madre, me atravesó tal cual fantasma para dirigirse hasta unas maletas que tenían dentro diferentes zapatos y tacones.

¿Qué mierda?

–Te he dicho muchas veces que organices bien tu ropa y tus zapatos, Karol.

–Te estoy diciendo que me duele muchísimo el estómago, si soy ordenada o no es lo de menos.

Seguí la mirada fulminante de mi mamá y me encontré... literalmente.

Ahí estaba yo, mirándome al espejo, con los pies encogidos en el suelo y tambaleándome de adelante hacia atrás. A cada minuto que pasaba me confundía más.

Mi mamá suspiró – ¿Comiste hamburguesas? Tal vez es por tanta grasa...

–¡Basta! No tiene nada que ver, sabes que son esos medicamentos que me estuvieron dando últimamente para tener más "energía" en los shows.

–Karol ya...

– Falta poco, lo sé. –entonces "yo" giré despacio y observé a mi madre desganada, aun jugando con mis pies. Mi mamá se acercó con la tristeza reflejada en sus ojos y me abrazó, suspiré y le besé las mejillas, la frente y la boca. – Solo nueve shows más y ya.

Me alejé un poco para verla y sonreírle, dejando otro beso en su frente, mientras susurraba que ya no me dolía el estómago, que eran las hamburguesas. 


Abrí los ojos desesperada y me levanté de la cama de golpe.

Mi respiración se agitó, mi corazón latía con fuerza y me temblaban las piernas. Estaba en mi casa, en mi habitación.

No había soñado, había recordado. Esa fue una de mis peores experiencias, después de dar ese show, vomité sin parar hasta que terminé en el hospital, tuvieron que hacerme un lavado gástrico para que pudiera comer con normalidad.

Mariposa de Cristal (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora