La peor suerte

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Izuku tenía trece años cuando su mamá lo llevo al hospital del distrito: a realizarse el examen de genero secundario y a registrarlo en la base de datos para el proyecto de emparejamiento.

Ese día, aguanto todos los piquetes y procuro comportarse, mientras los doctores tomaban medidas, radiografías y muestras de sangre; una de aquellas muestras había sido colocada sobre una placa de vidrio recubierta por una segunda como protección.

―Ya está―le dijo la enfermera después de introducir la muestra en una máquina―Esperemos que en pocos días este equipo encuentre a tu alma gemela―soltó ella mientras le dedicaba una sonrisa a él y a su madre, Izuku le sonrió de vuelta con la cabeza llena de ilusiones.

Había crecido escuchado historias de alfas y omegas en el jardín de niños, todas esa historias hablaban de compañeros inseparables que se cuidaban y amaban mutuamente, unidos por un lazo inquebrantable.

Izuku, añoraba conocer a alguien con quien compartir su vida, alguien que lo quisiera por lo que era, que lo consolara en sus días difíciles y que celebraran sus victorias. 

A esa edad no podía saber que detrás la de historia romantizada había una realidad cruda. Siendo un niño, el deseaba profundamente no ser un beta, ellos nunca experimentaban ese profundo lazo de pertenecía con otra persona y por supuesto ese amor incondicional que la marca implicaba. 

Sin embargo, la verdad era que los periodos de respuesta eran muy variables, y por eso cuando Izuku cumplió catorce años se echó a llorar. 

―¿Es porque no le gusto?―él no se podía imaginar viviendo en eterna soledad, a esa edad le aterraba pensar en esa posibilidad.

―¿De quien hablas?―

―Mi pareja...si mi carta no llega es porque no me quiere―aseguró el pequeño, su madre sonrió aliviada de que fuera algo de poca importancia y lo abrazó.

―Izuku, esa carta puede tardar un poco más en llegar―

―Pero la enfermera dijo...―

―Dijo que unos días, lo sé, pero ¿sabes? mi carta llego dos años después de mis pruebas―el pequeño mermó su llanto y le presto toda su atención―tu papá vivía muy lejos, así que los doctores tuvieron que comparar con muchas muestras antes de encontrarlo.

Esa pequeña platica fue suficiente para calmarlo y con el paso de los días comenzó a dejar de darle tanta importancia, o mejo dicho, otro asunto le hizo restarle importancia: la ausencia de su quirk.

Él sabía que no tendría uno, se lo habían dicho a los seis años y lo había aceptado después de muchas lágrimas y resignación.  No podría ser un héroe, pero estaba decidido a ayudar al prójimo de otra forma. Por eso había decidido estudiar medicina.

Lo complicado ahora es que su condición de quirkless llamaba la atención, desafortunadamente no en el buen sentido, el niño era un eslabón débil y se había vuelto el blanco favorito de bromas pesadas y comentarios hirientes. El hecho se ser un sin quirk y estar siempre bajo el ojo de abusadores, ayudaba a que no quisieran acercarse a él. 

De alguna forma, el universo no complacido con su actual miseria, se empeño eh hacerlo más desgraciado.

Uno de esos malos días, cuando un alfa decidía ensañarse con él y volvía a casa con la mejilla inflamada, las rodillas raspadas y la ropa llena de tierra, su madre no lo recibió como era costumbre. Aquel día esperaba un abrazo de consuelo y las manos suaves de su madre curando sus heridas, pero en lugar de eso, encontró su plato de comida listo en la mesa, cubierto de una fina capa de plástico para proteger el contenido.

Él no comprendió al principio por que su madre se había encerrado en su habitación. Escuchaba sus sollozos pero no logró hacer que ella saliera.

La actitud de su madre, el largo tiempo de ausencia de su padre y sus ahora inexistentes llamadas le hicieron hacerse una idea de lo que ocurría, pero no quería creerlo, sus padres eran una pareja alfa-omega, emparejados por afinidad química, que garantizaba un lazo fuerte. 

No fue hasta que encontró la carta de su padre que lo tuvo que aceptar. Hisazhi había encontrado otra omega, una mujer más joven con quién había sentido una conexión mucho más fuerte que con Inko.

Eso lo hizo pensar. Se suponía que las máquinas no erraban, o eso era lo que los médicos aseguraban. Izuku ahora tenía la mayor prueba de que se equivocaban frente a él. Todos los días veía a su mamá, con ojos ausentes y cristalinos por haber llorado, ella lo saludaba todas las mañanas con una sonrisa fingida, tratando de aparentar que todo estaba bien.

Izuku, ahora siendo un poco más maduro y con la capacidad de formarse un criterio propio, se había dado cuenta de varias injusticias en el sistema para el género omega, situaciones injustas que eran escondidas bajo historias dulces y llenas de fantasía. 

Entendió pronto que la mejor forma de conseguir una vida acomodada dependía de la suerte que tuvieran a la hora de ser emparejados, tu estatus y estilo de vida iba a depender del alfa que te tocara y de si este te aceptaba.

Izuku sintió pánico. 

Él no se consideraba atractivo, la belleza era algo con lo que no iba a contar para cortejar o llamar la atención de su alfa, porque sí, encima de todo lo que estaba ocurriendo, en medio de ese turbulento y complicado periodo, su primer celo había llegado y pese a sus esperanzas de que el examen gubernamental hubiera estado equivocado, se había definido como un omega.

•••

Perdí la contraseña de la otra cuenta, como consecuencia perdí los borradores ¡Maldita sea!. La única cosa positiva es que mientras vuelvo a subir los capítulos tratare de darles una mejor estructura y corregir faltas de ortografía.

My alphaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora