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HwanWoong tenía cinco años cuando los empezó a ver, al principio le gustaba verlos, ya que se veían bastante lindos. Decoraban las calles con aquel hermoso color rojo, pero al notar que era el único que los veía le aterró. Empezó a tenerles miedo a aquellos hilos rojos. Camino hacia la cocina, viendo a su mami le comento lo sucedido, ella solo sonrió y acarició su rostro.

— Cariño, esos hilos que "Ves" no son malos. -Acarició sus cachetes tiernamente, tratando de tranquilizar al pequeño enfrente de ella- Ven, te contaré una historia.

Se levantó y se sentó en un hermoso sillón café. Dio pequeñas palmadas en este indicando que se sentará a su lado, lo cual él pequeño obedeció con una sonrisa, una que le encantaba a la mujer ver en el rostro de su hijo.

— Cuenta la leyenda que las personas que están destinadas a conocerse tienen un hilo rojo atado en sus dedos. -Él pequeño vio como su mamá alzó su dedo índice, así notando su hilo rojo- Este hilo te acompañara toda tu vida, así que él abuelo de la luna, cada noche sale a conocer a los recién nacidos para atarles aquel hilo rojo. Ese hilo decidirá tu futuro, un hilo que guiará estas almas para que nunca se pierdan.

— Ya veo mami, pero... -Alzó su manita, formó un pequeño puchero con sus delgados labios- ¿Por qué mi hilo está roto?. -Sus ojos se cristalizaron, si todo lo que le había dicho mami era cierto él estaría solo-.

Solo.

La madre abrió completamente sus ojos, asustándose por la repentina actitud del niño, lo jalo hacia ella, así acunándolo en sus brazos. Subió su mano hasta aquella cabellera, haciendo pequeños círculos en sus hebras. Bajo sus manos hasta aquellos grandes cachetes y los lleno de besos.

— Cariño, no te preocupes. -Hizo una pequeña pausa, tenía que pensar bien lo que le diría a su pequeño. No quería herirlo- Encontrarás a tú destinado, de eso estoy más que segura. Así que no fuerces las cosas y sigue adelante. -Viéndolo a los ojos- Además, ¿Quién no se resistiría a mi bella pulguita?.

Él pequeño castaño sonrió, arrugando su pequeña nariz. Sus ojos seguían cristalizados, pero si mami decía que estaba bien, él lo estaría. Mami nunca le mentiría ¿verdad?.

Y así hizo, continuó sus días, viendo aquellos largos hilos rojos en el cielo, algunos enredados otros atravesaban al chico. Los veía asombrado, cuando solía salir de la escuela le gustaba ir arriba de su tejado para ver hasta donde llegaban estos. Varias veces logró ver cómo algunos de esos llegaban a la mano de alguien, así entendiendo de inmediato que esa persona era su pre destinado. Y verlos lo hacía...

Feliz.

Él pequeño chico tuvo muchos amiguitos, a los cuales amaba con todo su corazón, ya que solían sacar el mejor lado de él. Compartía momentos maravillosos y lindos, así también pudo observar los hilos de sus amigos.

— ¿Qué tanto ves en mi mano Hwannie?. -Dijo un chico más alto que él, uno de mejillas enormes. Mientras observaba su mano-.

— ¡Guminnie, tú hilo rojo se extiende muy lejos!. -Su rostro se lleno de emoción al ver aquel hilo volar por el cielo, enredándose un poco pero volviendo a su posición normal-.

— ¡Esos son cuentos de hadas!. -Se cruzó de brazos mientras mantenía un leve puchero en sus labios- Además yo no necesito una pareja, te tengo a ti. -Saca su peluche de rana- ¡Y tengo a Froggie!. -Sacudiéndolo de un lado a otro-.

— ¡Habló en serio!.

— ¿Entonces quién es mi pareja?. -Cruzándose nuevamente de brazos. Noto como su pequeño amigo hizo una cara de confusión- ¡Mientes!.

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