II

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Pasaron los días, incluso los meses antes de que volviera a ver a esa chica de la cual me tenía intrigado. Estaba en la estación de trenes, parecía que estaba esperando a alguien; después de un tiempo se rindió, vio el reloj y se le hizo tarde, quizás no para llegar a algún sitio, pero sí para creer.

Entonces decidió ir a comprar un par de cigarros en la tienda que estaba a unos pasos hacia atrás. Se le veía un poco triste, un poco perdida. Quizás rota. No sé, pero al verla así algo dentro de mí se quebró silenciosamente —como lo hacen por excelencia las personas al momento de romperse: en silencio—. La estación estaba un poco oscura, unos cuantos rótulos de tiendas prendidos eran la única luz que iluminaban aquella estación, aunque todavía se le podía ver brillo en sus ojos. Lágrimas acumuladas, quizás. No había una explicación para ese brillo triste. Llevaba unos jeans azules y una camisa con el símbolo de Nirvana.

Era preciosa, no sabes cuánto. No hablo precisamente de su físico, porque llegué a conocerla a fondo.

—¿Estás bien? —Pregunté.

Fijó su mirada en mí.

—¿Quieres que te mienta como de costumbre o quieres escuchar cómo realmente me siento? Si alguien me preguntara: “¿Te sientes bien?” en vez de “¿Cómo estás?” No habría la necesidad de mentir demasiado durante el día. He perdido la cantidad de veces en las que he tenido que mentir por escuchar la misma pregunta de siempre.

Dio unas cuantas caladas al cigarro.

—Sé que es agotador estar mintiendo la mayoría del tiempo, pero debes aprender a no callarte tanto las cosas, porque un día terminan doliendo o terminan estorbando.

—¿Y cómo pretendo estar bien si parece que el mundo me está mareando y no hay un botón para detenerlo porque me quiero bajar?

—Aprende a ser fuerte.

Puse mis manos frías sobre las suyas, mientras intentaba verla a los ojos, pero ella tenía la mirada fija sobre las vías del tren.

—Soy de titanio.

—Entiendo que las circunstancias a veces hacen a una persona fría, pero no debes encerrarte demasiado en ti misma, porque un día no sabrás cómo salir.

—Sufrí mucho, pero por un tiempo fui feliz. Ahora sólo sé pronunciar “felicidad”, pero no sé sentirla. A pesar del dolor, fui feliz. Muy feliz. Ahora tengo miedo.

—¿De qué?

—De caer de nuevo a ese precipicio del que tanto me costó salir.

Se le cayó una lágrima negra.

A veces pasamos por momentos de nuestra vida que nos marcan para siempre, a veces somos unas víctimas más del terrible infierno de la desolación. He estado por mucho tiempo en soledad, muchas noches entre lágrimas por la misma cuestión, un día me las sequé y me dije que era un poco egoísta al pensar que solamente yo estaba solo, entonces pensé en todas las personas que en ese preciso momento estaban pasando por la misma situación que yo. Supe que en realidad no estaba del todo solo, que me acompañaban todas esas personas solitarias, que nos unía algo: un sentimiento. Así estuviésemos en polos opuestos. Que algún día encontraría a alguien que había vivido en una soledad opuesta a la mía.

—La tristeza te durará un instante, no te preocupes, es algo pasajero que todo el mundo ha sentido en ciertos momentos de su vida.

—¿Y cuánto dura un instante? —Dijo alejando la mirada—. Los instantes que conozco son aquellos que parecen durar una eternidad, son como los infinitos tristes. La tristeza la he sentido la mayor parte del tiempo y no sabes cuánto duele estar así. —Suspiró—. Precisamente la gente que más aprecias es la que más duele.

Soledades OpuestasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora