IX

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Gran parte de la tarde, Mary se dedicó solamente a ver la lejanía, no quería interrumpirla, sé que todos los humanos necesitamos silencio absoluto, porque de hablar no solucionaría nada. Estar en silencio tampoco, pero es una forma de estar arreglando las cosas por dentro, de estar pensando. No sabía qué pensaba, no quería preguntarle tampoco, quería darle su espacio, todos deben darle su espacio a las personas, así sea su pareja, todos necesitan de esa libertad, estando o no con alguien.

—¿Te parece bien si me acompañas mañana donde el abuelo? —Rompió el silencio

—Me encantaría. Los abuelos son sabios, no por su edad, sino porque tienen más golpes que los demás. Conforme vas creciendo, también se van multiplicando las heridas.

—Mi abuelo es de esas personas que saben comprender al resto del mundo, aunque no logren comprenderse a sí mismas. De vez en cuando, me escapaba para ir a visitarlo, echo tanto de menos también a mi abuela.

—¿Murió?

—Hace 3 años, no sufrió tanto para morir, un paro cardiaco acabó con su vida. El abuelo la echa mucho de menos. Tal vez no lo diga, pero se nota en su mirada cuando habla de ella.

Es en la mirada y en el tono de voz que se nota cuánto echas de menos a alguien. A veces la voz se rompe cuando estás hablando. Yo, por mi parte, echo de menos a mis padres, hace tiempo que no vienen a Pensilvania. Tengo que conformarme con escuchar su voz vía telefónica dos que tres veces a la semana. Nueva York es inmensa, los miedos de las personas también. Ahora tengo un miedo grande: el de perder a Mary. Es una putada acostumbrarse tanto a alguien, pero es bonito a la vez. No puedes elegir las situaciones que te separarán de la gente que quieres, simplemente sucede, eso es todo. No puedes intervenir siquiera, porque una vez que las personas se cuestionan sobre qué las ataba a esas personas o a esos lugares, es donde ya no tienen motivos para quedarse, es por eso que se van. Se van para no volver nunca.

—¿Sabes, Mary?

—Dime…

—Morir es florecer. Muchos miran la muerte como algo horrífico, pero en realidad, la muerte, como dices tú: es la eternidad de las personas, es ahí donde empieza.

—¿Crees que existe vida más allá de la muerte?

—Quiero creer que sí, quiero amarte más allá de la muerte.

Me regaló una ligera risa.

Tomó mi mano para luego sonreírme.

¡Joder, no sé por qué soy tan débil cuando lo hace!

—¡Bruja!

—¡¿Qué?!

—Haces que mi corazón se vuelva loco siempre que me sonríes.

Hay sonrisas tan bonitas, como la que tenía ella.

Me puse de pie y luego le tendí una mano para ayudarla a levantarse. Se dejó ir sobre mi cuerpo. El suyo y el mío estaban juntos nuevamente. El atardecer de fondo, puse Submarine’s Hidden Tonight de Alex Turner en mi móvil.

—¿Ves? Estás loco, jodidamente loco. Y por eso te amo. Me haces olvidar de todo mientras estoy contigo. Me alegra mucho tu existencia, Adam Parker. ¡Amo que estés aquí y ahora, ADAM PARKER! —Sonó tan bonito, joder, me necesita

Sus ojos le brillaban, pero más allá de pensar que el motivo era yo, pensé que ese brillo era una acumulación de lágrimas que no supo derramar a tiempo, por la repentina aparición de su padre en su vida, digo.

—¿Me concedes este baile? —Invité

Sobre las hojas secas del otoño, nuestros pies se pisaban unos sobre los otros, siempre que lo hacíamos era inevitable no reírnos del desastre tan bonito que hacíamos juntos.

—No somos los típicos jóvenes empalagosos, nos queremos en esta manera, no necesitamos decirnos a cada rato “te amo” para hacerle saber al otro que le amamos. Tengo tanto por agradecerte. No me alcanzaría esta vida para hacerlo.

—¿Puedes prometerme algo en este atardecer?

—Depende, no puedo prometerte que me lanzaré al vacío de esta montaña. Sería terrible la idea pensar que estarás en mi funeral y que me llevarás flores mientras vistes de negro. —Bromeé

—¡Idiota! —Lanzó con una risa—. Bueno —mmm— me vería preciosa vestida de negro.

Nos detuvimos por un momento.

Se me quedó viendo directo al rostro, después sus manos comenzaron a hacerme turismo por mis mejillas. Después me dio un beso en la mejilla derecha. Se detuvo. Me miró nuevamente por un buen rato para después darme un beso en la boca.

—Son mis favoritos. —Dijo dirigiendo la vista a la lejanía

—¿El qué?

—El atardecer. Los colores del atardecer son mis favoritos. Mi pelo tiene su color, siempre he pensado que soy parte de un atardecer. Prométeme si algún día no estoy aquí, compartiendo atardecer contigo, mirarás al horizonte con la esperanza de salir de ese agujero, del de mi ausencia, digo. No podemos asegurarnos el mañana, desgraciadamente, el mundo gira demasiado rápido, la gente cambia, con ella también lo que quieres. Así que si algún día el destino me lleva a otra parte del mundo, no me culpes, tampoco te culpes a ti: simplemente no se puede contra los planes que tiene la vida para ti. O al menos eso es lo que me has dicho tú.

—Seguramente estaré en el borde de un precipicio, echándote de menos. Pero, ¿por qué me dices todo esto? No sé por qué tiene un aire a despedida.

—Siempre hay que recordar las últimas palabras que nos dicen las personas, podrían ser las últimas que puedes tener de ellas.

—Te amo, entonces.

—Te amo, también.

Soledades OpuestasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora