Parte 6

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Dejó las bolsas en la cocina y salió al balcón, sin cigarro, dejando de lado las vistas de la ciudad, dejó sus brazos sobre la barandilla, y esperó a que él saliera.

Él subía las escaleras, seguía dándole vueltas a ese futuro incierto que tenía delante, y por más vueltas que le daba solo conseguía llegar a una misma conclusión. La deseaba de verdad, nunca había tenido nada tan claro en su corta vida, e iba a hacer lo que hiciera falta. Si tenía que aprender a tener paciencia y a dejar que la vida le sorprendiera, aprendería.

Entró en casa y fue directo a su habitación, no era el momento, pero de todas formas le gustaba colocarse en la ventana a esperarla. Al acercarse, la vio, mirándole directa y fijamente a los ojos, con una enorme sonrisa. Era como volver a respirar, como haber estado buceando durante horas y por fin volver a la superficie para poder tomar otra vez aire fresco. Él le devolvió la sonrisa y le guiñó un ojo. Su cabeza colapsó, intento disimular, pero no entendía por qué había hecho eso, ¿Quién guiñaba un ojo en 2020?

A ella le sorprendió ese gesto y empezó a sonrojarse, podía notar como sus orejas y sus mejillas ardían, se sentía muy avergonzada por tener esa reacción, pensó en cómo la iba a ver él, se tapó la cara y volvió a su cocina.

Él seguía en la ventana, boquiabierto y sin ningún tipo de explicación por lo que acaba de hacer, primero se había sentido muy estúpido por guiñarle un ojo, y luego se quedó completamente perplejo al ver que ella se había sonrojado, no coincidía nada con la imagen que tenía de ella. Una mujer fuerte, segura e inalcanzable, pero de alguna manera entendió que no era tan inalcanzable como pensaba, empezó a entender que no tenía sentido estar tan preocupado por ese futuro incierto que veía delante de él. Por dos razones, una, él también tenía efecto sobre ella, y eso era algo nuevo para él, de alguna manera para él, esa carretera solo había tenido un sentido, ella era quien provocaba cosas en él, nunca al revés. Y dos, claramente le había estado esperando, estaba en su balcón y no estaba fumando, solo le esperaba él. Justo en el momento en el que él más la necesitaba, y pensó en eso como si de una señal se tratara.

Ella empezó a preparar la cena, intentaba distraerse, ni recordaba la última vez que había sentido tanta vergüenza, sólo había sido un guiño. Eso era lo peor, que un mísero guiño la hubiera sonrojado así, era casi humillante. Se sentía estúpida y feliz, por alguna razón aun estando tan avergonzada no podía parar de sonreír. Pensó en qué pasaría el día que le viera desnudo, y empezó a imaginárselo, él empezaba a desabrocharse la camisa, jugaba con ella y la habría y la volvía a cerrar mientras le guiñaba un ojo.

Respiró profundamente y cogió un cuchillo para empezar a cortar un poco de verdura, quería hacer puré de calabacín, todo le parecía que tenía forma fálica y no podía dejar de pensar en su miembro, la vergüenza se transformó en puro deseo.

Dejó el cuchillo y salió de la cocina, pensó en hacer algo de ejercicio, eso la mantendría distraída y puso un video de treinta minutos de cardio en YouTube. Iba aún con la ropa de calle y no quería dejarlo todo sudado así que se quedó en ropa interior. Eso había sido lo peor que habría decidido hacer.

A los pocos minutos se dio cuenta de la situación, en ropa interior y completamente sudada, empezó a pensar en él también allí, mirándola y deseándola, sudado frente a ella, haciendo los mismos ejercicios, repasando cada una de las líneas de su cuerpo. La forma de su trasero al hacer una sentadilla, como al saltar sus pechos rebotaban una y otra vez, como intentaba controlar su respiración.
Cogió el mando y paró el video, fue directa hacia su baño, se quitó la ropa interior y entró en la ducha. Necesitaba algo que la calmara, pensó un poco de agua helada podría ayudar, pero si piel ardía con tan fuerza que el contraste de temperatura solo lo empeoraba todo. Al final cedió ante su deseo, y completamente avergonzada por sentirse así por solo un guiño, apoyó la cara en el cristal de la ducha y empezó a acariciarse suavemente.
Si pensaban que los cinco días hasta la desescalada habían pasado muy lentamente, se equivocaban. Y es que, el hecho de poder salir no significaba que fueran a encontrarse ese mismo día.

Pasados ya unos días y sin haber podido coincidir, él se dio cuenta de que había fracasado estrepitosamente con su jugada para encontrarla al ir a tirar la basura, y ella, no conseguía acertar con su horario para ir a correr. La frustración por querer avanzar y no poder aumentaba con cada día.
Pasada una semana, ella decidió salir a correr, al fin y al cabo, él solo estaba en el portal en el momento de salir y al llegar, y pensó que si daba una vuelta podía encontrarlo de ruta. Él por su lado había desistido de ir a correr, pretendía esperar más horas en la ventana para poder ver cómo salía de su portal.

Una tarde, después de algo más de una hora esperando en la ventana, decidió ir al baño y al volver le pareció verla saliendo de su portal, la vio de espaldas y no podía garantizar que fuera ella, pero estaba convencido de que era ella, maldijo el momento en el que había decidido ir al baño, ni sabía la de días que había estado esperando algo parecido a eso. Ella no podía tardar más de una hora, pero tampoco quería apurar, si él seguía en la ventana cuando ella volviera no le daría tiempo a bajar, por tanto debía bajar. Tampoco quería que sus padres se dieran cuenta de que había tardado tres cuartos de hora en tirar la basura así que empezó a calcular el tiempo que podía tardar.

Esperó cincuenta minutos y bajó con la basura, ella no había vuelto así que decidió esperar dentro del portal, desde allí podía ver toda la calle. Iban pasando los minutos y nada, un par de vecinos pasaron mirándole mal. Y su teléfono sonó:

- ¿Sí? –respondió.

- ¿Dónde estás Martí? –preguntó su madre.

- Ahora subo, estaba tomando un poco el aire, no tardo nada. –dijo él irritado.

- Va, que como te pille un policía te van a multar por estar por la calle sin hacer deporte.

- ¡Voy! –dijo mientras colgaba.

Terriblemente enfadado salió y fue a tirar la basura, no podía creerse la mala suerte que tenía, no esperaba que ella tardara tanto, pero no podía esperarse más, lo intentaría otro día, volvió hacia su portal mientras otra vez sentía la prisión en la que se había convertido su casa, con más fuerza que nunca.

- Hola. –dijo ella.

Nunca había escuchado su voz, pero sabía perfectamente que era ella y se dio la vuelta.

- Hola. –respondió intentando disimular su timidez.

- Me llamo Judit. –dijo ella sonriéndole.

- Yo me llamo Martí, encantado.

Los dos sintieron como de complicada era la situación, tenían ganas de lanzarse a los brazos del otro, y no podían ni darse dos besos para saludarse, él hizo el gesto de ir a darle la mano pero se dio cuenta, rectifico el gesto y la saludo con la mano. Un profundo silencio se hizo entre los dos.

- ¿No sales nunca a correr? –preguntó ella.

- Si, hoy no he podido, pero mañana saldré a correr a eso de las siete. –respondió él.

- A guay, bueno subo ya, que necesito una ducha, estoy cansadísima. –dijo ella dándose cuenta de que estaba completamente sudada y olía mal.

- Vale, te veo mañana. –dijo mientras otra vez volvió a guiñar un ojo.

Otra vez había sido algo instintivo, no entendía porqué hacía eso, porque se hacía eso a sí mismo. Ella empezó a ponerse completamente roja, pero su cuerpo no reaccionaba, quería huir, subir corriendo hasta su piso, pero seguía allí cual estatua. Si el silencio anterior era profundo, el de ahora era tremendamente incómodo. Él se volvió y fue hasta el interior de su portal sin decir nada más, al llegar al primer piso, paró, sentía como su corazón bombeaba con fuerza, se sentía como un absoluto estúpido, pero por alguna extraña razón, no podía parar de sonreír.

A través de la ventanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora