Capítulo 5

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Satine se encontraba en uno de los compartimentos. Su espalda pegada a una de las metálicas paredes de la nave intentando no desmoronarse mientras sujetaba esos 4 lirios de color blanco, pálido, mortal. Regresaba a Kalevala su lugar de nacimiento. La última vez que estuvo allí su madre tomaba su mano al acompañarla a la nave que les llevaría a sundari. Los recuerdos eran demasiado pesados en ese momento para pensar en ellos. Satine sentía como una presión en los hombros, dejó que esta le arrastrara hasta sentarse en el suelo de la nave. En su pecho apretados fuertemente los lirios.

No sabía cómo pasar a través de esos sentimientos, cuando eran tan fuertes y tan reales. Ahora estaba sola y su padre no la había preparado para estos muros que le decían que se rindiese. Pero a la vez tenía cuerdas que le obligaban a moverse hacia delante una y otra vez golpeándose contra esos muros. Desaparecer no era una opción estaba demasiado expuesta, era demasiado importante, si ella caía toda la lucha también. Sobre sus hombros tenía el peso de ser la duquesa ahora. Pero como podía un líder guiar a través de la oscuridad, tenía la incertidumbre de que en esa oscuridad estaba guiando a sus aliados a un barranco, condenándolos. Pero ella era mandaloriana, debía seguir adelante, no era cobarde, ella era fuerte más allá de lo que ellos podían saber, podrían romperla físicamente pero jamás podrían romper sus ideales. Y cuando toda este asunto se acabase habría una luz en la oscuridad, un futuro al que ella se aferraría. Era algo que la reconfortaba, saber que habría un futuro a pesar de esta oscuridad. No se permitía llorar, es lo que siempre educaron a los Mandalorianos, llorar te hace débil y en medio de una pelea no había tiempo para llorar.

Esa era la única forma de seguir adelante sin desmoronarse. Tomó unos segundos, respirando profundamente y recuperando las piezas que había dejado en sus pensamientos. Retomar el control de sus emociones y poner su máscara de duquesa de Mandalore.

La puerta del compartimiento se abrió, asustando a Satine. En el marco de la puerta apareció una cabeza, el jedi misterioso. Los ojos de él se posaron en ella, pero no dijo nada. Satine se levantó del suelo limpiando el traje, algo avergonzada, pero el chico siguió sin decir nada, mirando a otro lado como si estuviese evitando mirarla. No se sorprendía si ella viese a alguien desmoronarse así también le daría pena.

- Que quieres, Jettise.- Ella dijo en un tono agresivo. No necesitaba la compasión barata de una persona que no le importaba Mandalore.

- Uh, Qui-Gon me pidió que revisara que tal estás.- Ben dijo apartando la vista de ella.

- Estoy bien, gracias, ahora déjame a solas.- Como supuso el chico se fue corriendo del lugar.
Desde que había aparecido su nombre Satine había sabido desde el principio que iba a ser una persona insufrible. Primero no se presentó hasta que básicamente la nave estaba cayendo en picado. Los recuerdos hicieron estremecer a Satine. Segundo el chico ni siquiera es capaz de mostrar el suficiente respeto para mirar a una persona cuando habla con ella. Lo había estado observando, casi siempre se colocaba en las sombras o buscaba lugares donde no tenía que hablar con otras personas. Siempre sintiéndose por encima de toda esa gente. Incluso de ella misma, se creía tan perfecto, tan mejor que ella que incluso sentía pena por ella. Debería probar a lidiar con mandalorianos furiosos, quizás entonces dejaría de sentir tanta pena y podría entender la situación. Volvió a sentir las lágrimas avecinarse en sus ojos, pero las retuvo sujetando los lirios a su pecho. Debía seguir teniendo esperanza, si hay esperanza hay una llama la cual te va a iluminar por el camino. Y esa llama ahora mismo era ella. Cuando llegase a Kalevala aclararía su cabeza y buscaría ideas para parar esta absurda guerra y todo estaría bien.

Salió del compartimiento levantando su rostro, cargada de orgullo probando que era la líder que todos esperaban que fuese. Caminó por el pasillo principal de la nave. Con un paso firme incluso imponente.
Escuchó un golpe metálico, se giró hacia la dirección de donde provenía el golpe encontrando al joven Jedi con ambos brazos abrazados a su equipaje fuertemente. El chico rápidamente evito el contacto visual. Continuó a colocarse la saca mientas miraba al suelo, como si estuviese perdido en sus pensamientos.
Si quería jugar a ignorarla ella le daría el mismo juego.

Se giró rápidamente en un gesto de indiferencia. Entrando a la cabina del piloto y colocándose en el lugar del copiloto, algo informal pero ahora mismo quería llegar lo antes posible a Kalevala.

- ¿Cómo se encuentra, Duquesa? - Qui-Gon dijo dándole una mirada de reojo.

- Deseando llegar cuando antes a Kalevala.- Satine respondió mirando como una pequeña esfera empezaba a aparecer en la distancia del espacio.

- Falta poco tiempo para llegar.- Él le aseguró comprendiendo la pregunta prescrita.

- Bien.- Satine dijo cómo si hubiese dado su aprobación.- ¿Puede recordarme porque no tengo ninguna escolta mandaloriana?

- Los números son demasiado bajos como para permitirse una escolta duquesa.- Qui-Gon respondió con esa gruesa voz.

Satine se había olvidado de esa guerra que se había llevado todo, su pueblo y casi sus ideales. Otra vez tuvo que contener sus emociones de desbordarse. Manteniendo firmemente los lirios en su mano derecha. El silencio se rompió con Qui-Gon tomando la conversación.

- ¿Has estado nunca en Kalevala? - El maestro Jedi preguntó.

- Kalevala es mi lugar de nacimiento, el lugar de nacimiento de mi familia y de la mayoría de clanes.- ella explicó.- otro lugar que fue arrasado por la guerra.

Qui-Gon asintió, un tema que no debía tocar. Había algo que le gustaba al pensar que al menos el Maestro Jedi estaba intentando aprender sobre la historia mandaloriana, al menos, eso es lo que parecía. Al contrario que el otro, que parecía tenerle cierto asco a los Mandalorianos. Eran dos presencias más distintas, Qui-Gon era más sabio, pensaba más, intentaba ayudarla y sobre todo parecía que sí sabía cómo hacer de escolta de una figura como el manda'lor. Para Qui-Gon eran iguales. En cambio Ben, ese chico, no podía negar que la idea de escapar a otro planeta Mandaloriano era inteligente, pero al mismo tiempo se sentía como una forma de escapar de la guerra, no le gustaba tener que huir de su propio hogar.

Los minutos pasaban y el planeta cada vez se hacía más grande, revelando un planeta medio desértico pero que aún conservaba algo de verde el cual luchaba por sobrevivir.
La nave pasó los procedimientos, Satine habló en Mandaloriano para comunicarse y garantizar el paso del transporte. Ella se preparó, ensayando una y otra vez las palabras que decir en su cabeza, preparando su postura para posar como la duquesa de Mandalore ante todos los mandalorianos que allí estarían, esperando un recibimiento exagerado, una muestra de poder. Ambos Jedis se colocaron a sus lados mientras veían descender la plataforma de la nave. Los potentes rayos de sol penetraron en la oscuridad.
No había un escuadrón, no había speeders, no había soldados delante del gran palacio que una vez había sido su propia casa. Tan solo dos figuras a contra sol. Se acercaron a la nave, dos mandalorianos, retirando sus cascos, descubriendo sus cabellos de tonos anaranjados, los colores de ojos de su padre y la otra los de su madre.
El corazón de Satine se encogió y luego se liberó completamente al ver quienes estaban delante de ella.
Corrió a abrazar a sus hermanos.

- Pensé que estabais muertos.- Ella les susurró.

Su hermano mayor le colocó su mano en la espalda, recibiéndola. Se sentía segura en esos brazos, por fin podía respirar, por fin tenía una luz, el fuego que alimentaria la esperanza en este camino oscuro.

- Será mejor que entremos.- Bo, su hermana, habló.

Los Jedis siguieron de cerca a la Duquesa y su familia al interior de la nueva base de los "Nuevos Mandalorianos" como se hacían llamar.
Fueron llevados a una estancia grande viendo como la duquesa se reencontraba con sus familiares. Qui-Gon se llevó una mano a la barba un momento para luego volver a enfundarla en su túnica.

- Mantente alerta, hay algo raro en este lugar.- Qui-Gon le dijo al joven Jedi.

- ¿A qué te refieres? - Obi-Wan respondió.

- ¿No lo sientes? - Qui-Gon le dio un vistazo a Obi-Wan. Un extraño vistazo de juzgar.

- ¿Sentir el que? - Obi-Wan intentó sonar serio a pesar de lo cómica que era la situación.- Quizás tus sentidos te están traicionando.

Qui-Gon no respondió a esa pequeña puya de Obi-Wan. Consideró eso como un punto para él.

- Aun así, vigila a la Duquesa, iré a revisar los alrededores.- Qui-Gon demostró que Obi-wan se equivocaba.

El joven vio alejarse al maestro Jedi y colocó sus ojos en la espalda de la duquesa. Ella caminó junto a sus compañeros mandalorianos. Parecía que tenían un lazo de alguna forma. Caminó desconectando del mundo y tocando la fuerza con la punta de sus dedos. Su mente se inundó con los seres vivos, los pequeños arbustos de los alrededores y las plantas que allí estaban. Todo parecía estar en orden, pero allí estaba otra vez, ese sentimiento vacío. De muerte. Este planeta era exactamente como Bandomeer o Mandalore, desierto, muerto. Desesperanzado y todos los seres vivos de allí emanaban la misma energía de animales heridos. Era como un pequeño sonido estático en su cabeza, empezaba a ser molesto que la fuerza solo te diese dolores de cabeza.
Colocó sus ojos en la espalda de la duquesa otra vez, era una brillante presencia, le recordaba a como la había visto antes de recibir esos lirios. Recordaba bien haber estudiado esto, el significado de las flores. Los lirios, no, los lirios blancos. Los lirios blancos era común enviarlos o entregarlos para expresar buenas intenciones y los mejores deseos hacia otra persona. Simbolizaban la pureza y la inocencia.
Era algo peculiar ver que la duquesa de Mandalore tenía unos lirios blancos en las manos, especialmente porque según lo que había leído Mandalore era una sociedad acostumbrada a la violencia, y sinceramente después de los encuentros que había tenido Obi-Wan con ellos podía decir que era completamente cierto.
Había perdido el hilo de hacia donde les estaban guiando en este punto él tan solo seguía al grupo de armados mandalorianos. Pararon en una puerta, bastante grande, quizás de un par de metros, el material era algún tipo de madera. La conversación había desaparecido entre los guerreros. Esperaba que no le hubiesen preguntado algo porque se había quedado absorto en sus pensamientos.
Ambos mandalorianos se quitaron el casco, los había visto de lejos, ahora tenía una vista más cercana, unos hombros intimidantes, los dos en una posición cuadrada, el casco se lo colocaron en el brazo derecho sujetándolo contra su cuerpo. Fue entonces que la chica se giró hacia Obi-Wan dándole una mirada de unos ojos oliva.
Tenían el mismo mensaje que Bruk, la misma violencia en el acto dejando que una gran corriente pasase por su columna al verla poner sus ojos en él. Su mano casi por instinto buscando su sable láser. Los Mandalorianos daban miedo.

- Quédate aquí.- Ella dijo por primera vez a obi-wan.

- Eh, no creo que deba.- Obi-wan trató de decir lo más seguro posible.

- Mira...- Ella avanzó hacia él, pero fue parada por el otro Mandaloriano.

- Déjalo estar Bo, está aquí para proteger a Satine. Puede que no deba estar presenciando esto pero has de respetar su trabajo protegiendo a la nueva Manda'lor.- El hombre habló, teniendo un efecto inmediato en la mujer.

El ambiente pareció calmarse entre todos los presentes. Abrieron la puerta, desvelando unos jardines con arbustos haciendo camino y en el fondo un árbol. Avanzaron solemnemente por el suelo arenoso.
Obi-Wan se fijó en las diferentes plantas del lugar. Podía diferenciar entre los diferentes estados del jardín, a pesar de querer aparentar unos reales y arreglados pasadizos de arbustos el jardín había crecido por su propia voluntad y en un estado completamente salvaje.
Pararon delante del árbol. Fue entonces que la duquesa hablo en un idioma, Mando'a, había leído sobre este pero no había tenido el tiempo para aprender nada del idioma.
La duquesa se arrodilló dejando los lirios en el árbol.
Era algo raro, sentía como si no debía estar viendo esto. Le había dejado claro antes que esto debía ser un tipo de tradición mandaloriana la cual era muy importante. Comprendía que los mandalorianos eran unas personas que tenían las tradiciones en el pecho. Vio a los otras dos personas colocar las manos en los hombros de la duquesa.
Que tipo de tradición era esa, dejar la inocencia en un árbol que crecía. Era quizás un tipo de anuncio de alguien que pasaba de niño a adulto. Era una forma rara de celebrar la llegada a la adultez. Intentó buscar algún otro significado, la pureza, deshacerse de ella. Quizás estaban hablando de un primer combate o asesinato. No, no podía ser, había estado con la duquesa todo este tiempo, los Jedis no protegerían a un asesino y tampoco dejarían que un asesinato ocurriese delante de sus ojos. Hablando de dejar la pureza o dejar de ser puros, ¿quizás era un eufemismo de virginidad?
Obi-Wan empujó el asqueroso pensamiento a un lado, no se había esperado que sus hormonas saltasen de golpe. Pensaba que ya había pasado esa fase su adolescencia. Su mirada se quedó en el suelo. Completamente avergonzado por lo que terminaba de pasar por su mente. Porque claro, sus hormonas no podían quedarse quietas y por mucho que buscase deshacerse del pensamiento, siempre volvía y encima acompañado con imágenes. Cerró los ojos un momento y tomó aire. Esperaba poder olvidarse de esa asquerosa imagen.

Levantó la cabeza, pero todo su cuerpo se encendió en dolor, había caído contra el suelo, pero no sabía bien que había sucedido. Había arena flotando en el aire, soldados a ambos de sus lados, corriendo, confundiéndose entre aliados y enemigos. Había demasiado sonido, había perdido de vista el árbol, había salido volando, ya no estaba de pie, había un pitido en sus oídos dejándolo incapacidad de pensar, había caos, sangre, todo era confuso. Estaba en medio de la guerra. Intentó llamar a la fuerza pero estaba gritando. Se tapó los oídos intentando que parase, debía protegerse, no llamar la atención, intentó encogerse lo mejor que pudo. Todo pasaría y volvería a la normalidad.

Una mano lo agarró del pecho, poniéndolo de pie. Era un Mandaloriano enmascarado notó el final del bláster clavarse en su estómago, la fuerza tenía un destino cruel, un final cruel y un cruel sentido del humor.
Cerró los ojos deseando que el final solo durase unos segundos, que fuese rápido e indoloro.
Pero el hombre se derrumbó encima de él de golpe. Obi-Wan apartó el cuerpo y se levantó como pudo. Delante suyo uno de los mandalorianos había aparecido, la mujer.

- Toma a la Duquesa, llévala a palacio y sacadla de aquí.- Ella comandó.- ¡Rápido!

Obi-Wan tomó a Satine del brazo y corrió por su vida en dirección hacia la puerta la cual habían cruzado antes. Donde incontables soldados salían de allí dirigiéndose hacia su propia muerte.

- ¡Bo! - La duquesa gritó intentando zafarse del agarre de kenobi.

Ella se adelantó a Obi-Wan y se colocó delante suyo.

- ¡No podemos dejarlos allí!.- Ella le comandó con una mirada intensa.

- ¿Estás loca? Si vamos allí nos harán pedazos.- Obi-Wan le gritó volviendo a tomar el brazo de la duquesa antes de que sus manos empezarán a temblar.

- ¡Cómo te atreves a decir que abandone a mi gente! - Ella le gritó de vuelta.

- ¡No te estoy diciendo que abandones a tu gente! Estoy diciendo que tu gente está corriendo a una muerte segura.- Él dijo mientras obligaba a la Duquesa a moverse tirando de ella mientras caminaba hacia la puerta.

- ¡Pensaba que los Jedi erais gente noble!- Ella intentó hacer una excusa como si no pudiese perder a aquellas personas.

Él la dejó ir. No había forma de convencerla, se giró para empezar a correr pero se congeló. La fuerza gritó con más fuerza aturdiéndolo. Se colocó las manos en sus oídos. Solo eran dos niños corriendo por un campo de minas, como se supone que debían sobrevivir los dos. ¿Si ella quería morir porque él debería seguirla? La gente hace cosas cuestionables en medio del fuego de una guerra.

- Nuestra misión es mantenerte a salvo.- Él colocó sus manos en los hombros de la duquesa.- Así que hemos de salir de aquí.

En su rostro pareció apagarse las facciones, sí, quizás había conseguido hacerla entrar en razón. Pero de golpe hizo un movimiento con sus hombros apartando las manos de Obi-Wan y corrió deshaciendo todo el camino que habían hecho.
Obi-Wan apretó sus puños sintiendo otro chute de adrenalina corriendo por sus venas y en su corazón una presión incómoda ante su decisión. Empezó a correr detrás de la Duquesa. Sus pies pararon delante de un gran cráter, donde antes había estado el árbol y los lirios blancos completamente desaparecidos.
Miró a un lado y al otro. Tal era el caos que nadie detectaba su presencia, tan rápido algún soldado caía otro ocupaba su puesto y vengaba la muerte de su compañero. No había nadie que ganase, pero la presión enemiga empezaba a fatigar los soldados aliados.

- ¡Duquesa! - Obi-Wan gritó a pleno pulmón.

-¡ Jetti! - La mujer mandaloriana le gritó tomando de su túnica y empujándolo hacia la duquesa.- ¡Pensé que te había dicho que te la llevases de aquí!

Obi-Wan continuó con su misión tomó a la Duquesa, estaba allí sentada, no le dio mucha importancia a que estaba mantenimiento en sus brazos, la tomó en los suyos y la cargó sin mirar atrás a través del campo de batalla pidiéndole a la fuerza que le diera el valor suficiente para llegar a un lugar a salvo.
Entraron a la base, cuerpos por el suelo, muertos, vivos y heridos, todos en el mismo sitio sin hacer distinción. Dejó a la Duquesa en el suelo, a penas se podía sujetar, parecía pálida, en shock. Y colocó sus manos en los hombros sacudiendo la un poco para llamar su atención.

- ¡Duquesa! Reacciona, necesito que me digas algún lugar donde escondernos.- Ben la despertó.

Tomó la mano de Ben esta vez llevándolo por el palacio, bajando las escaleras, justo como lo recordaba de pequeña hasta el pequeño búnquer que habían construido hace tanto tiempo, bajando en las catacumbas, con una iluminación pobre. A oscuras, otra vez. Cuando vio a sus hermanos pensó que había encontrado una llama de esperanza, pero no recordaba que donde hay una llama hay alguien que está predestinado a quemarse.

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