Chapter XI

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El amanecer se posaba como un aura alrededor de aquel hombre, pero si ponías atención podías apreciar que una burbuja de sombras lo apresaba, con la luz naranja y blanca sólo le daba a parecer como un ángel de alas negras salido desde lo rotundo del exilio.
Por si fuera poco, sus cabellos se hondeaban en una brisa, casi como una corona sobre su cabeza. Su cara a pesar de la luminosidad estaba oscurecida por una sombra de misterio y pecado...

—Dios, un día cansado de estar solo decidió traer a su creación algunos seres —su voz sonaba grave, como una nota dañada entre la melodía descompuesta; una obra de arte. —, los cuales le ayudarían a organizar el universo... Los llamó ángeles, por ser tan hermosos y celestiales. Los dividió por jerarquías: ángeles, serafines, querubines, custodios y arcángeles. Pero no se sentía satisfecho, aún le faltaba algo, así que llegado un momento se lo pensó muy bien.

Ladeó su rostro y conectamos miradas, sólo pude encontrar vacío y enojo; mi respiración se agitó y sentí frío en los pies, la piel se me erizó cuando Rake se pasó la punta de la lengua por sus labios, humedeciéndolos.

»Lanzó un soplo de vida a la tierra cerca de un imponente volcán, el cual corrió bajo tierra cual si fuera una centella y al pie del volcán la tierra se abrió, de entre ella emergió un bello ángel; nacido entre rocas volcánicas, cenizas y lava. Resplandecía como una estrella, una luz bella y esplendorosa que hizo que el universo se viese como un minúsculo grano de arena.

»Perfecto, divino, lo más hermoso que hubo creado jamás; lo bautizó cómo Luzbel, su mejor creación. Solamente que había un pequeño desliz con él: no se postró ante su creador, su Padre.

Me le quedé mirando desde mi posición, la pijama se me había subido hasta los muslos y dejaba a la vista mucha piel, no me sentía desnuda, pero sí algo incómoda. Él había tomado asiento al filo de mi cama desecha.
No sabía porqué me contaba todo aquello, sentía algo de angustia saber que estaba en la misma habitación con alguien desconocido.

El silencio era tenso, y al parecer él esperaba respuesta, pero, ¿Qué podía contestar yo?

—¿No dirás nada?

—¿Qué quieres que te diga? —le contesté intentando tragar mi preocupación.

—No has hecho ninguna pregunta de importancia.

—Aprendí a dejar de hacerlas cuando tú no las contestabas. —me mordí el labio y me abracé a mí misma.

Me miró alzando una ceja, se cruzó de brazos y soltó un suspiro.

—Si eres inteligente podrás entender algunas cosas, pero sino, y no te importa, entonces también entenderás que es bastante peligroso —apretó y desencajó su mandíbula, apreté mis dedos en mi regazo para liberar tensión.

—Me tengo que ir, no le des tantas vueltas, es sólo un cuento— cerró los ojos un segundo, como si se estuviese arrepintiendo, se levantó y se acercó a mí una vez más.

Me quedé quieta a la espera de lo que sea que él haría.
Además, ¿Cómo puede irse después de contarme algo como eso? ¿Y si no era un cuento? ¿Y si me decía la verdad? Entonces, ¿Quién es él?

—Te veo luego, y... —alzó su mano y la dirigió a mi mejilla, creí que me tocaría pero se retractó a medio camino y la bajó —Ya no me sigas, al menos por tu bien.

—No te puedes ir después de todo lo que sucedió —le reproché con indignación.

—Sí puedo, porque tú y yo no somos nada.

Mi corazón palpitó con tristeza y mis hombros se cayeron, él miró mi reacción pero se dió la vuelta hacia la ventana. No quise ver.

«No me importa tanto, él tiene razón: nunca fuimos nada.
Pero... ¿Porqué duele?»

C R O WDonde viven las historias. Descúbrelo ahora