Parte 1

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Aun con siglos de práctica médica, Carlisle Cullen se encontraba desconcertado y algo preocupado por las gráficas en los monitores junto a la cama de su paciente adolescente. Con su perfecta audición lograba escuchar los latidos acelerados del corazón humano. Los signos conducirían a alguien menos experimentado a considerar un repentino ataque cardiaco, pero los resultados del electrocardiograma y los análisis de laboratorio descartaban esa posibilidad. La carpeta que sostenía en sus manos con esos resultados se la habían entregado hacía un momento. La explicación que el doctor consideró era más probable carecía de lógica. Sobre todo porque la paciente se encontraba inconsciente.

Megan Messler era una adolescente de diecisiete años que había estado aparentemente sana hasta que se produjo el accidente en el que se golpeó la cabeza y a consecuencia del cual no había despertado en los últimos tres días. Siguiendo su instinto, Carlisle le aplicó un sedante suave y luego tomó su celular.

―Carlisle, ¿qué sucede? ―preguntó su hijo adoptivo―.  Alice vio que necesitarías mi ayuda.

―En definitiva la necesito, hijo. ¿Puedes venir al hospital?

―Te veré ahí en unos minutos ―contestó Edward antes de colgar.

***_***_***

La suave brisa nocturna parecía ser la música de fondo de la porción del bosque que alcanzaba a ver. La luz de la luna que se filtraba entre las hojas permitía que la visibilidad fuera aceptable a medida que avanzaba. 

Megan no tenía recuerdos de cómo había llegado a esa zona boscosa y había considerado que una explicación razonable era que estaba muerta. Después de todo, no estaba completa. Se había sentido muy asustada cuando se miró las manos y apenas pudo distinguir la forma de ellas. Parecía que su cuerpo se había vuelto casi completamente transparente como si fuera un holograma. O un fantasma, como más temía.

En caso de que hubiera llegado su hora, se había concentrado en buscar la famosa luz al final del túnel. No estaba en un túnel, pero se había pasado la mayor parte del día buscando alguna luz más brillante que el sol en el cielo nublado. Una vez que se terminó ese día, decidió dar un paseo por los alrededores. Había permanecido flotando entre los árboles como si fuera un espectro durante las últimas horas hasta que llegó el borde irregular y aparentemente peligroso de un acantilado.

Sus pies holográficos no tocaban el suelo por lo que se acercó al borde tanto como pudo. No sabía cómo funcionaban las leyes físicas para los fantasmas, pero no iba a arriesgarse a caer al cauce del río por tratar de averiguar si seguiría flotando en medio del vacío. Era más seguro permanecer a unos centímetros del suelo en caso de que su mundo volviera a la normalidad.

Así transcurrió su primera noche y luego llegó la segunda. Había tenido tiempo para contemplar cada ave que transitada el cielo diurno y las estrellas del cielo nocturno, y seguía sin comprender el propósito de aquella experiencia. Para cuando Megan comenzó a sentir que se aburría de la espectacular belleza de la naturaleza, sintió una especie de desequilibrio en el aire a su alrededor. Para averiguar de qué se trataba aquello decidió regresar al interior del bosque. Logró avanzar varios metros cuando oyó una especie de quejido animal bastante bajo.

Se apresuró a acercarse al origen del sonido y, cuando entendió lo que sucedía, deseó no haberse dejado llevar por la curiosidad. A la sombra nocturna de un enorme tronco caído distinguió un animal de pelaje oscuro tendido en el suelo. Inclinado sobre él estaba una silueta humana. El animal, que parecía un puma, ya había dejado de sollozar. 

Megan soltó el grito más agudo que recordó haber producido y sintió que su cuerpo astral temblada de puro terror. Se sintió congelada por el miedo, sin poder hacer más que continuar mirando como aquella silueta, que parecía un hombre rubio esbelto, succionaba la sangre del cuello del animal. De alguna forma, su grito no había interrumpido a ese sujeto. Ni siquiera parecía que él la hubiera escuchado o notado su presencia. Esa noción de que pasaba desapercibida no sirvió para que su ataque de pánico remitiera.

El secreto de los Cullen || Edward CullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora