Megan sonrió mientras una enfermera empujaba la silla de ruedas en la que estaba sentada hasta la salida del hospital. Recién allí se le permitió levantarse. La amable enfermera le había explicado que esa era casi una tradición que los pacientes internados seguían como un paso supersticioso para no regresar en mucho tiempo. Las dos accedieron aún sin estar muy convencidas.
―Todo esto debe parecerte extraño, ¿cierto? ―preguntó Sara cuando se detuvieron en un semáforo en rojo.
La joven observó que el mundo afuera del automóvil seguía igual que antes.
―En realidad no, siento que lo que viene sí será extraño.
―Sé que no estás acostumbrada a estar sin varias actividades, pero es importante que hagas caso al doctor Snow y te tomes esta semana con calma.
―Lo sé. Confío en que estaré sepultada en una pila de tareas que recuperar. Eso me mantendrá ocupada.
―Tienes muchos compañeros muy amables. Estoy segura de que no dudarán en darte una mano ―comentó con seguridad―. Uno más que otros ―bromeó.
La castaña soltó una carcajada leve.
―No quieres comenzar con eso, ¿verdad? Porque también puedo hablar de Jefrey.
Sara alzó las manos en señal de rendición. A su sobrina le encantaba mencionar al encargado de la tienda de seguridad que estaba al lado de su trabajo. Se detuvieron unos minutos para que la mayor de las mujeres bajara a retirar la comida que había ordenado. Al llegar a casa, Megan sonrió al escuchar los ladridos de Puppy del otro lado de la puerta, mientras Sara buscaba sus llaves.
―Creo que está muy ansioso ―comentó antes de tomar la bolsa que cargaba la castaña.
La mujer abrió la puerta, dejando que el cachorro saltara en dirección a la joven. Megan se arrodilló conmovida al escuchar que su mascota emitía sonidos similares al llanto, pero moviendo su cola de un lado a otro.
―Yo también te extrañé mucho, pequeño ―dijo bajando la cabeza para que Puppy pudiera darle unos lametazos en la mejilla―. Tranquilo.
Cargó al caniche y lo llevó hasta adentro. Mientras Sara preparaba la mesa, Megan siguió acariciando al inconsolable Puppy. Parecía que no quería separarse de su dueña para recuperar todo el tiempo perdido. Así que cuando llegó el momento de sentarse a la mesa, ella lo puso en una silla a su lado.
El celular de la joven se llenó de mensajes cuando el resto de los estudiantes se enteraron de que ya estaba en su casa. Ella prometió hacer lo posible por regresar al día siguiente al instituto, lo cual le dejó la tarde libre de visitas.
―¿Está bien si te dejo sola unas horas? Tengo que pasar a ver que todo vaya bien en la cafetería ―la mujer asomó la cabeza en la habitación de la castaña.
―No te preocupes por mí, tía. Tengo mucho que leer para ponerme al día ―le enseñó su celular―. Además, Puppy me cuidará muy bien ―le acarició la cabeza y el cachorro le lamió la mano.
―De acuerdo. Te traeré un postre ―prometió antes de salir.
Aprovechando que Puppy se quedó dormido, Megan se puso los auriculares antes de comenzar a ordenar su escritorio. La mañana del accidente había dejado sus pertenencias algo desordenadas. Apiló los papeles en sus folios correspondientes, intentando hacer el menor ruido posible. Sin darse cuenta, se le escapó algunas frases de la canción movida que le gustaba.
―Creí que lo tomarías con calma ―la voz de Edward la hizo soltar un pequeño grito, alertando al cachorro.
―¡Dios! ¿Quieres matarme de un susto? ―preguntó con la mano en el pecho.
ESTÁS LEYENDO
El secreto de los Cullen || Edward Cullen
Fanfiction𝐶𝑢𝑎𝑛𝑑𝑜 𝐸𝑑𝑤𝑎𝑟𝑑 𝐶𝑢𝑙𝑙𝑒𝑛 𝑑𝑒𝑐𝑖𝑑𝑖𝑜́ 𝑖𝑛𝑡𝑒𝑟𝑣𝑒𝑛𝑖𝑟 𝑒𝑛 𝑢𝑛 𝑎𝑐𝑐𝑖𝑑𝑒𝑛𝑡𝑒 𝑒𝑛 𝑒𝑙 𝐼𝑛𝑠𝑡𝑖𝑡𝑢𝑡𝑜 𝑑𝑒 𝐹𝑜𝑟𝑘𝑠, 𝑛𝑜 𝑖𝑚𝑎𝑔𝑖𝑛𝑜́ 𝑞𝑢𝑒 𝑐𝑜𝑛𝑜𝑐𝑒𝑟𝑖́𝑎 𝑎 𝑢𝑛𝑎 𝑗𝑜𝑣𝑒𝑛 𝑞𝑢𝑒 𝑠𝑒 𝑐𝑜𝑛𝑣𝑒𝑟𝑡𝑖�...