Epílogo

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―Cariño, mantén los ojos cerrados y concéntrate en mí ―indicó Edward con voz firme y a la vez suave.

Megan asintió. Soltando un suspiro, todavía con los ojos cerrados, trató de relajar la tensión en su cuerpo. La concentración era crucial para aquella práctica, pero no tanto como la confianza. Confianza en ella misma y en que él lograría guiarla hasta su objetivo.

―¿Puedes sentirme?

Megan inspiró suavemente. El perfume de Edward logró envolverla por completo. La transformación no había logrado disminuir su atracción por el de pelo cobrizo. Por el contrario, gracias a su visión más sensibles era capaz de apreciar mejor la perfección de las facciones masculinas, los hombros fuertes, el torso duro y definido que pondrían a babear a cualquier mujer. Y con el gusto y olfato desarrollados, se había convertido en adicta a él.

―Sí.

―Enfócate en mi voz. ¿Dónde estoy?

"Cerca, pero no lo suficientemente cerca", pensó cuando los recuerdos de la noche anterior terminaron de sumergirla en una burbuja cargada de sensualidad.

―Recuerda tu objetivo.

La joven apretó los dientes en un intento inútil por enfocarse. Si el sexo con Edward había sido fantástico cuando ella era humana, ahora era letal. Como ya no había límites físicos, el placer podía ser más que devastador. Apenas unas horas atrás habían estado explorando esas nuevas cumbres de satisfacción. Con Edward la satisfacción era siempre brutal.

―Megan ―la advertencia en la voz de su esposo no hizo más que encender su sangre.

―Pero...

―Concéntrate.

Un gruñido escapó de los labios de la joven. Estaba ardiendo de deseo. Al oír el paso que dio Edward para aproximarse a ella, perdió el aliento. Probablemente podría tocarlo si extendía la mano. Lo deseaba tanto que podía sentir una palpitación familiar entre sus piernas.

―Edward, por favor...

―Recuerda los objetivos que establecimos. No querrás retroceder, ¿verdad?

"Si estás atrás, sí. Todas las veces que me lo permitas"

Edward apretó los labios tratando de mantener su propia cordura. No había contado con que su esposa se mostraría tan anhelante de él. Podía ser inmune al deseo en los pensamientos de cualquiera menos al de ella. Pero en ese momento la prioridad era que Megan lograra controlar su don. Como neófita de unos seis meses, la sangre constituía su primera necesidad. Esa sed había impedido que la primera prueba resultara un fracaso y para la segunda Edward se había encargado de que ella estuviera bien alimentada. Lo que no había previsto era que en esa ocasión otra forma de deseo primitivo fuera lo que la impidiera alcanzar la concentración para emplear su don.

―Megan, inténtalo. Sabes lo importante que es que puedas controlarte.

―No puedo.

Edward la observó de pie en medio del bosque nevado. El cuerpo neófito temblaba casi imperceptiblemente. Megan incluso había considerado abandonar esa práctica. Todos los pueblos más próximos a esa ubicación seguirían en peligro si ella no lograba controlarse.

―No quieres ―sentenció Edward con acusación―. Tendré que pedirle a Jasper que te ayude de ahora en adelante si no estás dispuesta a colaborar.

―Te necesito a ti. Después podremos intentarlo.

El cuerpo de Megan estaba tan excitado y su mente nublada por el deseo que Edward no tuvo más opción que cambiar de táctica. Que siguiera resistiéndose a ella la estaba enojando y frustrando. Perdería su cooperación en los próximos segundos si no actuaba.

El secreto de los Cullen || Edward CullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora