Cuarta fantasía. Quemarropa

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Acabábamos de llegar a su casa después de un largo viaje y habíamos ido a su habitación a dejar las maletas. El piso había estado vacío y al entrar el frío nos abrazó acogedor. Él se dejó caer sobre su cama boca arriba, cansado y ocupando el centro.

Ocupaba gran parte de la cama a pesar de ser delgado, y su altura le proporcionaba la desventaja de tener que acostarse dejando los pies colgando. Tenía los brazos abiertos y las piernas casi juntas, haciendo así similitud a una cruz. Era una posición normal, teniendo en cuenta que literalmente se había tirado ahí. Le contemplé observadora, su pecho bajaba y subía tranquilo, su camiseta se había levantado levemente sobre su tripa y dejaba ver parte de la morena piel... Se le veía tan calmado... No pude contener la tentación de divertirme y molestarle un poco.

Me subí a la cama como un gato y comencé a escalarle por las piernas; a cuatro patas e intentando ser silenciosa. Llegué hasta su cintura y así podía alcanzar su rostro para besarle. Junté nuestros labios notando como sonreía bajo el beso. Mantenía sus ojos cerrados cuando me separé. "¿Qué haces?". Su voz, más grave de lo normal afectada por la somnolencia me dejó pasmada por un instante. Bajé las manos acariciando la sábana hasta tocar las suyas y se las cojí dominante, asegurandome así de que no escaparía de mis intenciones... Comencé a mover mis caderas sobre él, permitiendo que me sintiera al lado de su intimidad pero sin tocarle. Se movió complacido, intentando que nuestras intimidades estuvieran una más cerca de la otra, pero si así fuera mi idea no podría llevarse a cabo, puesto que quería hacer que me deseara bajo una pequeña tortura. El amor es poético y el sexo también lo es, dejemos que las métaforas nos separen y nos junten a la vez.

Me agaché más sobre él, haciendo que sintiera mis pechos sobre sus pectorales. Mis pezones estaban duros y despiertos por el frío y la excitación que comenzaba a vivir en el ambiente, y eran un arma perfecta. Sus párpados seguían atrapando sus ojos bajo una fingida siesta, pero su lengua le relamió los labios haciéndome saber que mi plan estaba funcionando.

"¿Me das la bienvenida?" preguntó divertido. Le agarré con más fuerza las manos y le susurré al oido el más suave y sensual "sí". Continué moviéndome y comencé a subirle aún más la camiseta con la única ayuda de mis caderas. Le mordí con sumo cuidado la oreja a la vez que, ahora subida su camiseta, me frotaba contra sus desnudos abdominales. Yo llevaba unas mallas que actuaban casi como una segunda piel, y así quiero hacer saber, que podía sentir cada detalle que se escondía bajo ellas. Noté como se estremecía al hacerlo. Me provocaba una profunda satisfacción.

Tan solo el sonido de la fricción entre la tela de mi ropa y su piel se escuchaba hasta que yo gemí agudamente. Mis gemidos sonaban como los susurros de una niña ardida, que no podía contener la cantidad de sensaciones que se hervían en su interior. Le besé nuevamente con más pasión, al separarme el abrió los ojos y entrelazó sus manos con las mías intentando zafarse. "Quiero...tocarte".
Había conseguido tentarle y sabía que ansiaba apretar mi redondo culo. "No puedes" le dije burlesca. Le mordí el labio y bajé mis caderas hasta llegar a sus pantalones. Ahí se cocía un notable bulto que me dejaba al límite de mi juego. La paciencia se me agotaba por seguir con ello, pero soy testaruda y no iba a darle eso.

Me senté sobre él y le miré desde arriba. El pelo me caía a los lados de la cara y me sentía como un felino salvaje, como un león que observaba a su presa sin intención de comersela por pura diversión. Él me miraba desde ahí con el ceño fruncido, estaba molesto y excitado a la vez, y su sonrisa supuestamente disimulada me dejaba muy claro que podría seguir con esto un poco más.

Me froté contra él y volví a dejar que su piel sintiera mis cachondas tetas a través la ropa, y después le gemí suavemente al lado de la oreja. Se retorció debajo mía, pero yo había hecho hípica y sabía mantenerme sobre el caballo, no chico, no te lo dejaría tan fácil.

Me moví más ferozmente, era su castigo. Podía sentir su bulto bajo mí y lo manejaba a mis tientas. Él contuvo sus gemidos, produciendo así una especie de gruñido que únicamente consiguió excitarme más. Ya no era solo por la diversión, me sentía enamorada de todo su ser y eso era lo que más me provocaba. Me doblé sin parar el ritmo, puse mi lengua rozando el límite de su pantalón y dibujé una fina linea recta con mi saliva hasta un punto entre sus pectorales. Él comenzaba a moverse también debajo mía, ansioso por sentirse dentro y apartar las ropas que me cubrían. Movía las caderas y yo no podía evitar sentirme también torturada.
Gemí fuerte, siendo yo ahora la presa.

Y él, tan listo y deseoso como la manzana de Adán y Eva, aprovechó mi descuido de la fuerza para darme la vuelta y ponerme debajo suya. "Eres malvada..." me dijo riéndose. Ahorá él mantenía mis manos cogidas sobre mi cabeza y estaba a punto de darle pie a sus fantasías... y a su venganza.


Fantasías de Jazba.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora