Quinta Fantasía. Quemarropa (continuación)

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Me tenía atrapada bajo su cuerpo, inmovilizada e impotente ante la forma en la que intentase vengarse de mis actos. Rió sobre mí, seguido por un "¿Y ahora quién da la bienvenida a quién?". Le miré casi enfadada, ¡me había engañado y se regocijaba en ello!
Aún manteniendo mis manos cogidas sobre la cabeza se acercó a mí y me susurró "Te has portado muy mal, con lo bueno que soy yo..." y se apartó para poder mirarme altivo desde arriba. Intenté mover las piernas bajo suya, pero fue imposible. "No no" me dijo él riendose. Agarró mis muñecas con una de sus manos y dejó así la otra libre para provocarme. Cogió mi camiseta por el borde inferior y comenzó a enrollarla en su dedo jugueteando. "Yo solo quería descansar tranquilo..." dijo a su vez. "Esto no es justo" le recriminé. Se acercó a mis labios como si fuera a besarme y se quedó a unos milímetros de ellos sin hacerlo "has empezado tú".

Giré la cabeza hacia mi lado derecho enfadada, sabiendo perfectamente que tenía razón y haciendo puchero por ello. Me estaba dando mi propia medicina. Dejó el burruño que hacía con mi camiseta atrás y la levantó hasta mi clavícula, dejando de repente mis pechos al aire. Le miré sorprendida, él apretaba los labios. Me acarició cerca de uno de ellos y luego quitó la mano rápidamente "no te voy a dar eso". Volví a apartar la mirada, molesta, hasta sentí que me acariciana el muslo y comenzaba a subir por la parte interior de él. Alcanzó mi intimidad y dejó la mano quieta sobre ella, haciendo que le deseara aún más, joder, es bueno.

Me separó las piernas e introdujo su bulto, tremendamente levantado, entre ellas. La ropa seguía siendo cómplice de nuestra prohibición, y por primera vez yo empezaba a odiarla. Comenzó la tortura moviendo sus caderas en mi límite, yo me esforzaba en aguantar mis gemidos. La boca cerrada, los dientes apretados, las mejillas rosas y la mirada fija. Rotunda negación a proporcionarle lo que quería. "¿No quieres... sentirlo?" Con su mano libre comenzó a palparse el miembro, que continuaba minimamente oculto bajo sus pantalones. "Está muy duro", continuó. Sentía mil y una mariposas en mi vientre bajo, todas ansiosas por aquello que él me ponía en bandeja. Me retorcí debajo de él mientras la intensidad aumentaba.

Verlo hacer aquello con el constante tabú de la ropa me excitaba demasiado, me era inevitable. "¿Sabes qué?", me despertó de mis pensamientos, "esta justo aquí, y es toodo para tí...". Ansiaba tocarlo, ansiaba incluso tenerlo dentro de mí aún siendo una chica virgen. La respiración pesada me hizo descubierta de mi excitación creciente, "¿estás aguantandote los gemidos?" Me preguntó él, burlesco. Yo continuaba negada a responderle (a pesar del ardor que la vergüenza vislumbraba en mis mejillas) "Dime algo, ¿o ya no me hablas?" rió.

Cerré los ojos intentando salvarme de aquella cruz, la vergüenza me dominaba y se burlaba de mí en mi cabeza, provocando además sensaciones que no deseaba tener pero sí deseaba completar. Sentí cómo él se acercó a mi oido y me susurró "escucha". De repente un sonido llegó hasta mí aterrorizandome (en el término más sexual posible). Abrí los ojos incauta y miré a sus pantalones, dónde él tenía la mano metida cogiendo y soltando su pene, dejando que chocara nuevamente con la piel por su dureza y haciendome imaginar como sonaría al chocar con mis intimidades. Imaginación libre, pensamientos arraigados. Le miré lasciva, me había ganado.



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